Ya huele a primavera

Otro ángulo de los árboles floridos de primavera en el Centro de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas. Foto: Arturö Icarus Arias/Chiapas PARALELO

Ese jueves Leonor había pasado más de siete horas frente a la computadora, sin dar un receso a la vista y al cuerpo. Quería finalizar el informe de actividades que le habían solicitado en su trabajo.  Llevaba más de la mitad de la semana en esa tarea. En la mañana apenas había bebido unos tragos de café y comido un sandwich que se preparó antes de comenzar su faena. Tenía la ventaja que le habían permitido trabajar desde casa en esos días, así que decidió hacer una pausa y salir a caminar.

Se asomó a la ventana, el sol resplandecía, fue por la gorra, las gafas para el sol y un bote con agua. Tomó sus llaves y salió de casa. Con toda intención dejó el celular, para despejarse un rato y disfrutar el momento. Caminó rumbo al parque que estaba como a diez cuadras de su casa. Se prometió estar atenta a lo que veía y olvidarse por esos instantes del informe laboral.

El clima era cálido, en realidad no parecía que estuvieran en invierno. Se percibía un aire que no era fresco pero, al menos, era como una especie de caricia ante el sol intenso. Leonor se percató que aunque había comercios abiertos, el tráfico era moderado, lo que agradeció.

Iba a paso lento. Su rostro dibujó una enorme sonrisa cuando avizoró los primeros árboles que le daban la bienvenida al parque. Desde ese momento sintió el cambio en la atmósfera, el follaje de todos los árboles daba cobijo a caminantes que, como ella, buscaban refugiarse ante los rayos intensos del sol.

Siguió caminando, observó que algunos de los árboles florecían, era un mosaico de colores el que podía percibirse en cada flor desde el  blanco, rojo, pétalo de rosa, naranja, hasta el amarillo. Estas últimas eran las de su color favorito. Se quitó las gafas. Alzó la vista para tratar de calcular qué altura tendrían esos árboles tan frondosos, aunque no era buena para esos menesteres, les dio un aproximado de 25 a 30 metros.

Se sentó en una de las bancas de cemento, colocadas en los alrededores del parque. Bebió unos tragos de agua. Empezó a mirar con detenimiento lo que le rodeaba. A lo lejos había un señor con su pequeño hijo que jugaba con el triciclo. Más allá una pareja de enamorados.

Escuchó el concierto del aire meciendo las hojas de los árboles, el canto de los pájaros revoloteando en las ramas buscando su lugar; percibió un remanso de paz al sentirse envuelta en esos instantes de la tarde, era una especie de oasis en la ciudad y ella estaba ahí disfrutándolo. Cerró los ojos un momento, sintió los aromas de la naturaleza.

–Ya huele a primavera– , dijo a manera de susurro.

– Papá, papá, te voy a ganar si no te apuras.

Sin abrir los ojos, Leonor imaginó que el niño del triciclo estaba cerca de donde ella se encontraba.    Era hora de volver a casa. Su mente y cuerpo agradecían esa pausa. Abrió lentamente sus ojos. Volteó a su lado derecho y vio al niño entusiasmado a bordo del triciclo que intentaba a toda costa llegar antes que el papá.

Tomó su bote, terminó el agua que quedaba, se colocó nuevamente las gafas  y emprendió el regreso a casa.

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