Adios, Tincho

A Tincho Duvaier,  Agustín “Tincho” Duvalier, lo conocí de toda la vida. No soy capaz de acordarme de la primera vez en que me encontré con él. Tincho siempre estuvo allí. Lo veía en las calles de Tuxtla, con sus movimientos eléctricos, su pañuelo en la mano, sus escupitajos de ametralladora. Tincho. En mis días de estudiante en el añorado Distrito Federal, la Ciudad a la que le cantó Chava Reyes, allí estaba Tincho. “Serán animales” decía Tincho mientras nos observaba beber las caguamas en aquel departamento de la Colonia Narvarte, famoso entre los estudiantes chiapanecos, porque era un remanso en medio de la vorágine citadina. En la tienda de la esquina conseguíamos las caguamas fiadas, igual que las latas de sardina y los cartones de huevo, que nos facilitaban calmar el “hambre histórica” del estudiante. Y allí estaba Tincho, con sus movimientos eléctricos, sus frases certeras, su pañuelo en la mano: “No sean animales”. Tincho Duvalier, hijo del poeta Armando Duvalier y de Doña Carmita Haro, la gran amiga de Rosario Castellanos, nos decía: “Estudien, animales, para que se les quite lo animal” mientras lo coreaban las carcajadas de los estudiantes. -“Y vos, Tincho, qué sos”- y la respuesta pronta: “Soy periodista”. Tincho se reía ante cada ocurrencia de los estudiantes semi bolos. No fueron pocas las ocasiones en que en ese departamento coincidieron los “Espigos Amotinados”, curiosos ante la pléyade estudiantil, algarabía total, y Tincho en medio: “No seas animal”. De regreso a Tuxtla, allí estaba Tincho.

Tincho Duvalier, por la pluma del maestro Enrique Alfaro.

En una de esas regresadas del D.F. en plena temporada de lluvias, la asociación cultural de Chiapa de Corzo me invitó a ofertar una conferencia sobre los nahuales. Era mi primera conferencia. La tarde de la programación, horas antes, habían estado llegando a la casa de mis padres en la Colonia El Retiro, los amigos de toda la vida para acompañar al recién graduado antropólogo tuxtleco y escuchar su primera conferencia. Por supuesto, allí estaba Tincho. Nos fuimos en caravana hacia Chiapa de Corzo. Llegamos a esta ciudad legendaria en medio de un aguacero torrencial. Nadie en las calles. Allí, en donde está la casa de Don Ángel Albino Corzo, agazapado, protegiéndose de la lluvia, pude distinguir al organizador del evento. Me bajé del auto y a gritos, venciendo el ruido del agua, escuché: “Mirá vos, el local donde iba ser la conferencia, se destejó. Pero tenemos preparado otro así que subite a tu carro y que me sigan”- Llegados al local lo primero que noté es que el público era en su inmensa mayoría, los amigos de mis padres, la tuxtlecada, y muy pocos chiapacorceños. Le expresé al organizador que no me atrevía a hablar ante los amigos tuxtlecos presididos por mis padres y que prefería posponer la conferencia. Accedió el organizador y me dijo: “De todo todos, ya está lista la tamalada y la marimba”. Así que aquello terminó en una tremenda fiesta. Al día siguiente, Tincho publicó una reseña de la conferencia sacada de su imaginación, con las ocho columnas: “Brillante conferencia de Andrés Fábregas Puig”. ¡Cómo no voy a extrañar a Tincho!, ¡como no voy a inundarme de tristeza, ante su muerte!. Adios  Tincho. Seguro que allá en la otra dimensión sigues diciendo: “No seas animal”, con tus escupitajos de ametralladora, tus movimientos eléctricos, tu pañuelo en la mano.

Ajijic. Ribera pandémica del Lago de Chapala. A 5 de febrero, 2021.

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