En Cuba no falta nada…

Hay hechos históricos y territorios del mundo que, por distintos motivos y circunstancias, se convierten en los acumuladores de todas las energías positivas o negativas, dependiendo del punto de vista del analista u opinador en turno. Ese es el caso de Cuba, hoy en boca de todos por los sucesos que han acontecido en los últimos días, ejemplificados por las espontáneas manifestaciones de ciudadanos que al grito de “libertad” desfilan en distintas ciudades y villas del país.

Se habrá percibido, por la afirmación anterior, que el que escribe tiene una posición clara y nítida respecto a Cuba, pero no sólo ante ese país. Ninguna dictadura, del signo que sea, merece respeto. Quien busque logros en los regímenes políticos autoritarios siempre los encontrará. En Cuba se ha hablado de la generalizada educación y sanidad pública como triunfos revolucionarios. También durante la dictadura de Augusto Pinochet en Chile se consideró positiva la estabilización de la economía, frente a las crisis de vecinos países. Es decir, todo gobierno puede tener logros, pero en las dictaduras hay costos muy altos que se pagan con la restricción de derechos individuales y sociales, por no hablar de las vidas humanas de los disidentes.

Granma. Cortesía

La Cuba que vio caer el Muro de Berlín y sufrió la descomposición de la URSS, como un duro golpe por la pérdida de las ayudas que recibía, lleva tiempo en descomposición política y reestructuración social. Procesos lentos, seguramente, para los que los viven como una crisis perpetua; aunque dichos procesos hablan de una sociedad en movimiento. Quien haya ido a la Mayor de las Antillas y no perciba esas latentes inercias, donde las nuevas generaciones se muestran desafectas al discurso oficial, debe estar muy obnubilado por la ideología. Credo político que se pone en duda cuando todo lo prometido ha quedado en el olvido y lo que se pretende combatir se hace visible de manera muy hiriente. Ejemplo de lo anterior es la desigualdad social perceptible con nitidez en la capital del país, La Habana.

El coronavirus ha exacerbado un proceso de alteración social, acrecentado por los rigores de la escasez y carestía de productos básicos para unos salarios que no cubren las necesidades familiares. Ni el cierto y trasnochado bloqueo estadounidense explica y justifica una situación que tampoco tendría solución si tal cerco se levantara. El descrédito de los grandes relatos y discursos vinculados con la Revolución cubana lleva tiempo en aumento en la isla, aunque es impredecible saber si ello será suficiente para que se produzcan cambios políticos. A ello hay que agregar la compleja dicotomía existente entre los disidentes fuera de la isla y los defensores de la Revolución dentro de ella.

Nadie cuenta con una bola de cristal para saber el futuro de Cuba, ni tampoco se sabe el recorrido que tendrán las protestas, si ellas continúan. Lo que es claro, al menos para mí, es que cuando el grito que ha unificado las protestas es el de “Libertad” será muy difícil que la población quejosa deje de reclamarla a corto o largo plazo. Ni siquiera la escasez de alimentos ha provocado manifestaciones como las vividas en los últimos días, por lo que a veces solo la posibilidad de poder clamar, y de gritar sin temor, es suficiente para que cambien realidades tan complejas como la de la Mayor de las Antillas.

 

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