El Covid-19 y la crisis económica. Reflexiones desde el sur del Sur global

Imagen: libero.pe

 

Por María del Carmen García Aguilar/Observatorio de la democracia

Resulta una osadía creer que es posible cumplir con las tareas agendadas,  como escribir unas breves notas para Chiapas Paralelo que la había proyectado como reflexiones sobre las tragedias que hoy están ocurriendo, y cómo estas son interiorizadas en la vida cotidiana de la gente de una ciudad empobrecida del sur global. Definir mi estado mental y corporal es complicado, mis certezas, que no son muchas, se han evaporado; priva en mí la incertidumbre, y la concentración para escribir se minimiza. Con sentido de urgencia busco el entendimiento lógico y racional de los acontecimientos: la crisis económica global ya estaba anunciada desde el año pasado por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y la proyectaba  más trágica que la de 2008-9; la afectación del Covid-19 se registró en China y, aunque organismos de salud mundial alertaron sobre su inevitable conversión en pandemia,  los gobiernos de muchos países del Norte la minimizaron, y hoy está en la casa de ellos,  pero también sin distingo en la casa de todos.

Su expansión ocurrió en un abrir y cerrar de ojos y la atención se centró en la caída de la bolsa de valores, y no hay día que los medios no reproduzcan las declaraciones de los gobernantes y analistas de la economía y del sistema financiero del mundo, sobre los impactos económicos que esta pandemia trae consigo.  Se asume de manera unánime que Covid-19 y crisis económica son eventos globales, pero se dice poco que, en tanto global, la prescripción y cura de ambas debe ser también global. No obstante, se le individualiza a la primera -país y persona-, privando el “sálvese quien pueda”.

Si para el mercado es obsceno que en los países desarrollados  se  relacione el mal del cuerpo con la riqueza boyante y el progreso sin fin, el Covid-19 le desmiente: el virus no se le puede contener porque no existen ni condiciones ni medios para combatirle, pues el mercado condujo a que la investigación y la salud de su población fuera un bien de mercado, y no hay Estado de bienestar ni redes sociales que puedan hacerle frente.

Lastimoso el caso de Estados Unidos, cuando la información mediática registra el envío a los estados de materiales médicos caducos, incluyendo los simples cubre-bocas, con moho y hongos[1]. Nos dejan sin palabras. Las estadísticas que se construyen día a día sobre el comportamiento del contagio y el número de muertes son alarmantes, más aún lo son las proyecciones, pero estas no se explican porque la velocidad de transmisión sea  imparable sino fundamentalmente por la ausencia de los medios para  su detención.

 

Desde este breve diagnóstico ¿Qué podemos decir de las sociedades del sur global? En la entrega anterior  a Chiapas Paralelo, Villafuerte coloca el significado del Covid-19 en nuestra realidad social sureña cuyas condiciones de vida precarias son tan endémicas como el virus mismo, y con un Estado que después del Consenso de Washington (1990), no tiene nada para las mayorías[2]. Es posible que los impactos económicos, amén de la crisis que antecede y precede al Covid-9 no sean impredecibles, los expertos construyen estimaciones y tendencia, y todo tiende, cuando no a la muerte, a una mayor precarización de la vida de las grandes mayorías.

Pero la relación de ambas, crisis económica y coronavirus, en los países del Sur global, anuncian no sólo el destrozo del cuerpo, sino el de la vida toda, ante escenarios posibles de mayor violencia política.  Su expresión grotesca y malévola es la decisión de Trump de “invadir” a Venezuela por el narcotráfico y el coronavirus. El combate del virus se militariza, hecho que no ocurre ni en Estados Unidos ni en ningún país de la Comunidad Económica Europea. Y ello es posible con la simple “decisión” de la Casa Blanca, pues los órganos regionales (OEA) por “mayoría de los socios” la asumen como propia. El fondo oscuro es la certeza de que Covid-19 y crisis económica  se traduzcan en los medios para recuperar y fortalecer el poder geoestratégico con tintes abiertamente militares en una América Latina que sigue siendo “el patio trasero” de Estados Unidos.

