¿A qué sabe la Navidad?

Foto: María Gabriela López Suárez

La noche se acercaba tranquila y hermosa: era el 24 de diciembre, es decir, que pronto la noche de Navidad cubriría  nuestro hemisferio con su sombra sagrada  y animaría a los pueblos cristianos con sus alegría íntimas.

Fragmento de Navidad en las montañas, de Ignacio Manuel Altamirano.

 

Verónica y su familia aprovecharon que el día había amanecido soleado para poner en marcha su paseo por el bosque. Venían postergando su salida debido a la temporada de lluvias que parecía no cesar. Así que ese sábado, por fin, se logró la salida.

Llegaron al destino, la familia se había congregado como hacía tiempo no lo hacían, los tíos,  primos, sobrinos. Era un gran jolgorio. Cada quien fue instalándose, colocaron mantas sobre el pasto y fueron acomodando los alimentos para compartir.

Una vez sentados cómodamente en el pasto, comenzaron a desayunar. Había variedad de alimentos, tipo buffet, quesadillas, chicharrón con ensalada de pico de gallo, frijoles refritos,  nopales asados, frutas, pan regional, bebidas de chocolate, café, jugo de naranja. Y para el postre un pastel de zanahoria que Verónica había preparado. Mientras compartían los alimentos, algunos salían con bromas o comentarios chuscos, otros más recordaban que era un lindo día  por la  oportunidad de reunirse nuevamente y  hubo quien evocó la memoria de familiares que habían partido físicamente, mencionándolos con cariño.

Verónica estaba muy feliz, observó a toda la familia, era un gran regalo. Disfrutó el olor a pino que les brindaban los árboles que les rodeaban. Eran árboles altos y con ese tono verde tan hermoso que parece que uno solo podrá hallar en las películas o cuentos. El canto de los pájaros era parte del paisaje sonoro que les acompañaba; cerca de ahí corría un arroyo. Era un escenario muy bello y lleno de vida.

Justo faltaba poco tiempo para celebrarse la Navidad. Mientras observaba  a sus familiares y reía con las ocurrencias que escuchaba, Verónica se quedó pensando en el significado que tenía para ella esta festividad. ¿A qué sabe la Navidad? Lejos de tener la imagen de la niñez, de recibir regalos, que por cierto, no dejaba de causarle emoción, ahora la apreciaba de distinta manera. Los regalos no eran precisamente los presentes materiales que recibía, ni el llenarse de adquisiciones que luego quedaban arrumbadas, sino todos esos instantes y presencias de los que podía disfrutar, como esa mañana en familia.

La Navidad, ahora, sabía a gozar de salud, a compartir tiempo y espacio con los seres amados, a escuchar el canto de las aves, el sonido del mar cuando mueve las olas, a sonreír al contemplar un paisaje, al ser solidaria ante una necesidad, al escuchar a quien la necesitara. Cada una de esas experiencias era un regalo para agradecer. La Navidad había adquirido otro sabor, y no precisamente tenía que esperarse hasta el mes de diciembre para darse cuenta que en todo el año se podía vivir.

La tía Federica  pidió a Verónica que fuera ella quien partiera el pastel,  para comenzar a degustar el postre. Verónica asintió sonriendo, mientras pensaba para sí,

-He aquí el sabor de la Navidad.

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