Ningún político cree en Dios

Casa de citas/ 479

Ningún político cree en Dios

Héctor Cortés Mandujano

 

Mujeres de tierra fría (Unicach, 1997), de Diana Rus, reúne trece conversaciones que la autora tuvo con 15 mujeres (en una entrevista a tres hermanas) en San Cristóbal de Las Casas. Casi todas las mujeres entrevistadas, salvo dos, son coletas.

Rus dice que realizó las conversaciones durante 10 años y que el libro se fraguó antes de la irrupción del EZLN (p. 13): “Durante los últimos dos veranos a menudo me he preguntado a mí misma si todavía tiene sentido publicar un libro de conversaciones ‘prezapatistas’ ”. Claro que lo tiene, digo yo. La vida no empezó con el zapatismo.

Doña Josefa Pineda cuenta de una finca enorme (p. 43): “Dicen que cuando marcaban el ganado, ¡hasta la tierra temblaba de aquella cantidad que había! Dicen mis tías que cuando venían de Guatemala a comprar ganado le preguntaban al señor que compraba si las 10,000 reses las quería de un solo color, porque habían las 10,000 de cada color”.

Aunque ya es una señora mayor, doña Josefa sigue activa (p. 51): “Entonces, he deducido que no se puede vivir sin trabajar. […] Se me hace que es como un mueble, que se lo deja de usar. Se maltrata, se oxida de por sí, y deja de tener sus facultades”.

Doña Isabel Gómez Corderos hace confites (cacahuetes con azúcar) y cuenta sobre lo difícil que es tener casi todo el tiempo las manos en el fuego (p. 93): “Yo cuido que mis manos no se lastimen, porque si me lastiman viene la sangre, y ya desangrando, tengo que ver con qué me tapo para seguir trabajando”.

Las hermanas Díaz tocan la marimba y son solteras, porque (p. 106) “decimos que casarnos ‘es entrar en la cárcel sin que nos llamen’ ”.

Doña Victoria Monsón Montoya es, según lo declara, “tintorera”, es decir, tiñe telas. Su entrevista describe con minuciosidad su pesada labor (p. 121): “El trabajo es doméstico. Doma mucho y es muy trabajoso”.

Doña Victoria Martínez Ballinas, por azares de la vida se dedicó desde niña al comercio ambulante, hasta que puso una tienda y se quedó en San Cristóbal (p. 164): “Me gustaba más de ir de pueblo en pueblo, porque andaba uno, y cambiando de vista y de lugar, en todo es más alegre”.

Doña Feliciana Bautista vende carne de puerco en el mercado. Cuenta del pasado vivido (p. 175): “¡En ese entonces la muchacha que mataba los puercos era maciza! Se mataba cuatro o seis al día. Y yo, mi trabajo era de lavar las tripas, porque en esos tiempos se pagaba para lavar las tripas”.

Ilustración: HCM

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Aunque en el prólogo se hable de que José Revueltas no fue un buen dramaturgo, porque estaba muy influida su escritura por el guion cinematográfico, a mí me gustaron las cuatro que componen El cuadrante de la soledad (y otras obras de teatro), editado por Era, en 1984.

No son usuales sus temáticas: “Israel” es una historia con sólo personajes negros estadounidenses y un mexicano blanco; “El cuadrante de la soledad” es una mezcla de historias que incluyen amores desatinados, prostitución, corrupción policiaca, drogadicción (en esta puesta en escena, por cierto, apareció la joven Silvia Pinal, de quien Revueltas se expresa muy bien); “Pico Pérez en la hoguera” es una derivación del célebre Pito Pérez (de José Rubén Romero), aquí con el nombre modificado por problemas de derechos y porque la historia tiene una alta carga ideológica y de crítica a la religión y, finalmente, la única que no se puso en escena (Revueltas dice que la iba a poner, si no se hubiera muerto antes, Bertolt Brecht), “Nos esperan en abril”, una discusión ideológica sobre el partido comunista, que el autor también hizo en varias de sus novelas.

En “Israel” dice Rebeca en su defensa, porque ella, negra de Estados Unidos, se ha enamorado de Jimmy, un blanco mexicano (pp. 34-35): “El amor nos iguala y nos hace seres humanos. Hace que una mariposa se pose sobre un cactus o que un león se deje acariciar de una serpiente”.

En la introducción a “Nos esperan en abril”, escribe Revueltas (p. 191): “¿Por qué cuando se declaran la guerra los estadistas, en sus discursos, invocan el nombre de Dios? Sin duda no es porque crean en él. No se concibe a ningún político o dirigente que pueda creer de verdad en Dios; es imposible”.

[En El siglo de las luces, de Alejo Carpentier (RBA, 1985:118), dos que han sido como hermanos cambian de posición en el poder. Víctor se vuelve dirigente y “Esteban comprendió que Víctor se había impuesto la primera disciplina requerida por el oficio de Conductor de Hombres: la de no tener amigos.]

En “Nos esperan en abril”, Marcos, el protagonista, dice a un contrincante político, algo que puede aplicarse a nuestro país, ahora (p. 204): “Un partido en el gobierno es muy distinto al mismo partido fuera del gobierno. Ustedes mismos, si algún día subieran al poder –y sinceramente lo digo, Dios no lo quiera–, cambiarían no sólo de actitud, sino hasta de aspecto, inmediatamente. La perspectiva que se domina desde la cumbre del poder es muy diferente a la que se aprecia desde la llanura de la oposición”.

 

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Se solicitan castas mujeres para organizar un aquelarre

Mario Escobar Gálvez,

en “La prosa que soy”

 

Cuando en Comitán presentamos Ocho mujeres, un librito que editamos en Tifón, nuestra querida amiga Luz del Alba Velasco nos invitó a su bar de encanto y allí estuvimos, en una reunión llena de risas, un montón de mujeres y muy pocos hombres. Uno de ellos, Mario Escobar Gálvez (Tapachula, 1961) me regaló su libro de poemas, Los principios estéticos de la Creación (edición de autor, 2019), que recién leí.

Aunque platiqué con Mario de varias cosas, no le pregunté sobre la escritura de los poemas que constituyen el libro y que parecen haber sido escritos en tiempos distintos. Algunos parecen trabajados al detalle y otros no tanto. El volumen me gustó y son varios versos suyos los que me gustará compartir contigo lector, lectora.

Dice en “Prólogo del espíritu” (p. 14): “Calzado de barro en un incierto camino sin árboles/ yo voy a la escuela de los astros/ por la pedagogía de la tierra” y también (p. 18): “Qué son los cielos sino la pista/ por donde ha de transitar el carro sin ruedas/ de la luz”.

En “Lírica del profeta” escribe (p. 31): “El universo es cuestión/ de intercalar sonidos/ con oscuras lejanías” y más adelante (p. 43): “Son los ecos de mi casa/ donde nadie duerme/ donde se cuelan los misterios profundos/ y se convierten en ruidos cotidianos”.

Del apartado “La prosa que soy” son estas líneas (p. 86): “Hay una salamandra que traduce los colores/ a un idioma de profetas sin lengua”.

Los poemas de Mario Escobar reinventan el nacimiento del mundo, de la humanidad; tocan la metafísica y se alejan de los discursos amorosos o solipsistas que pueblan la mayoría de los libros de poesía chiapaneca. Aunque creo que podrían evitarse, hay alusiones a Sabines (el poeta, claro) e imprecaciones en algunos versos, especialmente los últimos. Pecado menor en un libro que me gustó leer y en el que encontré originalidad temática y cuidada discursividad.

Contactos: hectorcortesm@gmail.com

 

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