El mismo camaleón de siempre

Casa de citas/ 525

El mismo camaleón de siempre

Héctor Cortés Mandujano

 

El deber de los súbditos es responsabilidad del rey,

pero lo que hagan con su alma, es cosa suya

Ilustración: Juventino Sánchez

Shakespeare,

en Enrique V

 

Martín Casillas ha leído a conciencia las obras de Shakespeare y ha escrito 37 libros de sus apuntes de lectura. He leído una decena de ellos.

Y de pronto me hallé con Enrique V, el joven rey que conquistó Francia (Santillana, 2009), versión novelada de Casillas sobre el clásico shakespereano; ha novelado también, me entero por este ejemplar, Romeo y Julieta, Julio César, Antonio y Cleopatra, Como les guste y Macbeth.

La versión es muy respetuosa con el original, al que parece sólo haberle quitado el formato dramatúrgico. Dice Martín algo que es recurrente en Enrique V: el incitamiento al espectador, al lector, de que imagine, de que las palabras sólo son el puente donde debe caminar la fantasía (p. 11): “¿Cómo podrán caber entre estos renglones los inmensos campos de Francia? […] Disculpen si con estas modestas palabras intentamos representar a un millón de soldados”.

Insiste Shakespeare, ya en fragmentos que decidió poner Casillas en original y con su traducción al final de la versión novelada (p. 116): “Sustituyan con su imaginación las carencias que puedan ver en nuestra representación”.

 

***

 

Tal vez ya lo cité alguna vez, pero me vuelvo a encontrar esta frase de Picasso, en el catálogo Cuevas entre dos genios: Rembrandt, Cuevas, Picasso (INBA y otras, 2007) y me sigue incitando a compartirla contigo lector, lectora (p. 28): “Si sabemos lo que vamos a hacer, ¿para qué hacerlo? Es mejor hacer otra cosa”.

Se refiere al arte, por supuesto; es decir, no hagas fórmulas (de novela, de pintura, de teatro…) y te dediques a repetirlas: busca, busca…

 

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Ewan Bell, un zapatero remendón, es el primer narrador de los cuatro que cuentan el asesinato central de La torre y la muerte (Emecé, 2003, traducida por J. A. Cotta), del escocés Michael Innes. La novela es parte de la colección El séptimo sello, creada por Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares.

Aunque es zapatero, usa con bastante soltura ejemplos shakespereanos. Por ejemplo, compara al viejo Ranald Guthrie y a la joven Christine con Próspero y Miranda (en obvia alusión a los personajes de La tempestad). Un zapatero. Como si uno de aquí hablara, para referirse a una pasión desdichada, de Pedro y Susana, en alusión a los personajes rulfianos.

Pero este zapatero, incluso, advierte (p. 15): “Empezaré –como aconseja el poeta Horacio– in media res, y luego retrocederé a hechos más antiguos”. Esto apenas podría decirlo, en México, un doctor en letras. En fin.

El segundo narrador, que incluso está presente en el castillo, en la torre donde ocurre el asesinato del viejo, es Noel Gylby, un joven con aspiraciones literarias. Escribe a su novia (p. 105): “Si esto es rapsódico o extravagante, recuerda que escribo –al despuntar el alba– desde el castillo de un mago”, en otra alusión al Próspero de La tempestad; dice sobre el viento invernal del 24 de diciembre en el castillo helado (p. 111): “Vientos infantiles brincan y caracolean como putti del cinquecento, y ensayan sus tiernas voces debajo de la cama”.

Putti del cinquecento se refiere a las representaciones de niños desnudos (incluso los cupidos) en las pinturas del periodo del siglo XVI, conocido como cinquecento, quinientos en italiano. Aclaro esto para que se vea que en esta novela los narradores tienen un conocimiento que parece normal (tal vez lo sea en Escocia), pero que es bastante especializado.

El tercer narrador es Aljo Wedderburn, abogado, quien también domina la literatura clásica. Dice de un personaje (p. 182): “Estaba deshecho, fragmentado. Estaba loco como los héroes, cuando los perseguían las Furias”. En la mitología griega, las Furias perseguían a los culpables de ciertos crímenes (del hijo sobre su padre o su madre, por ejemplo); también, se supone, cuidaban la entrada del inframundo. Tenían los ojos rojos, de ahí que se hable de alguien con furia, o poseído por ellas, cuando la vista se le enrojece.

Van a buscar algo en la nieve; Aljo le da una pala a quien va a ayudarlo y dice (p. 227): “Y ahora a buscar la calavera de Yorick”, que era el bufón en la corte del Hamlet, de Shakespeare, y a quien éste recuerda por su calavera.

Gylby, quien aparece en las otras narraciones, dice incluso el título de una obra, que pongo en cursiva, de Shakespeare (p. 264): “¡Bueno, bien está lo que bien acaba!”.

El cuarto narrador es el detective que busca, interroga y descubre la enredada muerte que ocurrió en la torre. La novela, de la que sólo he citado las alusiones clásicas, es bastante entretenida y sorpresiva, y el giro que toma al final la vuelve una pieza donde todo ensambla. Se ve porqué gustaba a Borges y Bioy, dos lectores inteligentes del género policiaco y autores ellos mismos de cuentos en ese género.

 

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Leo Trayectoria de Goethe (Fondo de Cultura Económica, 1954), de Alfonso Reyes, regalo de mi amiga Linda Esquinca.

Dos grandes autores en un mismo camino. Reyes, con su prosa limpia, erudita, sigue los meandros de la vida del gran Goethe, a quien, por lo cambiante de sus intereses, de sus actividades, sus amigos lo llamaban, en el contrasentido del término, en el oxímoron, como lo hace Carolina Flachsland cuando se lo encuentra en 1806 (p. 78): “¡El mismo camaleón de siempre!”.

Schiller y Goethe fueron amigos, y a ello dedica un largo capítulo Reyes. Habla de que Schiller se ha comprado un caballo, hacia 1792, pero por una dolencia aún no puede montarlo, y dice (p. 122): “Todos montaban a caballo en aquel tiempo: era el medio más general de transporte, aunque a un escritor urbano de nuestro tiempo le resulte casi increíble”.

Me encantó esta reflexión de Goethe, que cita Reyes (p. 168): “No sólo están asociados los hombres cuando materialmente se juntan: también están a nuestro lado los que andan lejos y los que han dejado de existir”.

Contactos: hectorcortesm@gmail.com

 

 

 

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