Pásele, pásele marchantita

Mercados. Foto: Cortesía

La lluvia había dado tregua ese fin de semana. Carmina se alegró, por fin podría salir al mercado a hacer las compras para la despensa y cubrir el pendiente de su prima Eleonora que vivía en Querétaro. Hacía más de un mes que le había pedido un encargo de chocolate chiapaneco.

Ir al mercado era una de las actividades que disfrutaba Carmina. En cada uno encontraba un mosaico de colores, olores y riqueza en la mezcla de las culturas reflejada en los productos que se podían hallar. Además, comprar en ellos era una forma de  contribuir a la economía local. De ahí que no era en vano cuando solían recomendarle que al visitar otro lugar no podía perderse ir al mercado.

Esa mañana entró al mercado del centro y observó que no había tanta gente para ser fin de semana. Se fue al puesto de camarón seco, saludó al vendedor con el que solía comprar,

–Buenos días– , dijo Carmina.

–Buen día, ¿cómo le va? ¿Todo bien?

–Sí, muchas gracias. ¿Cómo va el negocio con esta temporada de lluvias?

–Al mal tiempo buena cara– respondió el vendedor.

Carmina terminó de comprar y se despidió. Mientras buscaba el puesto de las especias, para el pedido del chocolate, se quedó repasando la frase del comerciante del camarón. Otra característica que le gustaba de los mercados era la riqueza del habla local, el uso de refranes, los modismos o regionalismos que se intercambiaban.  Riqueza que estaba vinculada a lo cotidiano y era una manera creativa de expresarla. Así, fueron viniendo a su mente algunos refranes que había aprendido en casa, a todo se acostumbra uno menos a no comer; en casa del jabonero, el que no cae resbala; ¡ya nos cayó el chahuistle!; salió con que a Chuchita la bolsearon; la mula no era arisca, las patadas la hicieron; cuando el río suena es que agua llueva; candil de la calle, oscuridad de su casa; no se puede chiflar y tragar pinole a la vez; solo el que carga su morral sabe lo que trae; árbol que nace torcido jamás su tronco endereza.

En eso estaba cuando llegó al puesto de las especias recibiendo el saludo de la vendedora,

–Pásele, pásele marchantita, ¿qué va a llevar?

–Quiero dos kilos de chocolate artesanal, de bolita, por favor.

Mientras esperaba su pedido, los ojos de Carmina se deleitaban observando la diversidad de especias que tenían en el puesto, entre ellas canela, pimienta, jengibre, clavo, cardamomo; los colores de los granos de maíz, la variedad de chiles secos, el totomoxtle (las hojas secas del maíz para envolver tamales) y un sinfín de productos locales que daban el toque especial a los platillos y bebidas. Los olores se mezclaban creando una atmósfera agradable a su olfato.

–Eleonora, segurito que me pedirías otros productos, además de chocolate, si conocieras este puesto –, dijo para sí Carmina, al tiempo que sonreía pensando, ojos que no ven, corazón que no siente.

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