Las maravillas de la escritura

Imagen: http://www.jorgeleon.mx

Yo no decido sobre lo que voy a escribir. No, yo espero a que algo ocurra.

José Saramago

Ernestina contempló cómo caía la tarde frente a su ventana, aún no lograba asimilar lo que había sucedido en su familia, intentaba hacer una reflexión para entender. Los problemas eran algo con lo que no solía lidiar muy bien. Esa ocasión no lloró, recordó aquel consejo que alguna vez le había dicho Julián, uno de sus compañeros del bachillerato: cuanto te sientas mal, muy mal, respira, respira y toma un traguito de agua. Ella hizo lo primero y le funcionó para calmar la tensión y  sentir menos tristeza.

Mientras estaba atenta con la vista hacia el cielo comenzó a buscar las formas de las nubes, poco a poco se fueron desvaneciendo a medida que el sol se ocultaba. Vio la parvada de pájaros que con prisa estaba buscando el lugar donde pernoctarían. Siguió observando y una nueva oleada, ahora de cotorros, pasó cantando con toda su algarabía.

Siguió respirando, lento, profundo, de manera consciente. Fue sintiendo cómo iba llegando la tranquilidad a su corazón y a su interior. Se quedó pensando que el consejo de Julián era muy acertado, aún cuando él era muy relajista y ella no habría imaginado a él haciéndolo.

Sintió cómo su rostro iba dejando a un lado la tensión, quién era ella para intentar solucionar las situaciones de las otras personas. Fue en busca de su libreta y sus lápices de colores. No era la mejor dibujante, pero eso también le ayudaba a desestresarse.

Comenzó a trazar algunas líneas, fue intentando dar forma a un árbol rodeado de pequeñas ardillas, imaginó ser una de ellas, la más intrépida y aventurera. Coloreó el dibujo. No le llevó mucho tiempo el ejercicio. Lo observó. Sintió la necesidad de crear una especie de historia, quizá un pequeño cuento que podría ilustrar con su dibujo. Intentarlo valdría la pena. Tomó lápiz y papel, enseguida se le vinieron a la mente los consejos de sus profes de Literatura en la secundaria y preparatoria. Indudablemente uno podía descubrir las maravillas de la escritura hasta que la ponía en práctica. Ésa era una buena ocasión para hacerlo. Inició el texto, acompañada del cantar de un grillo que indicaba que la noche había llegado.

– En el bosque, Lochi, la inquieta ardilla…

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