De presentaciones de libros

El día 16 de este mes de abril se presentó mi último libro. No le voy a hacer publicidad, que conste, sino que su puesta de largo pública me lleva a reflexionar sobre la ritualidad que entorna este tipo de actividad tan común en México. No es el único país, por supuesto, donde se hacen actos especiales para dar a conocer la salida de la imprenta de una obra literaria o científica, sin embargo, aquí son muy comunes porque el país, afortunadamente, cuenta con una ingente producción de obras en comparación con otros países de América Latina.

No entraré en si su realización cumple con el supuesto objetivo de divulgar una obra, un trabajo que conlleva un esfuerzo que muchas veces solo es conocido cuando se efectúa la presentación del mismo. En tal sentido, es loable la realización del evento, aunque no siempre se llega al número de personas a las que se desea informar. Antes de la pandemia el acto era presencial, con un público variado en los lugares donde se realizaba; mientras que, en la actualidad, la modalidad virtual ha favorecido la difusión geográfica, aunque la sobresaturación de actividades a través de internet conlleva un lógico cansancio por el exceso de conexiones.

Otra se las características de las presentaciones de libros es que los invitados a efectuar los comentarios suelen hablar bien de los textos comentados. No se entendería de otra forma, claro está. Tal vez no sea lo correcto porque toda obra, de cualquier naturaleza, tiene muchos vacíos, aspectos por comentar y, como no, criticar. Por señalar alguna de esas posibilidades, cualquier libro puede ser debatido en su contenido, en la metodología usada o en su construcción formal. En ese mismo sentido, nadie piensa presentar un libro para que sea destruido en sus comentarios que lo publicitan, en su presentación pública. De ahí que siempre el libro salga triunfante. Esa es la condición ritual de las presentaciones, repetida, dado que lo contrario significaría romper con la propia existencia de la obra.

Antes de la pandemia la rigidez de las presentaciones se quiso romper, en algunos casos, cambiando las formas en que se ubican, sientan y hablan los involucrados en la actividad. Abandonar la rigidez de la mesa tipo panel para ubicar a los participantes en un ambiente más cálido de sofás y plantas ha sido una posibilidad, aunque no siempre se logra el objetivo con el cambio de escenario.

Muchos amigos y colegas nos hemos preguntado si es posible romper este ritual, y no por un afán de aniquilar rituales, sino para hacer que los libros cumplan su función, es decir, para que las obras se comenten críticamente con el deseo de discutir sus resultados. Ese valor necesario, en especial en las ciencias sociales, porque ellas mismas son parte de la construcción de la realidad estudiada. Lo anterior implica, no cabe duda, un replanteamiento de las formas que actualmente adquieren las presentaciones y conduce al compromiso de varios académicos, al menos, para leer con antelación la obra que se discutirá abiertamente con colegas y, por supuesto, con el autor del libro. Tipo de actividad que en vez de presentación derivaría en un debate, en un fórum, sobre un determinado libro de nueva factura.

Es posible que esa propuesta implique un mayor trabajo y compromiso de más personas, todo hay que decirlo, pero tal vez se haría del debate académico un hecho más vivo sin dejar de presentar un trabajo de creación o investigación reciente. En definitiva, una alternativa que respondería más a lo que debe ser el trabajo científico y académico, aunque las rivalidades podrían dispararse más de lo que de por sí existen. Un riesgo, sí, pero que demostraría que la ciencia no es formalmente conservadora, aunque en muchas ocasiones parezca lo contrario.

 

 

 

 

 

 

 

 

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