 

Volver a la vieja tensión entre Norte y Sur no es cuestión menor porque no estamos hablando del comparativo que el filósofo Byung-Chul Han (2020)[3] hace entre el mundo capitalista liberal y el mundo asiático,  en donde las diferencias culturales y políticas de sus poblaciones son abismales y explican formas diferenciadas de combate al Covid-19, en el que está también el diferencial tecnológico. Hablamos sí,  del fondo oscuro que siempre está en la toma de decisiones de un puñado de países, cuando de hacerlo en nombre de “todos” se trata.  La soberbia sádica de los unos y el masoquismo de los otros queda atrás para, como en el tiempo de la Colonia, decidir sobre el mundo del Sur global, pues la culpabilidad de los males de Occidente es del Sur y no  tienen excusa  alguna. Despojados de esa “subjetividad moralizante irreal”, que Finkielkraut y Sloterdijk (2008)[4] registran propia de Occidente, es posible reconsiderar que el espacio sí cuenta, las fronteras, desde el 11srecuperan su sentido de inmunidad y se reafirman o deben reafirmarse, en aras de la seguridad nacional. ¿El terrorismo, el narcotráfico, la migración y ahora el Covid-19 son razones para truncar los mínimos positivos –democracia y derechos humanos- del discurso de la globalización? Todo parece indicar que sí.

Estas reflexiones o simples conjeturas derivadas de un mar de información, se tornan creíbles  cuando, ante el drama que hoy vive Estados Unidos, particularmente Nueva York, el mandatario de la Casa Blanca construye un lenguaje rabioso que intenta atribuir la tragedia de sus nacionales, así sean inmigrantes, a los otros, hoy la OMS por “falta de información” que le enterara o le predijera lo que hoy vive su país, cuando diversos medios registraron que “la Casa Blanca sabía de la gravedad potencial de la pandemia desde fines de enero sin actuar” (Brooks, 2020)[5] Si eso dice y hace en su casa, ¿Qué no dirá y hará en la casa de los otros? Pero, el Presidente es él. Quitarnos las “anteojeras” es una tarea urgente.

 

¿Cómo viven la pandemia las poblaciones mayoritarias de Chiapas y de los países de Centroamérica? Una pequeña exploración en la ciudad de San Cristóbal de Las Casas, que el Neozapatismo (1994) la tornó ciudad global, destrona las lecturas que se fincan con criterios de objetividad científica, y no porque los hallazgos sean incorrectos, sino porque la des-subjetivación no opera en las prácticas cotidianas y contingenciales; no opera en un sujeto social –la masa, sin su sentido peyorativo,  hoy afianzado en un proceso de fragmentación social e individualización que desde ya hace varias décadas, trastocó un sistema de protección y solidaridad social colectiva.

El coronavirus  amenaza la existencia de la ciudad, pero la pelea por lo que no se tiene, ni se tendrán de las instituciones públicas ni del  mercado laboral, augura una violencia social que difícilmente se traducirá en una lucha política.

Las imágenes de los espacios periféricos y localidades cercanas, reflejan una relativa dinámica de movilidad, al igual que los mercados y plazuelas, a los que cotidianamente llegan a vender los productos que aún producen en sus pequeños terrenos cuando lo poseen, o a vender otros productos desde el llamado “ambulantaje”. Sin duda, hoy no se llevan a los hijos pequeños que de alguna manera también  contribuyen a la economía familiar. El centro de la ciudad y los espacios habitados por una población de clase media, trabajadores del sector público y trabajadores por su cuenta, amén de un relativo número de turistas, registran imágenes que desvelan una disminución relativa del ajetreo y bullicio de todos los días, aunque el cierre de las oficinas públicas y escuelas, merman considerablemente la cantidad de automóviles que suelen transitar.

