Maradona

La noticia corrió por el planeta como reguero de pólvora: Maradona había muerto. El controvertido personaje, a la vez idolatrado por millones de personas, falleció el 25 de noviembre pasado en Dique Luján, Argentina. Había nacido un 30 de octubre de 1960 en Lanús, República de Argentina. Como jugar de futbol, Diego Armando Maradona ha sido reconocido como el más hábil, el mejor protagonista en las canchas del deporte más popular del mundo. Diego Armando nació en el seno de una familia pluricultural que exhibe ascendencia gallega, croata y de pueblos indios de Argentina. La familia era originaria de Esquina, en la Provincia de Corrientes, ícono del país. Vivía la familia, trabajadora, de clases situadas en la pobreza, en un lugar del Gran Buenos Aíres llamado Villa Fiorito, situado en Lomas de Zamora. Desde niño, “el pelusa”, uno de sus apodos, jugó en el llano, en el potrero, en donde conoció la libertad que otorga patear la pelota, correr tras de ella, gambetear, dominar el balón, hacerlo parte del cuerpo, juguetear a placer con ella, mientras el mundo rueda y uno se olvida de todo. Maradona desarrolló su peculiar habilidad  en un potrero llamado “Las Siete Canchitas”, exhibiendo una facilidad notoria en el dominio de la pelota. Su primer equipo fue el Argentino Juniors en donde debutó en 1969. “Los Cebollitas” era el sobrenombre de aquel equipo que disputó los torneos nacionales que llevan el nombre de Evita, la legendaria Eva Perón, bajo cuya sombra aquel equipo de pelusas ganó el torneo además del campeonato de la llamada en Argentina octava división, en el año de 1974. Diego Armando jugó desde sus inicios, desde su primera entrada a un campo profesional de futbol, con el número 10, mostrando un espíritu de ataque notable. Tuvo una carrera descollante. Logró sus primeros grandes triunfos en el Argentino Juniors, cuando sólo tenía 14 años de edad. En los años 1970, las primeras notas periodísticas aludiendo a su habilidad decían que aparecía en las canchas argentinas un “pibe” espectacular, que hacía lo que quería con la pelota. Su carrera fue vertiginosa. Jugó en el Boca Juniors, el equivalente a las Chivas Rayadas del Guadalajara en México, el acérrimo rival del River Plate, el aristocrático equipo que equivale al América, también de México.  El número 10 que lució en la espalda toda su vida  cumplió con Maradona lo que significaba: es el número que porta el jugador clave de un equipo, el que arma el juego, el que lleva la batuta, el que construye. En el Campeonato Mundial celebrado en México en 1986, Maradona, “el Cebollitas” como también se le decía, maravilló al mundo. Sucedió con él, el retorno de un futbol que prevaleció en los orígenes del juego: al dribling, la gambeta, el lucimiento personal. En las canchas mexicanas, Diego Armando, aquel “peladito” que diríamos en México,  sembraba a sus rivales, se convertía en un torrente para escurrirse entre las piernas de los contrarios y anotar el gol, aunque fuera con la mano. “La mano de Dios” quedó para siempre como una frase que describió aquel momento en que Argentina, con gol marcado por Maradona, arrebató la copa mundial a Inglaterra. Maradona había cruzado el campo de juego con la pelota regodeándose en sus pies, con aquel balón pegado a su cuerpo, con el lucimiento de la gambeta.  Eran los orígenes del futbol lo que vimos en aquel día inolvidable en el Estadio Azteca. Fue la jugada de todos los tiempos. Fue la culminación de una voluntad de vivir, de disfrutar la libertad al aire libre como dijo Antonio Gramci, el gran pensador italiano. Ese 22 de junio de 1986 en el Estadio Azteca, Maradona lavó el honor de Argentina que había sido humillada por Inglaterra durante la llamada “Guerra de las Malvinas”. El “Pelusa” le anotó dos goles soberbios a los anglos, dejándolos sembrados en el campo de juego. El gol del siglo XX, se produjo con la intervención de “La Mano de Dios” a los 51 minutos. La multitud hizo un silencio expectante al observar como Steve Hodge, el defensa inglés, rechazaba un balón pero hacia su propia portería. Como un relámpago, apareció el “Pelusa” amagando al portero y con la mano izquierda-simbólicamente-derrotó al arquero: ¡Gol, Gol, Gol¡: estalló la gradería en el Estadio Azteca. “La Mano de Dios” no fue observada por el árbitro que decretó bueno aquel gol supuestamente marcado con golpe de cabeza. Fue gol, diría Jorge Campos, el gran portero mexicano, porque así lo marcó el árbitro. Fue el gol del siglo.

