La Escuela Nacional de Antropología e Historia debe perdurar

Como egresado de la Escuela Nacional de Antropología e Historia y como antropólogo formado en México, me siento en la responsabilidad de abogar por la ENAH  y su permanencia como recinto académico. Desde sus orígenes en 1910 al fundarse la Escuela Internacional de Arqueología y Etnología Americanas, en la que intervinieron Franz Boas, Edward Seeler,  George Engerrand y Alfredo Chavero, la ENAH ha cumplido un papel estratégico en la formación de antropólogos no sólo en México sino en América Latina, además de significar una importante alternativa a los departamentos y escuelas de antropología tanto de Europa como de los Estados Unidos. La actual ENAH es una institución enmarcada en el sexenio luminoso de Lázaro Cárdenas al fundarse en 1938 el Departamento de Antropología Biológica en la Escuela de Ciencias Biológicas del Instituto Politécnico Nacional, en la que intervinieron figuras de la importancia de Paul Kirchhoff, Wigberto Jiménez Moreno, Johanna Faulhaber, Barbro Dhalgren o Juan Comas, hace ya 82 años. En 1942, la Escuela Nacional de Antropología pasa a pertenecer al Instituto Nacional de Antropología e Historia, fundado en plena época cardenista por Alfonso Caso -en 1939-su primer director. De eso hace 78 años. Finalmente en 1946 y mediante un convenio con la SEP y El Colegio de México, la Escuela Nacional de Antropología agrega a su plan de estudios (hoy le llaman “mapa curricular”) la enseñanza de la Historia y pasa a nombrarse Escuela Nacional de Antropología e Historia. Hace ya 74 años. Si remontamos los orígenes de la ENAH a la Escuela Internacional de Arqueología y Etnología Americanas, hablaríamos de 110 años de antigüedad de la institución. La época cardenista, magistralmente analizada por Ricardo Pérez Monfort en los dos volúmenes que ha escrito sobre la biografía de Lázaro Cárdenas (Lázaro Cárdenas. Un Mexicano del Siglo XX, México, DEBATE/Penguin House, 2018,), fue muy importante para explicarnos no sólo el indigenismo, el Congreso Interamericano de Pátzcuaro en 1940 o en general, la fundación de instituciones relacionadas con la antropología, disciplina que fue ampliamente estimulada además de ser aliada del Estado Nacional naciente en esos momentos. Por cierto, el haber situado a la ENAH en el INAH y haberle localizado sus aulas en el Museo Nacional de Antropología e Historia antes de las que ahora ocupa en Cuicuilco, respetó los orígenes de la profesionalización de la antropología en México desde los tiempos de Porfirio Díaz como lo analiza Mechthild Rusch (Entre el Campo y el Gabinete. Nacionales y Extranjeros en la Profesionalización de la Antropología Mexicana (1877-1920), México, UNAM, 2007). Por las aulas de la ENAH han pasado antropólogos como Carlos Aguilar de Costa Rica, Miguel Acosta Saignes de Venezuela, Pedro Carrasco, republicano español exiliado en México al igual que Pedro Armillas, Ángel Palerm, José Luis Lorenzo Bautista o Claudio Esteva-Fabregat; Anne Chapman se graduó en la ENAH. El propio Director actual del INAH, Diego Prieto, es egresado de la ENAH. La lista a lo largo de estos años es larga. Han enseñado en la ENAH Paul Kirchhoff, Wigberto Jiménez Moreno, Pablo Martínez del Río, Román Piña Chán, Carlos Navarrete, Leonardo Manrique, Barbro Dhalgren, Joanna Faulhaber, Isidro Galván, Ricardo Melgar Bao, Guy Rozat, Mercedes Olivera, José Rendón, Margarita Nolasco, Luis González y González, Enrique Valencia, Guillermo Bonfil, Julio César Olivé Negrete, Beatriz Barba de Piña Chán, Rosa Camelo, Carlos Martínez Marín, Gilberto López y Rivas, y una larga lista de historiadores, antropólogos, sociólogos, científicos políticos, psicólogos, todos, con aportes docentes de señalada importancia. Además, la ENAH ha sostenido su trayectoria de elaborar una antropología crítica. En sus aulas se inició y se consolidó la crítica al indigenismo como una política de Estado asimilacionista, la revisión de una arqueología dirigida a satisfacer afanes turísticos o el rechazo a la castellanización forzada de los niños pertenecientes a los pueblos originarios. En una palabra: La ENAH ha mantenido su compromiso con los movimientos sociales en América Latina. En México mismo, la ENAH fue puntal en el Movimiento Estudiantil de 1968.

Me parece que una gran parte del país es consciente de los difíciles momentos que vivimos, con un gobierno que ha declarado la guerra a la corrupción y que trata de transformar la administración pública dentro de los límites de la economía política actualmente vigente. Tarea nada fácil que vino a complicarse con la pandemia que asuela al planeta. En condiciones así, la perspectiva económica no es optimista. Con todo, existen instituciones estratégicas que deben permanecer y la ENAH es, sin duda, una de ellas.  Por ello, la demanda de su comunidad académica, resaltando el papel de los estudiantes, es muy importante de escuchar y de atender. No es exagerado afirmar que la clausura de una institución de la importancia de la ENAH sería muy grave, no sólo para México, sino en general, para quienes estamos convencidos que sus aulas son vitales en la forja de una antropología crítica, analítica, cercana a los grandes problemas sociales y culturales que afronta la macroregión más desigual del planeta: América Latina. La ENAH debe permanecer y continuar siendo lo que es: un centro forjador de científicos sociales sensibles, atentos y actuantes ante los grandes problemas contemporáneos.

Ajijic. Ribera del Lago de Chapala. A 13 de septiembre de 2020.

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