Nacido en París

Casa de citas/ 486

Nacido en París

Héctor Cortés Mandujano

 

Escrito con un gusto que trasmina las páginas y llega al lector (a mí me llegó), disfruté Los asombrosos itinerarios del cine (Universidad Autónoma de Puebla, 1987), de Paco Ignacio Taibo I.

Desde el inicio el libro es vivo, alegre (p. 7): “El cine tiene acta de nacimiento muy certificada: día 28 de diciembre de 1895. […] Siguiendo una tradición europea, el cine nació en París”.

El libro se mueve con solvencia y gracia con los pioneros en muchos países, las primeras películas en distintas cinematografías, el nacimiento de los géneros, los actores y actrices que se volvieron famosos y míticos, los avances técnicos y un largo etcétera. Cuenta también, por supuesto, como se fundó Hollywood, que (p. 58) “significa en español bosque de acebos”; cuenta PIT I que “hacia el año 1870, doce emigrantes pastores llegaron al lugar con sus rebaños” y los primeros pobladores eran un irlandés, un alemán, dos daneses, cuatro mexicanos (“Ramón Villa, Fernando Sepúlveda, Claudio López y Miguel Linares”), un estadounidense, dos españoles “y un hombre llamado Jim Denaldson, cuya nacionalidad jamás se supo”.

En el capítulo dedicado a las cintas que buscan provocar miedo en los espectadores, escribe (p. 145): “Todo nos permite asegurar que el cine de terror vivirá mientras el cine viva. En frase del escritor José de la Colina: ‘No hay vampiro más vivo que el vampiro muerto’ ”.

En las conclusiones habla del buen y el mal cine (p. 158): “Sin duda también tenemos espectadores malos. Cambiar al espectador sería tanto como mejorar a la humanidad. La tarea no puede quedar solamente en manos del cine”.

 

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Justo el día que empecé y terminé de leer el libro de Paco Ignacio Taibo I, decidí ver de nuevo Cabeza de borrador (Eraserhead, 1977), la cinta inaugural de David Lynch, filmada en blanco y negro y con uno de los argumentos de Lynch que, como se volvió su sello, desafían la lógica convencional. Me gustó tanto ver de nuevo su brillante aparición en el cine, que decidí ver también Conejos (Rabbits, 2002), otra de sus locuras fílmicas.

Las cintas de Lynch, para mí, tienen cualidades hipnotizantes.

 

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Quién sabe si por azar, el siguiente libro que leí fue Cien años sin soledad. Las mejores películas latinoamericanas de todos los tiempos (Editorial Letras Cubanas, 1999), listas y ensayos compilados por Carlos Galiano y Rufo Caballero.

La idea fue pedir a críticos, en su mayoría de América Latina, que hicieran una lista con las que consideraban las mejores películas y el resultado jerarquizado por números de votos puso en los primeros cinco puestos a nueve cintas (hubo triple empate en el tercer y el cuarto lugar): la primera, Memorias del subdesarrollo, de Tomás Gutiérrez Alea (Cuba); la segunda, Los olvidados, de Luis Buñuel (México); la tercera, El ángel exterminador, de Luis Buñuel (México); Dios y el diablo en la tierra del sol, de Glauber Rocha (Brasil) y Lucía, de Humberto Solás (Cuba); la cuarta, Frida, naturaleza viva, de Paul Leduc (México); Tangos, el exilio de Gardel, de Fernando Solanas (Argentina) y Vidas secas, de Nelson Pereira dos Santos (Brasil), y la quinta, La hora de los hornos, de Octavio Getino y Fernando Solanas (Argentina).

El libro contiene varios ensayos de perspectiva, escritos con sapiencia y eficacia por varios autores a quienes leo por primera vez, sobre los cineastas elegidos en estos primeros puestos, y sobre las cinematografías de Cuba, México, Brasil y Argentina. De ellos, tomo algunas citas.

Cita Jorge Yglesias, en “Buñuel, el americano”, algo que dice Francisco, en Él, de Buñuel (p. 67): “El egoísmo es la esencia de un alma noble. Yo desprecio a los hombres, ¿entiendes? Si fuera Dios, no los perdonaría nunca”.

Juan Antonio García Borrero cita a Byron en “Alea o el sutil encanto de la provocación” (p. 93): “El mejor profeta del futuro es el pasado”.

Me gustó el epígrafe de Borges, que usó Gustavo Arcos en “La verdad bárbara” (p. 162): “Nada hay tan antiguo bajo el sol./ Todo sucede por primera vez/ pero de un modo eterno”.

 

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Foto: Nadia Carolina Cortés Vázquez

Visito permanentemente la filmografía de Bergman. Y veo en estos días Sonata de otoño (1978), ese retrato feroz del odio de una hija hacia su madre. Me llama la atención que la siguiente cinta que veo, Advantageous (2015), de Jennifer Phang, de factura reciente e incluso de otro continente, trata, aunque de otra forma y con otro tono, de una hija y una madre que tocan juntas el piano, y que se aman y se odian.

 

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La lectura del libro cubano me hace preguntarme sobre mis cintas preferidas y descubro que yo tengo más bien directores favoritos, de los cuales he visto toda o casi toda su filmografía sin que haya habido alguna película que me decepcionara. Son ellos algo así como mis hermanos, mis padres, mis amigos, y los admiro y los quiero. Son éstos:

Los dos primeros son incuestionables para mí. He visto todo cuando de ellos me he hallado y he disfrutado algunas de sus películas varias veces y en todas he aprendido, me he emocionado, me he sentido tocado por el milagro: Andréi Tarkovski e Ingmar Bergman;  el siguiente es David Lynch, del cual también soy devoto y aun cuando alguna de sus cintas (El imperio, por ejemplo) me ha parecido que ha estirado mucho la cuerda de la ilógica, la prefiero a varias con las cuales se solazan quienes buscan que el arte les haga cosquillitas.

Luis Buñuel es otro de mis héroes. Se necesita un talento extraordinario para hacer, en un país como México, con dificultades por todas partes, las grandes películas que hizo. Tan no cualquiera puede hacerlo que varios han emigrado del país (del Toro, Cuarón, González Iñárritu) y me parece que sólo a alguna de sus cintas se la podría medir con el rasero de Buñuel; los otros que completan mis once, que no diez, son, en esta misma línea, directores que me hacen sentir feliz, agradecido: Terrence Mallick, Stanley Kubrick, Woody Allen, Alfred Hitchcock, Lars von Trier, Martin Scorsese y Orson Wells, artistas prodigiosos.

Recientemente, he agregado dos directores jóvenes a mi lista. He revisado lo que llevan hasta el momento y me parecen artistas verdaderos: el inglés Ben Wheatley y el griego Yorgos Lanthimos. También soy seguidor de tres directoras prodigiosas: Isabel Coixet, española, Angelina Jolie (quien tiene en contra su fama pública, pero me parece inteligente, diversa, relevante) y la inglesa Sally Potter.

Contactos: hectorcortesm@gmail.com

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