Diego Armando Maradona jugó para el Barcelona pero sin brillar más que otros compañeros suyos. No llegó en el equipo catalán a lucir como hoy lo hace Lionel Messi, argentino también, catalogado como el mejor jugador de futbol en la actualidad. Pero Maradona dejó una huella indeleble en Italia, en la Ciudad de Nápoles, en cuyo equipo de futbol jugó como nadie. En los días en que se retiró, el “pelusa” dejó una estela de gritos y aullidos, Gol, Gol, Gol, exclamaba la multitud, los “tifossi” italianos, en los estadios, celebrando el juego del dribling, la gambeta, de la que también fue un artista el gran Garrincha. Diego Armando terminó sus días en el futbol en un lugar inesperado: en Culiacán, Sinaloa, México, entrenando a los Dorados, el equipo local que aspiraba al ascenso y en el que durante seis meses, en otro tiempo, jugara Pep Guardiola, otro grande del futbol. Maradona llevó a un equipo por el que nadie daba nada, al subcampeonato de la Liga de Ascenso del Futbol Mexicano, en un par de partidos intensos contra el Atlético de San Luis Potosí que ganó aquel campeonato en 2018. Fue la última actuación de Diego Armando Maradona en el mundo del futbol. Regresó en 2019 por breves días a Culiacán, pero ya no pudo más. Se apagó una estrella como se apagan las luces del estadio al terminar el partido. El “pelusa” dejó las canchas. Dijo Pelé que se encontrarán en el cielo y allí jugaran para distraer a Dios y los ángeles. Se fue Diego Armando que tenía tatuados los rostros de Fidel Castro y del Che Guevara en sus tobillos. Siempre que pudo, habló a favor de la Revolución Cubana. Visitó a Fidel que lo recibió siempre con afecto. En Cuba fue sanado de sus adicciones. Cuando uno lee la biografía de Diego Armando Maradona no puede uno dejar de pensar ¡que personaje! Tan latinoamericano, tan universal, tan fiel a sus orígenes. El día en que murió, el gobierno argentino decretó 3 días de luto como máximo homenaje a un “pibe” que llevó en sus botines el honor de la identidad nacional argentina. El día de su entierro, una multitud impresionante desafió al COVID-19 y lo acompañó con los gritos y cantos futboleros hasta su última casa. En Maradona, todo un pueblo imaginó su identidad. Las canchas siguen abiertas. El grito de ¡gol! se seguirá escuchando. Los equipos seguirán saltando al terreno de juego. El mundo seguirá su curso. Las multitudes seguirán encontrando en el futbol su propio destino. Así es. Que descanse en paz Diego Armando Maradona, el más grande jugador de futbol que ha recorrido las canchas del Planeta.

Ajijic. Ribera del Lago de Chapala. 28 de noviembre, 2020.

P.D. La vida de Diego Armando Maradona inspiró al notable antropólogo argentino, Eduardo Archetti a consolidar las bases del análisis antropológico del futbol. El texto de Eduardo Archetti, “El potrero y el pibe. Territorio y pertenencia en el futbol argentino” es una de las piedras angulares del análisis antropológico del futbol. Fue publicado en la Revista Horizontes Antropológicos, volumen 14, número 30, Porto Alegre, julio/diciembre, 2008. Así mismo, sugiero el documental “Maradona en Sinaloa”, que exhibe los últimos días del “Pelusa” como entrenador de futbol en un equipo modesto, al que elevó a las máximas alturas. ¡Excelente! este film dirigido por el director de cine británico Angus McQueen y estrenado el 13 de noviembre de 2019.

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