¿Cómo definen la pandemia del Covid-19 en su cotidianidad? Las interpretaciones además de ser muy plurales, dependiendo de “como les vaya en la feria”, son cambiantes, con toque de regularidad  en la medida en que se empieza a comprender que realmente el virus puede terminar con la vida: “mata” dicen. Se alimenta de la información diaria sobre fallecimientos y contagios locales devenida de las noticias o del chismorreo local, que de inmediato se traduce en acciones que amenazan traducirse en eventos violentos e inauditos, como la amenaza de la quema de viviendas en hogares que le han llegado familiares que trabajan fuera de Chiapas (Ciudad de México, estados del Norte y de la Riviera Maya); la exigencias de pobladores de pequeñas localidades, de la salida inmediata de éstos, cuando no de la familia; el reguardo en casa al enterarse de contagios y muertes, en muy pequeña escala, gestándose prácticas y acciones derivada del miedo; el cierre de las entradas de colonias o localidades para no dejar entrar a los extraños, entre otras tantas. Es más reciente la aceptación de los mensajes de las autoridades responsables del seguimiento y la información del Covid-19, y esperan que ésta sea transitoria. Una gran mayoría de pobres tiene el apoyo del gobierno, pero “es apenas un respiro”, “si no trabajamos, no comemos”.

Evidentemente resultan interesantes las interpretaciones de sectores sociales que tienen pequeños negocios, privados o que son servidores públicos, burócratas y maestros. Se reconoce un miedo desconocido que altera todo los órdenes de vida, pero se le proyecta desde sus extremos: desde  el cierre de las fuentes de ingresos por los segmentos de una economía privada, hasta expectativas positivas porque se desvela el “velo de la ignorancia”, algo así, como una realidad “sin tapujos”, que no tiene nada que ver con el “velo de la ignorancia” que John Rawls lo define como  un mecanismo liberal para inhibir injusticias y desigualdades.

 

Termino estas reflexiones, inacabadas, recuperando una sensación de ausencia. Es la ausencia de una paradoja: un Covid-19 que inevitablemente decanta en una población  mayoritaria sin solvencia material para enfrentar de manera conjunta crisis económica y amenaza de  contagio y muerte; y un Covid-19 que denotará en sus víctimas reales y posibles, la urgencia de construir una fuerza –potencia- para enfrentarle, así sea con la pérdida de pocos o de muchos. Cuesta acercarse a esas realidades humanas desde sus paradojas, y duele la impotencia de cambiarla.  Reconozco la capacidad de resiliencia de los moradores, pero no me atribuyo su mejora de vida y de escape del Covid-19, con los mismos materiales, como  seguramente lo harán las instituciones desde la misma lógica sistémica.  Recuperando también una sensación de certeza: el poder global define que lo primero es esta economía, no otra, y si para sostenerla se desnudó, visibilizando sus aporías, el modelo ideal de las gobernanzas democráticas, nada impide que prive lo que Carl Schmitt  en su momento definió como “estado de excepción”,  hoy normalizado. Pero el virus, es un también un virus mortal y está destronando los mitos de un orden que se le pensó y se le creyó infalible.         

 

[1] Guimòn Pablo. “La pavorosa caída de un titán económico con una frágil red social”, El País, 05 de abril, 2020.

[2] Villafuerte Solís, Daniel “Covid-19: crisis mundial, crisis del sistema de salud, crisis del Estado mexicano”. Chiapas Paralelo, 2 de abril de 2020.

[3] Byung-Chul Han (2020). La emergencia viral y el mundo de mañana. El País, 22 de marzo, 2020, disponible en: https://elpais.com/ideas/2020-03-21/la-emergencia-viral-y-el-mundo-de-manana-byung-chul-han-el-filosofo-surcoreano-que-piensa-desde-berlin.html

[4] Finkielkraut, Alain y Sloterdijk, Peter (2008). Los latidos del mundo. Diálogo. Buenos Aires: Amorrortu Editores.

[5]Brooks, D. “Trump se lanza contra la OMS y amenaza con suspenderle recursos”. La Jornada, 07 de abril de 2020.

 

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