El incorruptible Andy el pacifista

No albergo dudas de que el presidente López Obrador es un hombre pacifista. Esta invocación a su perfil humanista, como él mismo gusta autocalificarse, no obedece a otras razones sino al carácter paradójico de esa vocación frente al imparable y sangriento escenario de violencia en varias partes del país, asociado a la acción de las principales organizaciones criminales en pugna.

En una de sus mañaneras, el presidente fue inquirido por el periodista Jorge Ramos. Básicamente los temas de sus cuestionamientos fueron el de las muertes por covid-19 y las que se derivan de la violencia criminal. Es verdad que se trata de asuntos tan delicados que lastiman y preocupan a la ciudadanía en el país. Con todo y lo acertado o no de las críticas a la estrategia del gobierno o a lo atinado o no de las medidas impulsadas, no conviene dejar de mirar los resultados hasta ahora alcanzados con cierta perspectiva.

Por más voluntad y conocimientos que tenga un gobierno en materia de seguridad o de salud para enfrentar los enormes retos que significa “solucionar” algún tipo de “eventualidad” en esos terrenos, no existen respuestas mágicas para resolver problemas de tal magnitud y profundidad. Con otras palabras, no se puede esperar que un gobierno termine con un conflicto que se fue labrando durante más de 80 años.

En el caso de las drogas ilegales, por ejemplo, se tienen registros del comercio ilícito de estupefacientes al menos desde el periodo autoritario en que gobernó el PRI, pero que habían sido controlados desde la administración pública y las organizaciones criminales no desafiaban al poder político imperante, como sí lo han hecho en los últimos años, sobre todo en el periodo neoliberal y durante los gobiernos de la transición. Tampoco es una novedad que el consumo ha crecido desproporcionadamente no solamente en Estados Unidos, aunque ese país sigue siendo el principal consumidor de drogas ilegales. En México incluso el consumo de drogas ha crecido en los últimos años y no es casual que ahora se hable de cárteles en la Ciudad de México; no porque apenas ahora nos sorprenda su presencia, sino porque han escalado la violencia a tal grado realizando acciones hasta para liquidar a un alto funcionario de la seguridad pública del gobierno de la ciudad. Por lo tanto, las soluciones no son tan simples, ni serán inmediatas, hasta que no hayan respuestas articuladas global y localmente; cosa que pasa por la intervención en el consumo, el control de organizaciones criminales y el fortalecimiento de instituciones de justicia.

Es verdad, también, que este gobierno ya no puede continuar con la narrativa de que todo obedece al pasado y a los malos gobiernos anteriores. Esa forma de ver las cosas está llegando a su fin y cada vez más aumentarán las presiones con el propósito de cuestionar los resultados hasta ahora alcanzados. Por lo tanto, al gobierno actual no le queda de otra más que hacer el balance de lo que han hecho razonablemente bien, cuáles son los resultados digamos positivos y negativos hasta ahora; de tal forma que puedan publicitar sus “avances” y neutralizar los efectos más negativos en contra.

Para los que aún abrigan esperanzas que abatiendo la corrupción se acabarán nuestros males como país, me temo que les tengo malas noticias. Ni la corrupción se acabará por decreto, como tampoco se terminará en este sexenio. Es loable que el gobierno encare semejante problema, pero resulta poco afortunado pensar que esto habrá de terminar con todos nuestros males. Es verdad que poner límites al propio gobierno sobre este tipo de conductas resultaba una medida imprescindible para poder gobernar en la actualidad, pero ni en Suecia (uno de los países menos corruptos en el mundo) dejan de existir conductas criminales. Borgen, una serie de lucha por el poder y las intrigas políticas derivadas por su conquista, nos plantea que justamente hasta en las democracias más consolidadas acechan siempre los riesgos a cometer ilegalidades desde el gobierno.

