La vida sigue igual

La vida sigue en el pueblo: hay fiestas, marimba y cohetería. “Si vamos a morir, que sea pronto”, dice mi tío Rodulfo de 79 años. Y como él, la despreocupación marcha por las calles de Suchiapa.

El coronavirus apenas existe como un eco lejano. Algo que sucede en otras fronteras. Es propio de España, de Italia y de Estados Unidos. “Es que allá son muchos”, me repiten mis parientes. Y se aferran a la plática en la banqueta, al chismerío diario de nuevos matrimonios y fallecidos, pero no por el coronavirus, sino por diabetes, cáncer o dolor de huesos.

Si el coronavirus circula por acá nos tomará a todos desprevenidos. Nos hincará sus dientes. Nos tirará sin posibilidades de defendernos, porque la mayoría sale a distraerse con los vecinos, la mayoría se saluda de mano y de beso, y muchos festejan, en este inicio de la Semana Santa con música y cerveza.

Así ha sido mi pueblo, fiestero; de celebración permanente y de alegría comunitaria que surge con cualquier pretexto. Es Suchiapa uno de los pueblos más panchangueadores del estado. Mes tras mes hay una celebración. A fines de abril, festejaríamos a la Santa Cruz, que se prolongaría a los primeros días de mayo.

La vida es para festejar por la vida. El trabajo viene después y la enfermedad hay que dejarla aplazada para el final, cuando de plano no se pueda uno levantar de la hamaca y no haya fiesta alguna que estorbe. No es raro, por eso, que en Venustiano Carranza los creyentes caminen apretujados como en el metro.

Río de Suchiapa

No hay desconfianza. No creen que el hijo, que el vecino, pudiera traer el virus. “Pueden ser los fuereños, los que no son de aquí, pero los nuestros están limpios”, dicen en sus pláticas llenas de futuro.

En el río y sus playas hay pocos bañistas, pero más por la mortandad de peces, que por el coronavirus. Los suchiapanecos palpan de cerca el mercurio, el plomo, el fierro y las materias fecales con que se han cubierto las aguas. Y ha sido tanto veneno que el martes y jueves de la semana pasada truchas, mojarras y chigüilís salieron para morirse a la superficie.

Me cuenta mi madre que varias personas aprovecharon para recoger la mortandad y venderla en el pueblo como pescado recién capturado. Ante la sospecha, decían que bastaba con quitarle los intestinos y dejarlo reposar con mucho limón y vinagre. ¡Dios dirá!

La información, que circuló por las redes sociales, ahuyentó a los bañistas tuxtlecos, que por estas fechas se desbalagan al río para tomar cervezas, montar casas de campaña, acompañarse de perros y pelotas y niños y pasar el día en el festejo de agua, playa y sol en Suchiapa.

Uno quisiera que esta calma disfrutable del pueblo que gasta sus horas en la plática despreocupada se mantuviera por siempre, que el coronavirus solo fuera una pesadilla, una fakenews, y que no aterrice aquí jamás con su monstruosa realidad. 

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