Isaías Serrano, el artista tipográfico que se marchó
A inicios de la cuarentena visité a don Isaías Serrano Pérez (23 de septiembre de 1940) en su casa de El Jobo, en donde me había recibido anteriormente para recordar a su tío, el poeta Santiago Serrano Ruiz. Prometimos que una vez que se diluyera el virus nos reuniríamos para rememorar sus tiempos de impresor y sus años de aprendizaje en la imprenta La Sirena; ya no será posible: falleció el pasado 3 de agosto.
A sus casi 80 años, don Isaías era pura generosidad, bondad y vitalidad. Cuando escribía mi libro sobre Chanti me acompañó al panteón municipal de Tuxtla Gutiérrez para localizar la tumba del poeta. No la encontramos, pero hicimos una caminata agotadora, que remediamos con dos cervezas en la cantina más cercana.
Antes habíamos platicado varias veces en el corredor espacioso de su casa; había desmenuzado sus recuerdos sobre sus padres Rafael Serrano Escobar y María Luisa Pérez Hernández; de su abuelo Ciro Serrano Pereyra, el primer profesor que tuvo Copoya y que era hermano de Arnulfo, padre de Chanti.
Sus raíces, me decía, estaban en Suchiapa. Ahí se habían multiplicado los Serrano, los Celín, los Benigno, los Eligio, todos inquietos, buenos lectores, alegres y traviesos.
Los Serrano se reconocían, se frecuentaban y apoyaban. Así, cuando don Isaías deseó continuar con sus estudios de primaria encontró en la casa del poeta cobijo, comida y trabajo. Era 1953. Tuxtla seguía siendo un pueblote de casas de adobe, de tejas y de vida parsimoniosa.
Fue inscrito en la Escuela Primaria Belisario Domínguez, ubicada en la Primera Sur y Calle Central, en donde ahora despachan los ejecutivos de Banamex. Para asistir a clases apenas debía caminar tres cuadras, porque la casa del poeta, en realidad la casa de Carmen Espinosa Natarén, estaba en la esquina de la Primera Sur y Tercera Poniente.
Santiago Serrano se había casado, ya cuarentón, con Carmen Espinosa, propietaria de la famosa imprenta La Sirena. Vivían entre máquinas, papel, tintas, y una docena de empleados que armaban carteles comerciales, tarjetas de invitación para bautizos y bodas, facturas, notas de remisión y hasta libros, periódicos y revistas.
De esa imprenta surgió la bella edición de Playa a la vista, el libro postrero de Santiago Serrano que reunió lo mejor de su creación poética y que contó con la supervisión de doña Carmen.
En los talleres de la Sirena don Isaías aprendió lo secretos de las artes tipográficas, y se convirtió en uno de sus más fieles servidores. Le tocó sufrir la muerte de su tío en 1957, después la de doña Carmen en 1965. Siguió dedicado a su oficio en La Sirena hasta 1974, cuando se fue a armar periódicos diarios con letras de plomo.
En La Sirena conoció a varios periodistas y escritores que llegaban para editar periódicos o libros. También a la despampanante y bella Irma Serrano, que estudió en los cincuenta en el ICACH.
En 1984, don Isaías fundó la imprenta Liberación en la Quinta Norte entre Séptima y Octava Poniente. Su trabajo en las artes tipográficas le permitieron comprar una casa espaciosa y brindar educación a sus diez hijos (Róger, María de Lourdes, Rodolfo Bernal, Patricia, Isaías, María del Socorro, Blanca Esther, Roberto Carlos, Adriana Lisette y Paulo César) que procreó con la señora Esther Escobar Sánchez, en un matrimonio que duró más de 50 años.
La noticia de su muerte, ocurrida por infarto, me ha conmovido. Desde aquí, desde este encierro, lo recuerdo con gratitud y con tristeza por su partida, y lo veo sentado en su sillón café, desde donde hablamos de su vida y de la vida del poeta Santiago Serrano.
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