¿Rebelión en la granja?

En esta ocasión, mi contribución para Chiapas Paralelo retoma como interrogante el título del espléndido libro del escritor inglés, George Orwell. El novelista cultivó en su vida profesional tanto el periodismo, como la construcción ficcional de las injusticias sociales de su época. Mi encabezado solamente pretende ser una alegoría a las infortunadas circunstancias que vive el más novel de los partidos políticos en México. Hasta para dirimir diferencias deben existir reglas mínimas de convivencia para resolver los conflictos, cosa que parecen haber olvidado los morenistas que han convertido la disputa por la dirigencia en un pleito callejero. No es que esto sea novedoso, puesto que prácticamente todos los partidos a menudo tienden a aplicar la máxima que no hay razones para discutir cuando las cosas se pueden resolver a golpes, pero sería deseable que el espectáculo que hoy nos brindan pueda conducirse de una forma más amable, digamos y sobre todo, respetando los acuerdos.

Sin embargo, quizás sea demasiado pedir respecto a los acuerdos, a la voluntad de pactar reglas mínima de convivencia para decisiones importantes, o peco de ingenuidad, cuando lo que a menudo vemos es la diatriba contra los adversarios, la soberbia, la lucha descarnada por el poder, la descalificación y la mentira como principios rectores a fin de allanarse el camino hacia el control absoluto.

Aunque se reconoce a Orwell como un escritor inglés, lo cierto es que nació en una comunidad de la India, pero siendo este país una colonia británica, resulta lógico pensar que debido a esas circunstancias adquiere dicha nacionalidad. Aunque, también, es posible que la ascendencia de su padre y su condición de funcionario del Estado británico le ofreciera la posibilidad de ser reconocido como ciudadano inglés. Su madre, por su parte, había nacido en indochina, pero de padres franceses, mientras el país de la libertad, la igualdad y la fraternidad se imponía en los territorios de lo que ahora son naciones independientes como Birmania, Vietnam, Tailandia, Malasia, entre otros. Su nombre de pila era, Eric Arthur Blair, pero su pseudónimo más conocido fue el de George Orwell. Sirva esto simplemente como antecedentes biográficos de uno de los primeros críticos del régimen soviético en plena era estalinista.

No obstante, la obra de Orwell contribuye o ayuda comprender fenómenos dominados por las pasiones humanas en ocasiones desbordadas y llevadas al extremo. Su novela de manera figurada muestra el tipo de relaciones que se presentan en una dictadura centrándose en la experiencia Rusa y la rebelión que siempre o bien es abortada, o resulta erradicada mediante la violencia. Situada en el espacio rural donde un granjero (el señor Jones) cría cerdos, vacas, caballos, gallinas, pájaros, etc., y se aprovecha de los beneficios que estos le proveen, al mismo tiempo en que cultiva la tierra para el sustento propio y de sus animales; Orwell retrata mediante esos recursos el tipo de relaciones, los conflictos y el extremismo ideológico con el que se construye un sistema de explotación y vasallaje sustentado en un ideal de justicia y armonía colectivas que se niega en la práctica.

El texto en cuestión estuvo a punto de no ver la luz nunca debido al rechazo de varios editores. En general, los argumentos para censurarlo tenían su origen a la postura del autor  de la obra en que aludía casi explícitamente a José Stalin, expresado a través de una figura retórica materializada en un cerdo. Rebelión en la granja constituye una de las primeras y valientes críticas desde la izquierda al régimen soviético producto de la revolución rusa.

La fábula recrea los conflictos que se generan por una concentración de poder excesiva, a través del tipo de relaciones que se establecen entre un granjero y sus animales. La inteligencia y el liderazgo de los cerdos hace notar las injusticias a sus congéneres, lo cual hace estallar una revuelta en la granja y terminan expulsando al dueño, el granjero Jones. Acto seguido, los cerdos toman el poder y terminan por organizar a los animales de una forma tan o más despótica que como lo hacía el señor Jones. Peor aún, bajo la idea de liberarse de su verdugo y de participar de una vida entre iguales, los cerdos construyen un ingenioso sistema que a ellos ofrece todos los privilegios, mientras que al resto solamente la ilusión de un bienestar futuro sin necesidades superfluas. La moraleja de esta historia es que toda transformación social engendra sus propias elites y estas, con frecuencia, terminan por convertirse tiranos de quienes se sirven para llegar al poder. Así, la democracia será imposible mientras no existen genuinos instrumentos y mecanismos de control social que limiten el enorme poder que pueden llegar a acumular los dirigentes.

Todo esto viene a cuenta porque en los últimos días nos hemos enterado de las dificultades que enfrenta Morena con el fin de elegir a su dirigencia nacional. El partido del hoy presidente de la república, se compone de una variada estirpe de personalidades y militantes con antecedentes ideológicos y políticos muy heterogéneos. En el partido convergen viejos y nuevos militantes de izquierda (partidaria y de los movimientos sociales), nacionalistas revolucionarios, católicos y protestantes, expanistas y una extensa red de cuadros forjados en la lucha social o en las burocracias partidarias.

Al dejar la dirigencia de Morena para competir por la presidencia de la república, sucedió a Andrés Manuel López Obrador, Yeidckol Polevnsky, como presidente nacional del partido. Sin embargo, desde el año pasado se empezaron a manifestar algunas inconformidades en contra de la presidenta del partido, lo que en cierta forma originó su salida a principios de este año. En realidad, Polevnsky dejó la dirigencia de Morena en un clima de sospechas por corrupción y de denuncias que se hicieron públicas bajo esos cargos. En su lugar, ocupó la presidencia de manera interina, Alfonso Ramírez Cuellar, a fin de brindarle estabilidad al partido, pero sin tener la capacidad de procesar el relevo en su dirigencia.