Esta semana, el presidente López Obrador inició sus mañaneras como siempre fustigando a sus adversarios que el localiza en los medios de comunicación tradicionales. No son los únicos, pero con ellos el presidente mantiene una “guerra” frontal por imponer la agenda y desacreditarse. En este caso, vuelve a conceder espacio privilegiado a los medios informativos que más lo atacan y, de hecho, esta es la segunda semana en que se presenta una suerte de balance a cerca del comportamiento de los medios que fue bautizada en la mañanera como Quién es quién en los medios.

Como se sabe, esta confrontación se exacerbó producto de las diferencias y resultados que arrojaron los pasados comicios federales y locales ocurridos en el país. Para el presidente, quien no solamente califica a los principales medios de información como conservadores, son los responsables de que Morena haya perdido la mitad de los cargos de representación en la Ciudad de México. También ha dicho, aunque con menos enjundia, que los resultados fueron adversos porque las autoridades locales se alejaron de la gente.

En este complejo escenario, el presidente no parece acertar en el diagnóstico y no solamente pierde un tiempo valioso sino que, además, echa por tierra la sagacidad y astucia política que le han caracterizado. Ignoro si el presidente se cree el cuento de que los medios llegan a tener tal influencia que prácticamente deciden por quien votarán los electores. Si esa fuese la racionalidad presidencial me temo que ella se desplaza en un terreno altamente contradictorio. Si como suele decir el presidente que el pueblo de México está muy consciente y “avispado” ¿cómo entender ahora que están manipulados por los medios?

Pocos serían quienes se atreverían discutir sobre el poder acumulado de algunos de los medios de comunicación en México. Pero su influencia no opera sola o como si los ciudadanos no tuvieran otra cosa que hacer más que estar literalmente postrados frente a la televisión, escuchando la radio, leyendo los periódicos o en el internet. La vida cotidiana de las personas transcurre en un mundo muy complejo de relaciones donde los medios solamente ocupan una parte de su tiempo y mientras eso ocurre pueden hacerse muchas cosas, de modo tal que nunca se puede garantizar que exista una atención completa sobre lo que se ve, se escucha o se lee.

¿Por qué no admitir que los resultados electorales fueron producto de una compleja circunstancia en la que no hay que descartar una protesta legítima de quienes votaron en contra de Morena? ¿Por qué no pensar que los resultados electorales fueron producto de las propias contradicciones internas de Morena? ¿Por qué no reconocer que el voto en contra pudo ser el resultado de la inconformidad ciudadana con los gobiernos locales de Morena?

Es loable que el presidente Obrador haya cambiado el tipo de relación con los medios de comunicación y no es ninguna novedad que lo que obtenían del presupuesto público por publicidad, de lo cual carecen ahora, sea la causa que explica principalmente la inconformidad y el sistemático ataque de algunos medios hacia este gobierno.

En esa guerra de baja intensidad que sostienen algunos medios con la presidencia de la república se gesta un nuevo capítulo a través de los videos difundidos en el que se observa a uno de los hermanos del presidente recibiendo dinero de, David León, el otrora funcionario público que se desempeñaba como director de Protección Civil.

Al mismo tiempo, sale a la luz pública que un altos funcionarios de la administración de Peña Nieto y de Felipe Calderón, habían sido detenidos. Uno de ellos se le imputan delitos por tortura, mientras que al otro por sospecha de enriquecimiento inexplicable.

Nadie podría estar en contra de que este gobierno luche denodadamente en contra de la corrupción. El problema es que ya son dos los hermanos del presidente que aparecen en videos recibiendo dinero de un intermediario vinculado a un prominente político del Partido Verde. Y eso, desde luego, instala en una situación comprometedora la cruzada por la corrupción de este gobierno.

Es posible que esta situación no desacredite plenamente la lucha en contra de la corrupción que ha sido bandera de este gobierno, pero sin duda lo pone en un predicamento que deberían obligarle a dar explicaciones convincentes de que no se trata de actos indebidos o que configuren delitos los actos en que han sido exhibidos los hermanos del presidente. De lo contrario, su credibilidad se verá comprometida sobre un tema que ha puesto especial énfasis como uno de los grandes problemas del país, si no es que el principal.

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