El libro eterno

Casa de citas/ 497

El libro eterno

Héctor Cortés Mandujano

 

¿Cómo era posible ver a Juana de Arco viva si tenía cientos de año muerta?

Aurelio de los Reyes,

en Los orígenes del cine en México

 

En Los orígenes del cine en México (1896-1900), de Aurelio de los Reyes, publicado en Lecturas Mexicanas 61 (FCE, 1983), el autor toca otros temas. Por ejemplo, uno que ahora tiene una terrible actualidad (p. 15): “Otro de los métodos para aminorar la censura a los actos de administración consistió en el asesinato de los periodistas; los crímenes permanecieron inmunes y sus autores nunca fueron aprehendidos, ni los casos investigados. Este eficaz método se empezó a utilizar hacia 1894, con el reportero Emilio Ordóñez”.

Mataron a otros (p. 17): “Luis González fue ‘Fusilado a machetazos…’ y Jesús Olmos Contreras ‘Despedazado con más de cuarenta puñaladas’ apuñalado hasta en la boca […]’ ”.

La investigación, prolija en datos, acuciosa y escrita con amenidad, nos dice que, antes y durante la eclosión del gusto por el cine, eran un éxito (p. 65) “las ascensiones aerostáticas de don Joaquín de la Cantolla y Rico”, que aún ahora llevan su apellido. Dice una nota de 1899 (p. 67): “El señor De la Cantolla y Rico se parece al premio de lotería en que nadie sabe dónde va a caer”.

En 1896 se escribió una crónica sobre el cinematógrafo (p. 111): “Con un aparato así, se hará la historia y nuestros postreros verán vivos y palpitantes, los episodios más notables de las naciones, suprimiéndose el libro… por inútil…”.

El 28 de diciembre de 1895 nació el cine (p. 126): “El espectáculo cinematográfico llegó relativamente pronto a México, ocho meses después de la primera exhibición pública en París”.

Ilustración: HCM

***

 

John Falstaff fue el personaje que más apareció en las obras de William Shakespeare: en Enrique IV (partes una y dos, que son obras distintas), en Enrique V y en (se supone que por petición de la reina Isabel) Las alegres comadres de Winsor.

Fue el favorito de muchos, en especial de mi admirado Harold Bloom. Falstaff fue compañero de parrandas del joven Hal, como lo llamaba de cariño, quien luego se convertiría en el rey Enrique V. Falstaff era viejo, panzón, borracho, putañero. Por eso, en la segunda parte de Enrique IV su antiguo compinche, ya investido como rey, lo desconoce y el pobre viejo muere, desconsolado, deprimido, dolido, en un antro de mala muerte, en Enrique V.

En la cinta El rey (2019, dirigida por David Michôd), el actor Joel Edgerton escribe un guion que a mí me encantó, porque resume con maestría las tres obras sobre Enrique IV y V (Las alegres… es un juguete aparte) y hace que parezcan las escenas tan fluidas, y la película, algo tan claro, tan fácil. Edgerton, además, asume con eficacia el papel de Falstaff, pero no lo hace morir tan ignominiosamente como en la obra de Shakespeare, sino lo dota de una enorme dignidad, de una valentía que aquel personaje no tiene.

Si Tarantino creo una historia distópica en Érase una vez en Hollywood sobre el destino final de la actriz Sharon Tate, Edgerton (que no es tan viejo ni tan panzón como el otro) hizo una distopía muy linda sobre Falstaff, que yo disfruté enormemente.

 

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Por amor a Comitán (Libros AAA, 2006) es una trilogía de Armando Alfonzo Alfonzo, constituida por “Sólo para comitecos”, “El rincón más suave de mi patria” y “Comitecadas en verso”.

El primero lleva tres ediciones y la primera se hizo en 1969. Son 34 narraciones escritas por Armando Alfonzo, quien desde el inicio dice en su introducción “Lector amigo” (p. 7): “Lo invito a que compruebe que no soy escritor”, un baño de humildad que da más mérito a los textos escritos con corrección y con muy buen humor. Me reí leyéndolo.

En “Comitán”, dice que se obstruía el desagüe que sus primos y él llamaban (p. 9) “ingenuamente ‘el hoyo de tía Elenita’ ”.

Hay, por supuesto, una serie de giros lingüísticos que no entiendo, pero hay un lenguaje común en Chiapas, que es muy claro para quienes nacimos aquí (p. 42): “¡Caso entiende el mudenco!”, por ejemplo, o (p. 54): “M’iba yo machucar la mano derecha pero lo quité ligero y metí la izquierda… ¡Caso soy tan mudo!…” o (p. 56): “Cuando oyó el paletero salió corriendo, se trompezó y veasté ¡Brangam! el muchachito y chilín chilín el plato”.

Hay diálogos geniales. Tomo uno como muestra. La mujer va a comprar tortillas al mercado; halla las perfectas y pregunta a la campesina que las vende (p. 61):
“—¿Tan hechas a mano?

“—Sí, niña.

“—Oí vos… ¿tenés marido?

“—¡Sí, niña!

“—Ish… ¡qué asco! –contestó y se alejó en busca de una tortillera soltera.”

“El recuerdo más suave de la patria” es una serie de fotografías de Comitán, con breves textos del autor. Como el libro está muy bien impreso, las imágenes (y los textos) son muy disfrutables.

El que cierra este tomo es “Comitecadas en verso”, segunda edición, pues la primera se imprimió en 1984. El autor se disculpa de nuevo (p. 199): “Si en prosa escribo tan mal/ en verso y por vez primera/ la cosa va’star más fiera/ y el resultado, fatal”. No es así, por fortuna.

Hay versos para canciones, bombas, versos sentimentales, amorosos, tiernos, cursis y malcriados. Aquí una bomba simpática (p. 216):

 

El tamal que me mandaste

Aunque yo no sé con quién

No es tamal, porque está bien

Y está bien, porque es tamal.

 

Tal vez porque no soy de Comitán, recomiendo el libro a los no comitecos.

Contactos: hectorcortesm@gmail.com

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