Besos con la punta de las garras

Casa de citas/ 528

Besos con la punta de las garras

Héctor Cortés Mandujano

 

Los mejores cuentos (Everest, 2001), de Michael Ende, es un libro de gran formato, con ilustraciones de Bernhard Oberdieck, que reúne 19 cuentos, con letras grandes, de este escritor alemán que tantas alegrías ha regalado, con sus historias, a los niños del mundo.

En “La escuela de magia”, el maestro, el profesor Silver, escribe en el pizarrón las reglas más importantes para la capacidad de desear (p. 22):

 

“1. Sólo puedes desear realmente aquello que consideras posible,

“2. Sólo puedes considerar posible aquello que forma parte de tu historia,

“3. Sólo forma parte de tu historia aquello que realmente deseas.”

 

“Norberto Nucagorda o El rinoceronte desnudo” es el prototipo de quienes no alcanzan ni quieren ver más allá de sus narices. Esto es lo que piensa el rinoceronte Norberto (p. 101). “—Es absolutamente necesario –solía decirse a sí mismo– ver en cualquiera a un enemigo, pues así, por lo menos, nunca nos llevaremos una sorpresa desagradable. En el único que puedo confiar es en mí mismo. Ésa es mi filosofía.

“Estaba orgulloso de tener incluso una filosofía propia, pues ni siquiera en esto quería fiarse de nadie.” Pobre Norberto, de creer eso a creerse un monumento sólo hay un paso. Y él lo da.

 

En “El osito de peluche y los animales” este osito viejo –que se llama Lavable, porque eso tenía puesto cuando lo compraron en un letrerito colgado en la oreja– busca en los animales una respuesta a su pregunta, ¿para qué existo? (el niño que lo jugaba creció y el osito ha sido arrumbado). Pregunta a varios animales que le dan respuestas varias. Un pájaro, el cuco, que suele contar todo (árboles, hojas, los días, las horas, etcétera) le dice (p. 190): “Lo que se puede contar es real. Lo que no se puede contar no cuenta”.

El osito le pide que lo cuente. Dice el pájaro (p. 191):

“—Con mucho gusto. Colócate en fila.

“—No puedo –dijo Lavable–. Yo soy sólo yo.”

“—Entonces no cuentas –dijo el cuco, y se marchó volando.”

Pregunta a un rebaño de elefantes y uno de ellos le contesta (p. 193): “El sentido de la existencia consiste en reflexionar sobre el sentido de la existencia”.

 

A “Tragasueños”, a quien busca el Rey para que se coma los sueños feos de su hija Biendormidita, le encantan los malos sueños (pp. 276-277):

“—¡Cuánto peores son, más me gustan! ¡Y cuantos más sean, mejor!

“—¿Y los sueños buenos y bonitos… –preguntó el Rey respirando con dificultad–, ésos no te gustan? Me parece muy raro.

“—¡No es nada raro! –jadeo el hombrecillo un poco falto de respiración–. ¿No sabes que a los erizos lo que más les gusta son las serpientes y los caracoles?”.

Aunque no los cito, me encantaron también “El largo camino a Santa Cruz”, que es el periplo de un niño de ocho años que va a la escuela en un día de lluvia y todo lo que aprende en el camino, gracias a su imaginación, y “El teatro de sombras de Ofelia”, quien adopta a las sombras que le piden ir con ella hasta formar un grupo de teatro. Un día se le aparece la sombra de la muerte, pero la historia, aún así, tiene final feliz. Es muy linda.

Ilustración: HCM

***

 

Regalo de mi amiga Linda Esquinca, leo En el banquete de Platón. Religión (Joaquín Mortiz, 1996), de Ikram Antaki, que es una puesta en libro de las conversaciones que esta inteligente y erudita mujer hizo en radio.

De los rollos del Mar Muerto a la connivencia de la Iglesia y el Estado, el volumen pasa por la vida de Jesús y San Agustín, y varias de las religiones que se han ido formando con el tiempo.

Habla de los evangelios apócrifos y dice no estar de acuerdo en cómo tratan la niñez de Jesús (p. 41): “No le temía a nada, no tuvo infancia, tuvo neurosis, hizo víctimas a una gran cantidad de sus maestros de escuela que pretendían enseñarle algo, a aquel que lo sabía todo… […] La virgen María tiene la misma inaccesibilidad que el Sinaí. Ella misma nació milagrosamente. A los tres años la confiaron al Templo, un ángel la alimentó. A los doce, la confiaron a José, su guardián. Buen guardián: tenía noventa años”. El asunto era exagerar dice Ikram (p. 39), “impresionar a las masas. Es la ley del cuento popular”.

Habla del Opus Dei, la obra de Dios y dice que sus miembros (p. 105) “no son ni curas, ni seminaristas, ni tienen convento. […] Son laicos. […] Piensan que se puede llegar a la santidad quedándose en las oficinas y ganando dinero. […] Dejan los pobres a la Madre Teresa”.

Abunda (p. 106): “El creador de la Obra fue José María Escriva Albas. Hombre extraño, a medio camino entre la santidad y el caso patológico, creó la Obra en 1928, en la España negra y roja de la guerra civil”.

Transcribe después varios de los novecientos noventa y nueve pensamientos del libro Camino, de Escriva, que es el libro de cabecera de los del Opus. Cito tres de muestra (p. 109): “El núm. 16: ‘¿adocenarte tú… ser del montón? Si has nacido para caudillo. Entre nosotros no caben los tibios. […] El núm. 75: Es tan hermoso ser víctima. El núm. 208: ‘Bendito sea el dolor. Amado sea el dolor. Santificado sea el dolor. Glorificado sea el dolor’ ”.

No le fue mal a Escriva ni muerto (p. 119): “Fue beatificado el 17 de mayo de 1992, frente a trescientas mil personas, en la Plaza de San Pedro”.

 

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Sombras en la hierba (Editorial Noguer, 1986, traducción de Aquilino Duque), de Isak Dinesen, es la segunda parte de sus Memorias de África (que en su versión cinematográfica se llamó África mía). Son cuatro crónicas escritas pulcra y bellamente.

Dice (p. 19): “Siempre he tenido gran predilección por los muchachos y a veces he llegado a la conclusión de que el sexo fuerte alcanza su máximo encanto entre los doce y los diecisiete años de edad, para recuperarlo en un segundo florecimiento entre los setenta y los noventa”.

Farah, su mayordomo y amigo africano, lleva a la entrada de su casa una calavera. Dice Isak (pp. 30-31): “Durante siglos, los indígenas no han enterrado a sus muertos, sino que los han abandonado en la llanura, donde buitres y chacales han dado cuenta de ellos. En cualquier momento, yendo a pie o a caballo por las altas hierbas, se tropieza con un fémur ambarino o con una calavera color de miel”.

Fue cazadora. Mató elefantes, búfalos, leones, aunque a éstos, dice, los amaba y verlos en la llanura creaba en ella un hondo asombro, la misma conmoción (p. 56) “del Dante al ver por primera vez a Beatriz en una calle de Florencia”. Ahora, dice, los millonarios buscan a los leones para tomarles fotos (p. 57): “Si se consigue que el león se preste al juego, se tiene una grata aventura platónica sin efusión de sangre, a cuyo término ambas partes se separan como seres civilizados después de enviarse mutuamente un beso con la punta de los dedos”.

            Contactos: hectorcortesm@gmail.com

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