Rituales en tiempo de pandemia

Acaba de pasar la celebración de La Candelaria, día señalado en México por una tradición que convoca a comer tamales junto a familiares, amigos o compañeros de trabajo. Tamales que deben pagar quienes, en la partida de la rosca el día de los Reyes Magos, sacan alguno de los muñequitos introducidos en el dulce que, hoy en día, tiene distintas presentaciones. Estas y otras muchas actividades forman parte de nuestros rituales, aquellos que construimos como seres humanos en torno a hechos religiosos, familiares, políticos, etc. En definitiva, acciones que se repiten y nos involucran como participantes con cierta regularidad temporal. Rituales que también pueden ser creados por instituciones que ostentan poder pero que no tendrían sentido sin participantes, aquellos que los modelan aportándoles o quitándoles contenido.

Hoy en día, muchos de los que iniciaron como rituales se han hecho espectáculos donde lo relevante no es participar sino ser espectadores. Se vive en un tiempo que tiende a trocar en espectáculo cualquier noticia o aspecto de la vida. Una cuestión incentivada por medios de comunicación e industrias culturales para obtener beneficios económicos. La permanencia o desaparición de rituales no depende solamente de esta expansiva espectacularización de la vida personal y comunitaria, puesto que muchos rituales dejan de realizarse cuando pierden sentido; mientras que otros nacen para adquirir el carácter de tradicionales, a pesar de tener muy poco tiempo de existencia.

Durante este periodo de pandemia, muchos rituales se han modificado o han dejado de realizarse, pero otros han tenido continuidad como sucedió con claridad durante las fiestas navideñas con las reuniones familiares. Celebraciones que para muchas personas significan un momento fundamental del año, y a las que dedican tiempo y esfuerzo para que tengan el realce deseado.

Somos animales rituales porque ello también representa vivir en sociedad, compartir actividades con otros seres humanos. Por ello se entiende que muchas personas no pudieran eludir festejar las Pascuas, aunque ello haya significado el aumento de los casos de Covid-19. El deseo de estar juntos también se ha convertido en dolor para muchas familias que están perdiendo a sus seres queridos.

La pandemia no solo deja muerte y dolor, sino que trastoca actividades, entre ellas los rituales que pautan la división de nuestro tiempo cotidiano. Si el virus ataca la vida biológica, también embiste el vivir en sociedad pautado por el sentido que le otorgan los rituales. La paralización, transformación o, incluso, la ausencia de rituales, que necesitan la presencia de seres humanos, tiende a descender los contagios por falta de contactos pero, al mismo tiempo, trastoca parte de los elementos que dan sentido a esa vida que se intenta salvaguardar. Ansiedad, insomnio y depresión se hacen presentes por el cambio de vida que va del brazo con este pernicioso virus. Un trastoque del ser, también en su vertiente ritual, y para el cual nadie estaba preparado.

 

 

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