No morir de amor, sino de olvido

Casa de citas/ 485

No morir de amor, sino de olvido

Héctor Cortés Mandujano

 

[Antonio Vázquez García fue, entre otras cosas, el hermano de mi mujer, mi cuñado. Durante casi cuarenta años tuve con él una amistad sin fisuras y fui testigo de su bonhomía; su buen humor sin pausas; su sencillez, su humildad, su facilidad para hacerse amigo de cualquiera, de todos.

Fue secuestrado y muerto, injustamente. No se le tuvo la piedad que merecen las buenas personas.

Bendigo su vida, su recuerdo, su espíritu, y abrazo con estas líneas a mis amadas sobrinas Dayi y Lupita, y a mi adorable comadre Lety, su viuda.

Con toda seguridad, mi compadre, tan noble y bueno que era, habrá perdonado a sus victimarios que sólo tienen como santo y seña la espiral oscura de la violencia para conseguir dinero manchado de sangre. Con seguridad descansa en paz –eso creo, eso deseo–, mi querido compadre Tono.]

 

***

 

Tal vez en mi adolescencia leí por primera vez sobre la vida de Isidora Duncan (1878-1927) en un cómic (novela gráfica la llamarían ahora); luego me hallé dos o tres capítulos de su libro biográfico en una antología, Del caos al orden, preparada por Bárbara Jacobs. Ahora leo Mi vida (Editorial Tomo, 2004), escrita por la propia bailarina. Una maravilla.

Isidora era inteligente, gran lectora, gran artista del baile y un gran carácter. De entrada, en su introducción, sabe que no es lo mismo vivir que escribir y lo dice (p. 9): “He pensado muchas veces que un hombre podría llegar él solo al Ecuador, luchar heroicamente con leones y tigres, y fracasar luego en su tentativa de escribir el relato de lo que vio y vivió”. No es el caso de ella: sabe escribir sobre su vida. Lo hace de manera espléndida.

Hay mucha gente que se queja de su pobreza en la infancia, Isidora la celebra (p. 16): “Tengo que estar agradecida al hecho de que mi madre, en mis primeros años, fuese pobre. […] ¡Qué lástima me dan los niños seguidos constantemente por sus ayas, constantemente protegidos, cuidados y vestidos con elegancia! ¿Qué vida es la suya?”.

Una muestra de su carácter en este pensamiento (p. 55): “Nunca ni entonces ni más tarde, he podido comprender por qué, si uno desea hacer una cosa no la hace”.

Estuvo a punto, cuenta, de perder su virginidad con el celebérrimo escultor Rodin. No lo hizo y se arrepintió (p. 82): “¡Cuántas veces he lamentado esta ridícula incomprensión, que me arrebató el goce divino de ofrecer mi virginidad al Gran Dios Pan, al Poderoso Rodin!”.

Cuando la conoce y la ve bailar, Stanislavky, uno de los padres del teatro, escribió que conocerla fue una sus grandes impresiones. Ella lo intenta seducir, le propone ser amantes y él se niega porque, le dice (p. 146), “¿qué haríamos con el niño?”.

Tiene una primera hija, Deirdre (con Gordon Craig, director de escena), y su parto es natural, súper doloroso (pp. 165-166): “¡Y se habla de la Inquisición española! Ninguna mujer que haya tenido un hijo puede temerla, pues debió ser un juego insignificante comparado con nuestras angustias”.

La Duncan, a partir del primero, tuvo muchos amantes; con uno de ellos intenta quedar en la misma habitación rusa (donde sólo pueden hospedarse parejas casadas); el encargado no les cree que sean casados (p. 178): “¡Oh, no, no! Ustedes no están casados. Lo conozco, lo sé. Tienen un aspecto demasiado feliz”.

Tiene un segundo hijo con un millonario, a quien sólo llama con una letra: L. Este parto ya lo tiene con medicamentos y mucha atención. Sus dos hijos suelen bailar, viéndola; intenta enseñar a Patrick, el segundo, pero él se niega (p. 225): “No; Patrick bailará sólo los bailes de Patrick”.

Cambia de amantes constantemente. El dolor terrible para ella es que sus dos hijos mueren en un accidente. Páginas sombrías.

Cuando ya ha probado el éxito en todas partes, hace un recuento (p. 283): “Había conocido en mi vida a los más grandes artistas y a la gente más culta y triunfadora, pero ninguno de ellos era feliz, aunque algunos lo simularan. Detrás de la máscara podría adivinarse, sin necesidad de gran clarividencia, la misma angustia y el mismo padecimiento”.

Por un accidente, conoce a un hombre de acción, que la ayuda. No es artista, como los muchos que conocía, que la rodeaban. Se sorprende (p. 290): “Hasta entonces no comprendí la existencia de personas que hallaran agradable la vida en sí, la vida por la vida misma”.

Terminó de escribir estas memorias en 1927 y en ese mismo año, el 14 de septiembre, murió en un accidente absurdo: la larga prenda que llevaba enrollada al cuello se enredó en la llanta del automóvil en marcha donde paseaba. Dijo la prensa (p. 301), “el tirón la hizo caer hacia atrás, estrangulada. Al ser recogida por los transeúntes que acudieron en su auxilio, se vio que tenía rota la columna vertebral. La muerte debió de ser instantánea”.

Ilustración: Alejandro Nudding

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En Antología poética del renacimiento hispánico (editorial Folio, 1999), preparada por Antonio Prieto, se han seleccionado, curiosamente, a muchos poetas del siglo de oro español que son poco o nada conocidos y se han dejado de lado, en su mayoría, a los grandes nombres (Quevedo, Góngora, Lope, etcétera).

En muchos de los escogidos, queda claro por qué no han sobrevivido al olvido (poca originalidad, sobre todo). Me encantan los viejos versos y me entretuvo el libro de cuidada edición, pero me quedé con los de siempre. Dice Garcilaso (p. 25): “El amor es el alma en toda cosa”.

En un largo poema de D. Hurtado de Mendoza (1503-1575) hallé estos versos (p. 89): “Poco ama el que no pierde el sentido,/ Y el seso y la paciencia deja atrás;/ Y no muere de amor, sino de olvido”.

Y gozo de nuevo con la “Oda a la vida retirada”, de Fray Luis de León (p. 209): “Y mientras miserablemente/ se estén los otros abrasando/ con sed insaciable/ del no durable mando/ tendido yo a la sombra esté cantando”.

 

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Me llamó la atención que en Escribir un guion de cine y televisión (Ediciones El Andén, 2008), de Valeria C. Selinger, mujer dedicada a la enseñanza de la escritura de guiones, dirección de actores y análisis de películas, haya dos errores sobre dos directores muy sabidos y conocidos. El primero dice que (p. 110) “en Él, de Buñuel, dos actrices interpretan el mismo personaje, son Ángela Molina y Carole Bouquet para el rol femenino”. No es así, claro. Ellas no aparecen en Él, sino en otra cinta de Buñuel: Ese obscuro objeto del deseo.

Lo otro es también sorpresivo. Dice que (p. 194) Back to the Future (Volver al futuro), no es de Robert Zemeckis, sino de ¡Stanley Kubrick! Fuera de estas dos imprecisiones, el libro me parece muy recomendable. Allí me encontré estos dos diálogos de la cinta Casablanca (1942, Michael Curtiz), que te comparto lector, lectora (p. 163):

“Strasser: ¿Cuál es su nacionalidad?

“Rick: Soy borracho.”

 

Y:

“Rick: El mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos.

“Ilsa: ¿Ha sido un cañonazo o es el corazón que me late?”.

Contactos: hectorcortesm@gmail.com

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