Extraña escritura

Casa de citas/ 526

Extraña escritura

Héctor Cortés Mandujano

Extraña escritura, la historia de México

Enrique Krauze,

en La presidencia imperial

 

La presidencia imperial. Ascenso y caída del sistema político mexicano (1940-1996), de Enrique Krauze, y editado por Tusquets, en 1997, cierra el ciclo histórico de sus dos libros anteriores: Siglo de caudillos y Biografía del poder.

Aquí habla de los presidentes y emperadores, que van de Manuel Ávila Camacho hasta Carlos Salinas de Gortari, con apuntes de lo que siguió: el EZLN y Zedillo.

Más o menos contemporáneo de Ávila Camacho fue Tomás Garrido Canabal, famoso comecuras del sureste, gobernador de Tabasco, quien, dice Krauze (p. 40), “cada día ordenaba a sus lugartenientes y servidores públicos que lo saludaran marcialmente con el grito de ‘Dios no existe’, a lo que él contestaba: ‘Ni ha existido’. Se dice que a uno de sus hijos le puso por nombre Luzbel”.

Miguel Alemán fue hijo de un general aguerrido (de allí que lo apodaran Cachorro de la Revolución), que decidió morir por sí mismo cuando se sintió perdido (p. 88): “Allí lo rodearon y le echaron lumbre pero no lo agarraron vivo. Mató primero al general que andaba con él, Brígido Escobedo, y después se suicidó”.

Explica el por qué de un vocablo que ahora es común (p. 125): “Desde principios de 1948, en la secretaría general del Sindicato de Ferrocarrileros había sucedido a Luis Gómez Z. un personaje pintoresco, Jesús Díaz de León, a quien apodaban ‘el Charro’ por su folklórica costumbre de llegar a las asambleas con esa vestimenta. […] A partir de entonces, a todo líder obrero que se vende se le ha llamado y se le sigue llamando en México ‘líder charro’ ”.

Me llamó la atención la muerte horrible, lenta y dolorosa de López Mateos: tenía siete aneurismas que le causaban terribles dolores de cabeza, quedó inmovilizado, con un ojo fuera de órbita, mudo (p. 274): “Murió el 22 de septiembre de 1969, sumido en el silencio y el dolor”.

Díaz Ordaz es el epítome del odio. Cita Krauze a Ricardo Garibay, “hombre de todas las confianzas del presidente” (p. 343): “No he encontrado a otro hombre con tan tenaz e hincada incapacidad para amar a los demás”. Garibay recibió, también, la confesión de Díaz Ordaz en los últimos días de su mandato (p. 355): “No busco el aplauso del pueblo, de la chusma, ni figurar en los archivos de ninguna parte. Al carajo con el pueblo y con la historia”.

En 1994, a propósito, se empezó a ir al carajo el país, entre tantas desgracias y asesinatos. El levantamiento del EZLN supuso una esperanza, que no prosperó. Dice Krauze (p. 444): “ ‘Es Shakespeare puro’ –comentó Octavio Paz– al enterarse de la muerte de la muerte de Diana Laura, la viuda de Colosio, acaecida pocos meses después de la muerte de su marido. Para entonces, la política mexicana se había vuelto ‘el teatro más rápido del mundo’, según expresión de Alejandro Rossi. […] En 1995 salían a la luz hechos macabros, dignos no de un teatro político, sino de una obra de terror”.

 

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Ilustración: Juventino Sánchez

Leo el breve volumen Paisajes y leyendas (Editorial Patria, s/f), de Ignacio Manuel Altamirano, publicado originalmente en 1884.

En “El Corpus” dan una identidad de género a la cruz (p. 68): “¡Oh cruz, tu nombre es mujer!”, y en “La fiesta de los Ángeles” se platica lo mismo que en uno de los pueblos donde pasé parte de mi infancia (pp. 93-94): “No ha habido muertes en este año, y eso me decía un amigo que hace tiempo es asistente a la fiesta.

“—Ha estado triste… ¡esta vez no ha habido ni un matado!”.

 

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En el episodio cinco, “Saca esas cucharas”, de la serie de dibujos animados The Midnight Gospel, creada por Pendleton Ward y Duncan Trussell, llena de violencia y filosofía, que evidentemente no es para niños, hay una idea que si ya había leído u oído la había olvidado. Uno de los extraños personajes dice a Clancy que, si al orgasmo se le dice “muerte chiquita”, la muerte real es el gran orgasmo. Me gustó.

En capítulo siete, “Muerte, me encantó conocerte”, Clancy, el protagonista, entrevista a la muerte y ella le cuenta que durante mucho tiempo cada familia enterraba a sus muertos, porque, en general, había aprendido a embalsamarlos.

Después, el capitalismo quitó esa potestad a los familiares y decidió que mejor había que “vender” a los muertos, es decir, cobrar por embalsamarlos, ponerlos en un ataúd, enterrarlos. El muerto es mío, pero me lo “vende” el negocio funerario como si fuera suyo. Alineación pura.

La muerte dice, con ironía, que la incineración se inventó con el argumento de que había que quemar los cadáveres de aquellos que hubieran muerto en una peste o una pandemia, porque podrían ser fuente de contagio, cuando las acciones (estornudar, abrazar, besar, toser, tener relaciones sexuales, etcétera) que suponen transmisión de patógenos ya no pueden hacerlas los cadáveres.

Una persona cuando muere ya no puede transmitir enfermedades, dice la muerte. La incineración fue la decisión del estado para deshacerse con mayor rapidez de los cadáveres.

 

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Dentro de su colección Memorias íntimas de Sherlock Holmes, la Editora Nacional, publicó en 1962 cuatro episodios: “En el circo de Dresde”, “Un viaje a San Gotardo”, “El capitán desaparecido” y “Los asesinatos del doctor Flax”, salidos de la pluma y la imaginación de Artur Conan Doyle.

En estas aventuras, el ayudante de Sherlock no es el Dr. Watson, sino Harry Taxon. En “El capitán desaparecido” me llamó la atención que, en una de las tantas vueltas de tuerca, Sherlock, el asesino de este caso y Harry Taxon vinieran a México (“Méjico”, como lo escribían en ese tiempo), porque en Puebla (p. 160) “el capitán había descubierto, casualmente, una cueva en donde se guardaban riquísimos tesoros enterrados allí desde tiempo de los aztecas”.

Contactos: hectorcortesm@gmail.com

 

 

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