El último paseo

Niña con flores amarillas / Diego Rivera

Georgina anheló que el día fuera soleado, el universo se lo concedió. Al mediodía se encaminó con su mamá llevando una ofrenda de flores amarillas,  la morada  que visitarían se ubicaba en un espacio lleno de vegetación, donde los susurros del viento solían escucharse suavemente al mecer las hojas de los árboles y  también se apreciaba el trinar de distintas aves.

Mientras caminaban a su destino iban en silencio, solamente se escuchaba el crash, crash de sus pasos acariciando la hojarasca. La memoria de Georgina iba repasando los recuerdos con el Dragón, el último de los integrantes de una familia de perros labradores que se había sumado a los perros que tenían en casa. No tenía muy presente cómo había sido de pequeño, de adulto aún era juguetón; por alguna razón que ella nunca comprendió, no logró integrarse del todo con los demás perros que ya tenían en su familia.

Georgina siempre lo percibió como un espíritu libre, además de ser muy noble y buen acompañante. A ella le gustaba contemplar cómo recorría el campo, aún cuando fuera temporada de lluvias. Le gustaba saludarlo intercambiando miradas, los ojos color café claro que denotaban la nobleza del animal contrastaban con su pelaje color negro, en tono brillante. Siempre solía extenderle la mano derecha cuando ella acariciaba su cabeza.

Desde hace unos meses el Dragón había comenzado mal de salud, sus ojos  se habían cubierto del velo que trae consigo el paso de los años. Pese a eso y que su corazón había presentado algunos fallos, su ánimo persistía. En algún momento de los que surgen del corazón, Georgina le había agradecido el tiempo compartido con la familia, adelantándose a esos momentos que no se desea que lleguen.

En el último paseo nocturno sus miradas se conectaron, esos ojos cafés con tono de melancolía  era uno de los recuerdos con los que Georgina se quedaba en el corazón y en la memoria. El día menos pensado el corazón del Dragón dejó de latir y pasó al descanso.

–Es aquí–,dijo la mamá de Georgina, haciéndola volver al presente.

Georgina asintió con la cabeza y procedieron a depositar la ofrenda de flores. El tono de los pétalos era un amarillo alegre, como alegres eran los recuerdos que quedaban en los corazones de las experiencias compartidas con el Dragón. Para ellas, como seguramente otras personas, los perros no solamente eran mascotas sino integrantes que se sumaban a la familia y también merecían ser honrados y recordados. Ambas guardaron silencio, mientras Georgina observaba una presencia que les acompañaba, una bella mariposa negra con bordes rojos se posaba en las hojas de uno de los árboles que hacían sombra a la tumba.

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