Volver a leer a Sandor Marai

Hace poco escribí en esta misma columna el cansancio que me estaba causando leer, hecho achacado a los cambios provocados en nuestras vidas por la pandemia. No es que haya modificado de forma radical lo expresado entonces, sin embargo, me he esforzado por retomar la lectura de novelas con un autor que nunca decepciona. Ese es Sandor Marai, el narrador húngaro que nació en una localidad que hoy pertenece a Eslovaquia. Nada extraño en el rompecabezas que representa Europa y que, en su caso, es más comprensible por haber nacido todavía bajo el amparo del Imperio Austro-Húngaro.

Su origen judío y la ascendencia sajona de parte de su familia facilitaron el uso de varias lenguas, incluso para escribir, de hecho primero empezó a hacerlo en alemán para pasar, después, a utilizar el idioma magiar. En definitiva, Marai es un claro ejemplo de esa literatura mitteleuropea que tantos narradores de envidiable profundidad narrativa ha proporcionado a las letras universales.

Retomé a Marai, a través de su libro Confesiones de un burgués, porque estaba seguro que nada mejor que su pluma para devolverme el gusto por la lectura. No estaba errado. No he leído todas sus obras, pero una buena parte de ellas, y en ningún caso me ha defraudado. Lo mismo ha ocurrido con este libro, una autobiografía escrita antes de los 40 años y que, más allá de la introspección personal, ofrece un panorama de la vida social de los distintos países donde vivió.

Descubrir a autores se produce por casualidad, por lecturas especializadas o, simplemente, por el boca a boca de familiares y amigos. En este caso fue mi hermana quien me lo presentó y desde entonces sus libros me han descubierto la capacidad de las palabras para adentrarse en la condición humana, por muy tortuosa que sea. Ningún ejemplo mejor que el representado por su novela El último encuentro, cuya lectura realicé de un solo tirón. No es una novela extensa, pero no son necesarias muchas páginas cuando la intensidad emocional de los personajes y las descripciones se torna difícil de abandonar.

Acercarse a autores, conocerlos y disfrutarlos, también es un placer propiciado por el compartir, por el hecho de haberlos conocido gracias a otros o por transmitirlos de la misma forma. De esa circulación de autores y de ideas literarias disfruté alrededor de una mesa con los maestros y amigos Andrés Fábregas Puig y Jesús Morales Bermúdez, pláticas de las que hablaré en otra ocasión.

Sandor Marai acabó sus días en el exilio californiano, donde vivió sin ver su obra redimida en su país. De hecho, su creación es más leída en la actualidad, tras su muerte, que durante su vida. Hoy sus novelas están traducidas a varios idiomas, lo mismo que otras narraciones biográficas y sus diarios. El postrer de ellos, publicado bajo el título de Diarios, 1984-1989, recoge el desmoronamiento vital y la soledad de sus últimos días, cuando todas las personas cercanas ya habían desaparecido. Inventario de hechos, sensaciones y descripciones de las más vívidas y desgarradoras que he podido leer. Realismo y convicción por abandonar este mundo de una persona que lo había vivido todo y al que solo le quedaba lograr su objetivo final, el del suicidio.

Nadie como Sandor Marai para conmover y zarandear sentimientos y emociones en momentos donde nuestra sensibilidad sigue conmocionada por situaciones vitales que ni siquiera son tangibles, como lo es un virus. Lectura recomendada para quienes quieran estremecerse a través de las páginas de un libro.

 

 

 

 

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