El vacío y la nada

Casa de citas/ 532

El vacío y la nada

Héctor Cortés Mandujano

 

Ya he contado en otro lado que he hecho muchos libros de recortes que me han interesado, de diarios fundamentalmente (notas, artículos, fotos, entrevistas, etcétera), cuando éstos tenían existencia física. Les comparto mi lectura de uno de ellos.

Escribe David Martín del Campo, en una columna llamada “El dulce lector burgués” (Reforma, 14/nov/2006), sobre un tema inquietante para los escritores: “Lo ha dicho Emmanuel Carballo al recibir el Premio Nacional de Ciencias y Artes… qué caso tiene escribir, publicar libros si ultimadamente a quien van dirigidos es un pequeño sector de la burguesía. Digo, ¿Qué caso tiene?”.

Y sigue Carballo, citado por Del Campo: “Pensar que la literatura llega al pueblo es una mentira, el pueblo no sabe leer, y si sabe aún no puede ir más allá de los cómics y las fotonovelas. Además, el libro es caro, casi un objeto de lujo… En definitiva, la literatura se desenvuelve dentro de un círculo burgués: la escribimos los burgueses, la editamos los burgueses, la leemos los burgueses. Todo queda en familia”.

 

Gabriel García Márquez escribe en “¿Todo cuento es un cuento chino?” (El País, 5/nov/2000) sobre la diferencia entre el cuento y la novela: “Escribir una novela es pegar ladrillos. Escribir un cuento es vaciar en concreto. […] El cuento es una flecha en el centro del blanco y la novela es cazar conejos”.

 

Carlos Alfieri entrevista a César Aira (“Todos mis libros son experimentos”, La Jornada, 5/sept/2004), quien declara: “He escrito novelas de ambiente de indios, por ejemplo, y algunos me reprochan: ‘Pero tus indios filosofan, parecen Bergson.’ Bien, no importa. En el fondo todo son convenciones literarias”.

Dice que, en su madurez, “lo único que me queda es la literatura. Una cosa de la que me felicito es la de no haber perdido el gusto, más que el gusto el entusiasmo, del lector”.

Sobre su obra, opina: “¿Para qué escribir otro libro bueno? La cosa es inventar algo nuevo, inventar un valor nuevo a partir del cual se pueda juzgar lo bueno de acuerdo con los nuevos paradigmas que ha establecido un determinado creador. A mí me parece que esa es la esencia de la creación”.

Hace una evaluación de los que considera buenos y malos escritores de su natal Argentina. A Julio Cortázar lo hace pedazos. Esta frase sintetiza su opinión: “El mejor Cortázar es un mal Borges”.

 

Ericka Montaño Garfías entrevista largamente a uno de los grandes: Antonio Lobo Antunes (“Necesito 200 años para escribir los libros que tengo dentro: Lobo Antunes, La Jornada, 26/nov/2006) y él cuenta que, cuando era médico, vio cómo se llevaban muerto a un niño que él había querido: “Vi al hombre llevándose al niño, alejándose, y uno de sus pies salió de la sábana y se iba balanceando. Pensé: ‘escribo para ese pie’. Aún ahora sigo pensando que escribo para aquel pie”.

Lobo Antunes nació en una familia de muchas posibilidades económicas. No le gustó: “Te sentías muy solo porque la clase donde habías nacido no te interesaba y las otras te miraban con desconfianza, pero nunca podía vivir con una mujer del medio donde había nacido, no me interesan. No son ricas por dentro. Lo que dicen no me interesa. Lo que piensan no me interesa”.

Y coincide con Carballo: “Escribo para gente que no puede leerme, porque la gente que me interesa que me lea no puede hacerlo porque, por una parte, no tiene dinero para comprar mis libros; la otra no sabe leer”.

 

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Ilustración: Alejandro Nudding

El vacío y la nada. ¿Qué había antes del Big Bang? (RBA-National Geografic, 2015), de Enrique Fernández Borja, es un estudio científico sobre la inexistencia del vacío, porque todos los espacios tienen un mínimo de energía, es decir, no están vacíos (p. 10): “La idea del vacío como generador de universos es muy factible. Hace ya unas décadas se demostró que vivimos en un universo que se expande aceleradamente y parece que la causa de esa aceleración es una energía que genera gravedad repulsiva, la famosa energía oscura”.

La idea que hay que tener presente, dice el autor (p. 35), “es que todo campo tiene un mínimo de energía (al menos uno). A ese estado de mínima energía se le denomina estado vacío”, y agrega páginas adelante (p. 39): “El vacío no está vacío, sino que contiene ondas que surgen al azar”; además (p. 46), “el vacío tiene influencia en la estructura de nuestros átomos, y es una influencia que no se puede medir”.

Dice Fernández Borja (p. 55): “La teoría y los experimentos de la física cuántica nos enseñan que el espacio, al extraerle toda la materia, es muy diferente de la nada (o la concepción clásica del vacío)”; incluso (p. 57), “la masa es la manifestación de las distintas formas que las partículas tienen de relacionarse… con el vacío”.

Una idea tranquilizante (p. 79): “El universo lleva estable 13800 millones de años, así que, aunque estuviésemos en una situación metaestable, la probabilidad de que haya un cambio de vacío justamente ahora es minúscula”.

En el vacío hay lo que se denomina energía oscura (p. 149): “Aún queda mucho camino por recorrer para tener una respuesta completa a las preguntas que conciernen al origen, estructura y funcionamiento básico de nuestro universo, pero cual sea el resultado final, el vacío se hallará en la clave de la solución”.

 

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Leo Ética nicomáquea (UNAM, 1957), de Aristóteles, y comparto algunos breves apuntes.

Aristóteles fue alumno de Platón durante 20 años y (p. 7) “tuvo un hijo, Nicómaco, quien andando los años, al editar los escritos éticos de su padre, dio con ellos su nombre a la llamada Ética nicomáquea”.

Los diez capítulos que lo conforman, abordan temáticas específicas (el bien, la virtud, la justicia, la amistad, la felicidad…). Dice a finales del primero (p. 42): “En el sueño en nada puede distinguirse el hombre bueno del malo; de donde viene el dicho de que durante la mitad de la vida en nada difieren los felices de los desdichados”.

El libro está lleno de frases citables, como ésta (p. 75): “Lo temible no es lo mismo para todos”. La filosofía se ha adelantado por miles de años a la ciencia. Lo que dice Aristóteles hasta hace poco lo descubrió la neurociencia (p. 135): “Hay dos partes del alma: la dotada de razón y la irracional”, que es más o menos lo mismo que decir, desde las neurociencias, que tenemos dos cerebros: el emocional o sistema límbico, y el racional. La equilibrada comunión de ambos es la inteligencia emocional.

Cuando habla de la incontinencia ante los vicios, es decir, no poder resistirse a ellos, no es tan actual, porque excluye (p. 163) “a las mujeres, porque no son activas, sino pasivas en la cópula”.

Aunque aconseja no tener demasiados (“bastan algunos, como basta un poco de sazón para la comida”), Aristóteles dice que (p. 181) “sin amigos nadie escogería vivir, aunque tuviese todos los bienes restantes”.

Los placeres son distintos para cada cual, dice, y cita a Heráclito para dejar claras las diferencias (p. 237): “El asno prefiere la paja al oro”.

Contactos: hectorcortesm@gmail.com

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