El exilio cercano

La reciente desaparición de una colega guatemalteca, Walda Barrios, removió recuerdos de mi llegada a Chiapas hace más de 30 años, cuando la conocí junto a su compañero Antonio (Tono) Mosquera. Recuerdos de afabilidad desde el primer día y de reencuentros siempre cordiales en Chiapas o Guatemala. El fallecimiento de Walda se une a una larga lista de conocidos y amigos que nos han dejado a causa de la pandemia o en el contexto de ella. Demasiadas partidas, sobre todo cuando los años se agolpan para recordar la levedad de la vida.

Pero las evocaciones expresadas por colegas y amigos sobre la Dra. Walda Barrios también abren un espacio para mencionar el exilio guatemalteco en Chiapas. A nadie hay que recordar la historia compartida entre lo que ahora son territorios separados por una frontera política, pero que no ha impedido seguir compartiendo muchos aspectos culturales, así como el tránsito de personas y mercancías.

Los vaivenes políticos de ambos lados de la frontera han hecho que desde su separación cualquiera de los dos territorios se convirtiera en lugar de refugio para aquellas personas que huían de alguna persecución, en especial las relacionadas con la libertad de conciencia, con las ideas que se contraponen a un régimen político determinado. Chiapanecos exiliados en Guatemala y guatemaltecos en Chiapas ha sido una realidad histórica en los últimos 200 años.

Walda Barrios, como otros muchos guatemaltecos imposibles de mencionar por su elevado número, dejó su país cuando el autoritarismo violento se apoderó de Guatemala. Estudiantes, profesores universitarios o distintos profesionistas llegaron a Chiapas, sobre todo a San Cristóbal de Las Casas, donde se integraron y colaboraron con instituciones locales, además de crear negocios y hacerse visibles en la vida social de la ciudad. Con muchos compartí, o lo sigo haciendo, experiencias y el valor de la amistad.

El fin de la guerra y los acuerdos de paz en el vecino país condujo a que algunos optaran por el camino del retorno, como lo hicieron grupos de refugiados guatemaltecos, en su mayoría campesinos, asentados en Chiapas y Campeche. Otros decidieron quedarse en México, mientras que alguno más emprendió senderos vitales lejos del lugar de nacimiento y del que lo acogió como exiliado.

El refugio y el exilio guatemalteco en Chiapas merecen ser recordados y, sobre todo, quedan pendientes muchos trabajos de investigación que se adentren en sus experiencias personales y en el entorno político y social del que huyeron o al que se integraron. Aquellas que en estos días han vuelto a nuestra memoria con la partida definitiva de la Dra. Walda Barrios, recordada, como dije al principio, por colegas y alumnos por su labor docente en la Universidad Autónoma de Chiapas y su activismo social y feminista.

 

 

 

 

 

 

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