Minneapolis y los proyectos de futuro

Reiterado es escribir de acoso policial a población negra de Estados Unidos, aunque no siempre acabe en homicidio, como el de George Floyd. Un suceso que, gracias a los medios tecnológicos con los que hoy se cuenta, se vio con toda su crueldad y dramatismo en cualquier lugar del mundo. Lo mismo ocurre con la ola de protestas desatadas en buena parte de la geografía estadounidense, donde se observa a la población y a los miembros de los cuerpos de seguridad del Estados a través de grabaciones transmitidas por los canales de televisión y en las redes sociales.

Análisis van y vienen, pero la propia celeridad de la información en nuestro tiempo hará que, desgraciadamente, cuando la ola de protestas se reduzcan o desaparezcan también se dejará de hablar del tema, aunque sea una constante de la cotidianidad del vecino país del norte, pero no como excepción, puesto que las reacciones racistas y los prejuicios de las fuerzas de seguridad contra ciudadanos siguen siendo comunes en todo el planeta, como se ha demostrado, también, en el estado de Jalisco donde un albañil retenido por no llevar mascarilla apareció muerto al día siguiente de su detención.

Donald Trump es, por supuesto, un actor fundamental en esta situación, dado su claro posicionamiento a favor del supremacismo blanco, el apoyo a todos los movimientos de la ultraderecha en su país y en el extranjero, así como por sus reacciones y comentarios que por diversas vías ha efectuado tras el homicidio sucedido en Minneapolis. Sin embargo, el problema que está detrás de un personaje como el actual Presidente de los Estados Unidos va más allá de él mismo, puesto que refiere una crisis que el sociólogo catalán, Manuel Castells, recordó hace pocos años en su breve libro titulado Ruptura. La crisis de la democracia liberal. En él analiza la ruptura de la “relación entre gobernantes y gobernados”, aquella que lleva a la desconfianza hacia las instituciones estatales. El resultado de ello ha sido el crecimiento de nuevas opciones políticas en muchos países, algunas de ellas claramente ultranacionalistas y con un discurso racista y xenófobo.

Lo que resulta evidente es que la histórica discusión sobre el racismo en Estados Unidos, o como fenómeno generalizado, no es novedosa como muy bien contextualizó la pasada semana el Dr. Andrés Fábregas Puig en su columna de Chiapas Paralelo. Se está, aunque sea doloroso decirlo, en una más de las prácticas institucionalizadas que resultan difíciles de extirpar. Así, denunciarla y sanarla en algún espacio de la sociedad suele chocar con los muros de legislaciones y prácticas individuales o grupales.

George Floyd

De esta manera, el racismo o la xenofobia se convierten en otro de los problemas de esa crisis de la que ha hablado Manuel Castells, aunque habría que extender la mirada a un debate de más largo aliento, aquel que incluya el modelo de sociedad que se desea y donde el racismo, como ejemplo, dejara de existir.

Hasta hace pocos decenios existían proyectos alternativos de sociedad, con sus referentes ideológicos, mismos que hoy se han diluido y dispersado. Es decir, los horizontes de transformación radical de la sociedad se encuadran en luchas “contra” y “anti” más que en propuestas para un cambio. Los referentes de algunos países que, supuestamente, representaban un modelo alterno hicieron aguas, y los que quedan no parecen ser un buen ejemplo.

De hecho, y por poco que se analice, muchas de las reivindicaciones políticas parecen cercanas a los clásicos presupuestos que iluminaron la Revolución Francesa: libertad, igualdad y fraternidad. Esos clásicos lemas del proyecto liberal son tan vigentes que algo, o muchas cosas, se han hecho mal en la construcción de la sociedad moderna. Constatación que podrá ser considerada de Perogrullo pero que no se puede tirar al olvido. El cóctel de crisis económicas y políticas como las existentes, y las que se avecinan, no augura buenos tiempos para las instituciones que sostienen nuestras sociedades. Crisis que suelen recrudecer el ejercicio del poder sobre unos ciudadanos que cada vez ejercen menos de ciudadanos. No es tautología sino una tendencia del momento histórico que nos toca vivir y en el cual las transformaciones necesarias se ven muy lejanas.

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