¿El adiós de Messi?

No sé por qué, pero da cierta cosa que Lionel Messi se vaya del Barcelona. No es su despedida, por supuesto, le quedan algunos años más de brillantez como el mejor jugador de futbol del planeta, pero es como sacudirse de una historia que comienza (¿y termina?) en el Barsa. Añoranza de ser testigo de una saga que nutrió lo que conocemos de futbol hoy en día, y rescató el mejor de los juegos posibles en un mundo deportivo donde los jugadores cyborgs predominan y en dónde el mercado hace posible que un jugador sea tal, en aras de congraciar a los dineros mundiales.

A mi generación no nos tocó ver a Pelé, tampoco a Diego Armando Maradona en competiciones de clubes, porque no había ni los canales televisivos ni las tecnologías de información, ni esta tradición actual de seguir mediáticamente las competiciones internacionales. Vamos, ni siquiera la Champions Ligue era referente. Pero con Messi, sí. De alguna manera, comenzamos a seguir todo lo concerniente al selecto club de los mejores equipos del mundo a través de esta competencia que rebasó todo nivel mediático posible en el futbol, como lo fue Messi-Ronaldo.

Esta saga deportiva logró engrandecer el futbol actual a grados no imaginados: dos cracks, dos fuera de serie, dos insuperables, jugando frente a nosotros. Seguimos todo el tiempo el “pique” entre Guardiola y Mouriño. Y aprendimos sobre ese extraño deporte que se juega con el cerebro pero que se dinamiza con las piernas.

Lo siento mucho, pero Lionel Messi, después de tanto enfrentamiento salió fortalecido, él solo, como el mejor jugador del mundo. Lo digo porque Cristiano Ronaldo, jugador arquetípico del futbol moderno, reúne las características de esa potencia posmoderna que dictó – quién sabe quién fue- que todo deportista de alto nivel debe ser fuerte, potente, alto…y hasta guapo. Jugador de competición, de retos y de galardones, Ronaldo tuvo la mala fortuna de ser parte de la generación de su alter ego al revés: bajito, enclenque, silencioso, escurridizo. Messi casi nunca habló en el Barsa, y cuando lo hizo relevó su lenguaje verbal en jugadas prodigiosas que nunca volveremos a ver.

Otra cosa son los clubes que, aunque Messi ganó absolutamente todo con Pep Guardiola, en general, el Real Madrid se lleva todos los honores de ser uno de los equipos más ganadores de la historia en la historia del futbol. Y Ronaldo, desde luego, ha contribuido como nadie para que ese palmarés sea intocable.

Pero no hablamos de eso. Sino de la revolución que Messi causó con la sincronía cultural latinoamericana del jogo bonitoy la gambeta por intuición. Bajitos todos, introspectivos al jugar, ninguna figura mediática por rostro bonito, el Barsa de Guardiola conquistó el mundo con su altanería del toque a destiempo y en primera persona. De su verbo hecho cadencia y como ideología para jugar: hasta para ganar hay estilo…y forma y espectáculo.

De ahí salió Messi. De esa extraña métrica que el entrenador Guardiola pudo traducir en un juego de conjunto para sacar a flote las increíbles dotes en quien, a la postre, se convirtiera en el mejor jugador de, quizá, toda la historia.

Mucho se ha escrito sobre ello y no quiero redundar en lo más obvio. Lo que quiero decir que del Barcelona muchos aprendimos a apreciar el futbol en una dimensión completamente distinta a la que nos acostumbramos desde que fuimos niños. Vimos a Messi hacer las jugadas más increíbles; también el despliegue de su genialidad a partir de los encuentros con el Madrid y después verlo ganar todo con su club de sus sueños. Por eso duele verlo despedirse así. Casi por la puerta chica, casi jurando venganza por una administración que escatimó su pedigrí para que el genio Messi no se sintiera a gusto en un equipo que, aparentemente, mandan los de “pantalón largo”. Es el capitán del equipo; se le debe respeto y, por supuesto, solicitar su opinión cada vez que se hace una modificación táctica en el orden de la onceava donde el brillará de todos modos. No está de más recordar que estamos ante Su Majestad y, si a esas vamos, todo el mundo le debe pleitesía y honrar su magnánimo y genial juego.

 

 

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