Mientras esto ocurría, algunos de sus dirigentes comenzaron a hacer alianzas y establecer acuerdos con la base militante en algunos de los estados del país, situación que despertó algunas controversias y volvió a someter al partido a un clima de tensiones internas y externas. Producto de estos conflictos fue el retiro de Bertha Luján, a la postre una de las contendientes fuertes de la dirigencia dada su cercanía al presidente de la república.

Después de todo, el debate era si se debía realizar una elección abierta o debía cambiarse la dirigencia mediante el método de la encuesta. Al menos públicamente, Andrés Manuel López Obrador ha actuado con mucha cautela, pero fue él quien aseguró que las encuestas, mientras no estén “cuchareadas”, resultan un instrumento adecuado de elección y ha recordado que para las elecciones de 2012 él mismo compitió con Marcelo Ebrard, resultando ganador utilizando las encuestas para ese propósito.

Renovarse o reformarse…

Con ese aval, se pactó al interior del partido que el INE se hiciera cargo de las encuestas, no solamente con el fin de garantizar imparcialidad sino, además, equidad; de tal manera que las mujeres pudieran tener la certeza de que sus derechos a la representación política serían efectivos y respetados.

Esta posibilidad abrió el proceso de la elección interna de tal forma que una multitud de militantes y dirigentes contemplaron la peregrina idea de ser electos. Sin embargo, desde la primera encuesta fue claro que para muchos su participación no solamente resultaba una osadía sin límites, sino algo tristemente anecdótico y simplemente para incluir en el currículum semejante despropósito.

Por otra parte, la secretaría general se resolvió sin mayores contratiempos, quedando como ganadora la diputada, Citlalli Hernández, representante distinguida del ala radical del partido.

Sin embargo, la carrera por la presidencia del partido está siendo disputada con “sangre” por un viejo lobo de mar, Porfirio Muñoz Ledo, mientras que a los moderados los representa, Mario Delgado, el líder de la fracción parlamentaria de Morena en la Cámara de Diputados.

Todo iba relativamente bien, hasta que en la segunda encuesta el INE determinó que dado lo cerrado de las preferencias no podía declararse un ganador. Por lo tanto, era menester realizar una tercera encuesta a fin de resolver el empate técnico hasta ahora alcanzado. Don Porfirio, emulando al hoy jefe del ejecutivo, se declaró presidente legítimo del partido, tomaría posesión e invitó a la militante a que le acompañara a tomar la sede del partido. La convocatoria a la rebelión de don Porfirio debió ser cancelada, después de percatarse de que a la sede del partido ya se le habían adelantado otros grupos. Más aún, llevar a cabo esa intentona de golpe hubiese enfrentado a la base militante y posiblemente hasta derivado en violencia.

Nadie puede negarle a don Porfirio sus innegables contribuciones a la lucha democrática del país. Fue uno de los creadores de la corriente democratizadora al interior del PRI, participante del Frente Democrático Nacional, fundador del PRD y astuto e infatigable polemista en cualquier espacio en que se encuentre. A sus 87 años, a Porfirio Muñoz Ledo no lo derrota nadie más que el tiempo, pero la vanidad lo traiciona a cada momento. Sabe muy bien que el final está cerca, pero aun arde en deseos de ser pieza clave no en el futuro del partido, sino en la elección del próximo candidato de Morena a la presidencia de la república. Sus pasiones no hacen más que evidenciar que se trata de un personaje que vive intensamente la política y es ferviente servidor de ella.

Mario Delgado, por su parte, es un político joven que ha crecido de la mano del ahora canciller. Economista de profesión, formado en el ITAM (¿cómo, un neoliberal en Morena?) y con estudios en Inglaterra, pertenece a la corriente moderada de Morena.  Sus principales cargos en el gobierno fueron cuando Marcelo Ebrard despachaba en el viejo edificio del ayuntamiento en la Ciudad de México.

Ambos contendientes se han acusado del uso excesivo de dinero, pero Porfirio ha sido en más mordaz. Por lo pronto, parecen retornar las aguas a sus causes normales, pero no deja de ser inquietante la forma en que se han conducido los candidatos.

Frente a este escenario ¿Cómo se nos puede hablar de democracia si los partidos han dado muestras evidentes de su incapacidad para elegir a sus propios dirigentes? ¿Puede alcanzarse la tan anhelada democracia cuando los actores políticos a menudo ignoran a sus representados o los consideran incapaces? ¿Es posible la democracia cuando los partidos que dicen inmolarse por ella piden a gritos un líder fuerte que los conduzca hacia la tierra prometida de la redención humana?

Es verdad que Morena no es ni mejor, ni peor partido a los existentes; pero tiene una base social envidiable para muchos de ellos. A Morena le sucede lo que a toda formación partidaria, al final de cuentas es una estructura burocrática para la representación política que escapa al control social. La ciudadanía solamente es invocada y se le otorga el papel de votantes o clientes en temporada de elecciones. Más aún, su principal líder y ahora presidente de la república cuenta con un respaldo popular que no solamente le permitió llegar a ocupar ese cargo, sino que ahora trata de cumplir la hazaña de transformar la vida pública de México. No es una tarea sencilla, pero son loables los intentos por desterrar la corrupción y disminuir las desigualdades existentes en el país, aunque para todo efecto práctico su partido termine siendo más bien un pesado fardo que no puede dejar de cargar.

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