Cómo probar que soy quien soy

Casa de citas/ 483

Cómo probar que soy quien soy

Héctor Cortés Mandujano

 

Una de las preguntas más extrañas que me han hecho en una charla pública me la hizo un estudiante de secundaria, que había leído una novela mía (La historia de Mar). Su maestra me invitó a platicar con los varios y las varias que lo hicieron, y allí estaba. Dijo el muchacho: “¿Cómo nos puede probar que usted es en verdad Héctor Cortés Mandujano?”.

Le contesté que en la contraportada del libro hay una foto mía. “Pero no se ve de frente”, objetó. Le pregunté: “¿Y qué sentido tendría que yo fingiera ser quien no soy? No soy famoso y no sé si alguien que lo sea mucho, pongamos un autor que vende millones de libros, busque a quien lo doble en algunas presentaciones. ¿Si te enseño mi credencial de elector quedarías convencido?”. “No”, contestó. De modo que dejé el enigma sin resolver y que el muchacho continuara dando vueltas a su teoría loca.

 

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Leo a Erich Fromm constantemente. Ahora me estimula y enseña La patología de la normalidad (Paidós, 1994), que, dice (p. 16), “debe entenderse como la creciente incapacidad del hombre de relacionarse activamente por sí mismo con la realidad”.

Sobre la diferencia entre lo anormal y lo normal, cuenta (p. 33) “sabrán, según el chiste que corre por los manicomios, que la única diferencia entre el médico y el paciente es que uno de ellos tiene la llave”.

Páginas adelante explica: (p. 106) “entre el niño y psicótico estamos nosotros, la llamada gente normal”.

Escribe (p. 120): “Si tuviese que dar una definición, una palabra para caracterizar la salud mental, diría que es la capacidad de interesarse por la vida”.

Cita Fromm al Rousseau de Emilio o la educación, de quien dice que lo hemos dejado de leer, en nuestro perjuicio (p. 174): “¡Os asusta el verle [al niño] consumir sus primeros años en no hacer nada! ¡Cómo!, ¿no es nada feliz?, ¿no es nada saltar, jugar y correr todo el día? En su vida estará tan ocupado”.

[A Joseph Conrad, Rousseau no le parece lo mismo. Dice en su Crónica personal (Secretaría de Cultura, 2017: 123) que “era un moralista sin ningún arte. […] No tenía ninguna imaginación, como bien demostrará un somero examen de Emilio.]

[Rousseau me aparece mucho en estos días. Leo tres libros de Arthur Schopenhauer (La sabiduría de la vida, En torno a la filosofía y El amor, las mujeres, la muerte y otros temas), en Editorial Porrúa, Sepan cuántos… 455, 1984, y en el primero habla Schopenhauer de la violencia injustificada con que se vengaban las afrentas o se retaba a duelo (p. 59): “Rosseau es de opinión que debe vengarse una ofensa, no por el duelo, sino por el asesinato; emite esta opinión en la nota 21, tan misteriosamente concebida, del IV libro del Emilio”.]

Ilustración: HCM

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¡En México los locos están en el gobierno!

Carlos Fuentes,

en Federico en su balcón

 

Leo Federico en su balcón (Alfaguara, 2012) publicado apenas muerto su autor, Carlos Fuentes. Me gusta.

La novela parte de una conversación imaginada entre el propio Fuentes y Federico Nietzsche, vecinos de balcón, en un país, México, donde la izquierda se ha hecho del poder y se comporta tan bruta, corrupta y asesina como lo ha sido la derecha.

Saúl Mendés-Renania asume el poder, pero su mujer, María-Águila, que sabe que el poder va a corromper a su marido, lo arroja por el balcón: mejor que sea el héroe de la revolución y no el presidente que se equivocará y se volverá igual que todos.

El único testigo de este hecho es el fiel Basilicato, un hombre que es incapaz de acercarse a una mujer (p. 150): “Sólo recuperaba una dosis –pasajera– de valor y de autoestima si se masturbaba. El onanismo le hacía creer que ninguna mujer le daría la satisfacción que él se daba a sí mismo”.

[En El cerebro aumentado, el hombre disminuido (Paidós, 2015), dice su autor, Miguel Benasayag, psicólogo y filósofo, que (p. 269) “como clínico he encontrado muchísimas veces pacientes, en general hombres de entre 25 y 30 años, que me explican que se masturban con material pornográfico (películas, revistas, mensajería). Lo que afirman estos pacientes es que obtienen mayor placer por estas vías que con mujeres reales, ‘complicadas y frustrantes’ (sic)”.]

Dada mi extracción rural y mi infancia pasada en la finca donde nací, me fijo sin querer en cosas que conozco bien; por eso me di cuenta de este error, que ni Fuentes ni su corrector notaron, porque, supongo, nunca montaron caballos. Habla de uno de los personajes que aprendió a montar desde niño y se sentía (p. 163) “parte de la bestia, era la bestia misma: cuatro patas, dos brazos, dos piernas aferradas a las ancas”, pero las piernas se aferran a los ijares no a las ancas, que son no la parte media, sino la trasera.

La novela cuenta, por supuesto, muchas historias, pero ellas pueden ser personales le dice Federico a Fuentes (p. 248): “Debes buscarte a ti mismo en cada historia de este libro”.

Fuentes acertó en muchos de sus vaticinios literarios. Ésta novela es uno de ellos. Pero no se hace bolas con quien ejerce el poder, y aquí no importan las ideologías (p. 258): “El poder es ciego y el poderoso sólo le cree a sus incondicionales y los incondicionales saben lo que el jefe quiere escuchar. El divorcio se consuma entre el poder y los ciudadanos”.

 

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Releo dos cuentos de Sergio Galindo publicados en El cuento contemporáneo 38, Material de lectura (UNAM, 1986), con selección y nota de mi amiga Nedda G. de Anhalt, quien me regaló el ejemplar.

Me detengo en “El retrato de Anabella”, que cuenta la visita de una sobrina y su marido a la Anabella del título, una cantante de glorias pasadas, quien siente una pasión irrefrenable por los hombres. Tuvo a muchos, pero se casó con uno (p. 19): “Con pedro cometí la máxima estupidez. Me enamoré. ¿Y qué se puede hacer contra eso? Es como una droga a la que, si te acostumbras, no le puedes hallar sucedáneo. Las cosas del espíritu son laberínticas, ciegas”.

Se debe tener a muchos para encontrar uno, cuenta (p. 21): “Y sólo miles de placeres, ¡miles!, pueden conducirla a uno, algún día, al amor. Pero las cosas deben hacerse con pasión, sin límite, sin sombra de moral; de otra manera sólo alcanza uno un remedo, una limosna”.

Contactos: hectorcortesm@gmail.com

 

 

 

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