La rana en la orquídea

© Daniel Pineda Vera.

Citlalli observó el reloj, vio que aún faltaban 30 minutos para que su reunión presencial diera inicio, estaba en tiempo. Por suerte, el lugar de la actividad le quedaba cerca de casa. Tomó su bolso, se puso el cubrebocas, los lentes para el sol y salió rumbo a su destino laboral. El calor estaba en su apogeo  y aún era temprano.

Al llegar a la cafetería donde era la actividad Citllalli observó a su alrededor  para ver si ya estaban ahí sus colegas. Vio que el personal del lugar portaba cubrebocas, las mesas estaban distribuidas cuidando la distancia y para dar cabida a pocos comensales. En uno de los espacios cerca de un ventanal vio a sus compañeros del trabajo. Fue a su encuentro.

Por fortuna la reunión fue muy breve, abordaron puntos concretos y delegaron tareas. Eso era algo que Citlalli agradecía. Pensó que la habrían podido hacer de manera virtual, sin embargo, también era importante  la interacción personal con todos los cuidados necesarios, por la pandemia. Ésa era la tercera ocasión que veía a sus colegas en una reunión presencial,  tenían más de un año de trabajar en línea. Se despidió y tomó camino a casa.

Verificó la hora, no era ni mediodía. Decidió ir por fruta fresca al mercado, antes buscó si traía la pequeña bolsa de tela donde guardaba el mandado. Ahí estaba en un compartimento de su bolso. Después de comprar su mandado observó a una señora vendiendo orquídeas.  La señora se le acercó y le ofreció flores. Citlalli le compró una de las orquídeas que venía cuidadosamente envuelta en una bolsita de plástico. Sin fijarse en más detalles la colocó adentro de su bolsa de tela.

Mientras regresaba a su domicilio iba pensando en dónde la plantaría. Al llegar a casa sintió un remanso de paz y frescura. Hizo su respectiva sanitización. Después, colocó la orquídea en un recipiente con agua mientras le buscaba espacio en el pequeño jardín que tenían en casa.

Al salir al patio verificó cuál sería el lugar más acogedor para la orquídea, decidió que era el árbol de flor de mayo. Fue por la planta y mientras le quitaba la bolsita que la cubría sintió algo frío que rozó su piel y gritó de los nervios. Era una pequeña rana que venía acompañando a la orquídea. Citlalli no se percató de eso cuando la compró ni al ponerla en su bolsa de tela.

Sin soltar la planta, se acercó para ver la rana, por el color de su piel podía camuflarse con el tono de las raíces de un árbol o de una hoja seca. Era la primera vez que observaba una rana de ese tipo, las que conocía eran verdes y en tonos amarillentos y cafés. Aún no entendía cómo no se había percatado que venía ahí.

Colocó la orquídea en una parte del árbol, la regó al tiempo que le susurraba que ojalá le gustara su nuevo hogar. Se quedó pensando si la visita de la rana traía algún mensaje específico, como cuando en las culturas prehispánicas asociaban al croar de las ranas con la llegada de las lluvias.

Mientras daba rienda suelta a su imaginación el sonido del timbre de la casa la hizo volver al momento actual. Era Marina, una amiga de la familia, conocedora de cuentos y leyendas. Citlalli sonrió, a ella sería la primera a quien le contaría la presencia de la rana en la orquídea.

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