Para subir al cielo

Casa de citas/529

Para subir al cielo

Héctor Cortés Mandujano

Sólo es culto quien es capaz de estructurar su propio saber

Dietrich Schwanitz,

en La cultura. Todo lo que hay que saber

 

Como todos los totalitarismos (asumo la ironía), La cultura. Todo lo que hay que saber (Taurus, 2002), de Dietrich Schwanitz, no habla de todo (son obvias las exclusiones de todo Oriente y América Latina, por ejemplo) ni de todas las expresiones artísticas. Pero es bueno leer este mamotreto, pues tiene ideas que bien puede compartirse.

Adán y Eva tuvieron dos hijos (uno muerto por el otro). Para reproducirse no hubo más remedio, así como está planteado el origen bíblico de la humanidad, que el incesto. Lo mismo ocurrió con la mitología griega, que tanto agregó a la Biblia. Dice Dietrich (p. 31): “Todo comenzó cuando Urano cometió incesto con su madre Gea. […] Cronos se casó con su hermana Rea”. Así empezamos, ni modo.

Habla de las Amazonas y explica (p. 36): “amazon significa ‘sin pecho’, pues las mujeres guerreras se cortaban el pecho para poder tensar mejor el arco”.

Me gusta lo que dice del carnaval (p. 63): “Un carnaval es siempre una inversión: el loco se convierte en rey y el rey es degradado”.

La llamada filosofía escolástica, en el medioevo, planteaba la concepción cristiana del mundo (p. 81): “El representante más célebre de esta corriente fue Santo Tomás de Aquino, hasta hoy mismo una figura importante en la filosofía católica (y tan gordo que hubo que cortar el tablero de su mesa para que pudiera llegar al plato)”.

El libro tiene varios sabrosos chismes (p. 93): “En la Madona sixtina, probablemente Rafael tomó como modelo a su amante. Como dice Vasari, el pintor se entregó sin medida a los placeres amorosos, hasta que un día ‘se excedió’ y murió extenuado cuando sólo tenía treinta y siete años”.

Enrique VIII tuvo muchas mujeres y (p. 99) “los escolares ingleses aprenden la sucesión de las seis esposas de Enrique VIII con esta fórmula: divorced, beheaded, died/ divorced, beheaded, survived, es decir: separada, decapitada, muerta/ separada, decapitada, sobreviviente”.

Se vendían certificados papales en los que se concedía el perdón de los pecados. La fórmula de los vendedores (ministros de Dios) era (p. 102): “En cuanto el dinero suene en la cesta, el alma sube al cielo”.

La literatura y el cine, en épocas pasadas, hicieron que las mujeres fueran tan frágiles que ante cualquier situación que las hiciera sentir avergonzadas, asustadas, confrontadas por algún suceso, cayeran desmayadas. Dietrich apunta eso cuando habla de las novelas (Pamela y Clarisa) de Samuel Richardson (1689-1761), pero yo estaba a la par de este libro leyendo Los endemoniados, de Dostoyevski, y allí también ocurre lo mismo. Ya no, por fortuna.

En la igualdad lingüística, se ha avanzado en Alemania (p. 359): “En alemán el término masculino ‘criminal’ (Killer) tiene ya su correlato femenino (Killer-in)”.

En el libro hay varias notas al pie de página, pero en cuatro de ellas se vuelven la parte más importante y aunque no podría anotar lo mucho bueno que hay en ello, comparto esto (p. 360): “Las notas de pie de página son las dos cosas: fuente de provisiones y digestión, banquete y lavabo, festín y sitio para vomitar. […] Un texto sólo es científico si tiene notas a pie de página”.

Y sigue (p. 361): “Pero la verdadera clave para comprender la función de la nota a pie de página es el afán de notoriedad. […] En la nota al pie de página el autor puede quitarse la máscara de respetabilidad que usa en el texto y mostrar su verdadero rostro. Esto hace que la nota a pie de página sea más veraz que el texto, pues en ella el autor da la cara. Pero también tiene sus astucias. Una de ellas consiste en no citar nunca al enemigo, en ignorarlo, aunque su libro sea fundamental. Quien no es citado, no existe a los ojos de la ciencia”.

Y sigue (p. 362): “Los pesos ligeros pueden llamar la atención arremetiendo en sus notas contra las celebridades. […] Esta vía la toman fundamentalmente los parásitos que, a falta de méritos propios, se hacen una reputación criticando a los demás. […] Los miembros de una misma escuela se citan los unos a los otros”.

Y sigue. Leer los pies de citas es, dice Dietrich (p. 363), “como si en pleno acto sexual, uno tuviese que ir hasta la puerta para recibir una visita y después continuar. En la lectura también hay que practicar el coitus interruptus”.

Le exclusión de países y continentes se explicita en uno de los apartados finales, “Geografía política para la mujer y el hombre de mundo” (de la 447 a la 471) donde se recomienda visitar y tener como interlocutores a los habitantes de Alemania, Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, España e Italia (las pone juntas), Austria, Suiza y Holanda. Todo lo demás no es importante.

Otro apartado se llama “Lo que no habría que saber” y entre ello destaca los siguientes temas: 1. Las casas reales europeas, es decir, los asuntos de la realeza; 2. los programas de televisión (salvo, p. 485, “los programas de política, los debates y los magazines”); 3. las revistas de contenido superficial, que dan consejos de moda, cocina y decoración del hogar sin más sustento que el lugar común, y 4. el deporte.

Ilustración: HCM

***

 

Leo La pinacoteca virreinal (Secretaría de Educación Pública, 1974), de Carmen Andrade. Me asombran estos libros que sólo pueden escribirse después de leer a muchos autores e investigadores que a su vez leyeron libros antiquísimos. Además, no sólo se deben leer crítica, ensayo, biografías, sino tener un conocimiento abundante sobre la producción pictórica de años que, de no ser por estos esfuerzos, los sepultaría el olvido. En fin.

Una de las fuentes de la autora es el investigador Francisco de la Maza, al que alude con frecuencia. Así lo hace cuando habla de Cristóbal de Villalpando, quien (p. 87) “logró una magnífica obra de arte con la pintura de La Plaza Mayor de México. En un espacio de sólo 1.95 m de ancho X 1.58 m de alto nos presenta con majestuosidad el Palacio de los Virreyes, la Catedral y El Parián. No omite ningún detalle y en trabajo que sorprende por su minuciosidad pinta los grupos sociales de aquella época”. Dice Francisco de la Maza (p. 88): “¿Cuántas figuras humanas cree el lector que hay en esta pintura? Contadas con neurótica paciencia y a través de una buena lupa, resultaron más que menos, mil doscientas ochenta y tres”.

Agrega Carmen Andrade, al final de esta página: “Cristóbal de Villalpando, después de una vida prolífica, murió el 20 de agosto de 1714”.

            Contactos: hectorcortesm@gmail.com

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