Augusto Solórzano, su último programa radiofónico

Augusto Solórzano López (Comitán, 1949-2021) marcó con su voz cálida la radiodifusión informativa de Chiapas en los últimos 50 años. Caballeroso, sensible y profesional, se le recuerda por el noticiario Reporteros en Acción y su frase “los últimos en la guerra, los primeros en la paz”.

Originario de Comitán, donde nació en el mero barrio de San Caralampio el 6 de mayo de 1949, murió el 5 de agosto pasado en Tuxtla Gutiérrez a los 72 años, víctima de un cáncer que lo había golpeado por varios años, y que lo sometió a cirugías dolorosas.

Huérfano desde muy joven por la muerte prematura de su madre Guadalupe López Guzmán, y de su padre Caralampio Solórzano Ortiz, debió abrirse camino solo y encontrar, en los micrófonos, la vocación de su vida.

Con su padre aprendió carpintería; “a los 12 ya era ebanista”, y con su abuelo Teófilo Solórzano, que era campesino, a cultivar la tierra. Era pobre, por lo que debió asistir a la Escuela Belisario Domínguez sin zapatos: “Me compré mi primer par a los 14 años; unos zapatos rechinadores, porque esa era la moda”.

Era un alumno aplicado, aun cuando se le dificultaba leer, porque padeció miopía desde niño. Fue hasta los 17 años cuando recibió como regalo, de parte del sacerdote Carlos Mandujano, su primer par de lentes.

En las horas dedicadas a la carpintería, escuchaba la XEW o la XERH. Le fascinaban las voces de la radio, y las imitaba. Diseñó unos micrófonos de madera y modulaba la voz, y también cantaba a lo Javier Solís. Su gusto por la radio lo llevó a inscribirse a un curso por correspondencia de 12 lecciones que ofrecía la Academia Novo, de Monterrey. La calificación perfecta que obtuvo lo motivó a buscar un espacio en la radio local.

Para acercarse a la XEUI, la radiodifusora de Comitán, compró el disco Espumas, de Javier Solís, y lo llevó como obsequió, para tener la oportunidad de presentarlo. Esa fue su primera, pero breve intervención ante los micrófonos radiofónicos.

Para granjearse la consideración del gerente de la estación, que era el periodista José Luis Cancino, debió limpiar con machete en mano la maleza que crecía alrededor de la antena de la radiodifusora. Al paso del tiempo, se ganó un espacio como el chico de los recados. Aprendió mecanografía en el Instituto Royal, y se convirtió en un imprescindible en la redacción de oficios.

Se sentía parte del mundo de la radiodifusión, mientras veía y escuchaba a los locutores Jorge Gordillo Mandujano, Romeo Torres Ventura, Ricardo Saborio, y al propio José Luis Cancino.

Su dedicación fue premiada con el encargo de organizar la discoteca de la XEUI, que estaba descuidada y abandonada.

En realidad, era un multiusos. Era mecanógrafo. Machetero. Programador de la discoteca, y también, barrendero: “la cubeta, el agua y el jabón me dieron pretexto para meterme a la cabina”.

Jorge Gordillo, sabedor de las ilusiones del jovencísimo Augusto, le permitió que enviara saludos a los seguidores de Serenata, un programa nocturno de boleros. Finalmente, después de varios meses, le fue encomendada la tarea de quedarse al frente de los micrófonos durante un domingo. Lloró de emoción, me contó muchos años después.

A partir de ahí se hizo un habitual como presentador de La hora de la paz, un programa que dirigía el sacerdote Carlos Mandujano. Aprendió a modular su voz y logró tesituras agradables, que marcarían de por vida su estilo radiofónico.

A los 19 años, ya con experiencia de cabina y de control remoto, Augusto Solórzano se hizo cargo de la estación XEVF de Villaflores. Poco después, en 1968, aterrizó en Tuxtla, en donde marcaría una época con Reporteros en Acción, un periodismo de respeto al auditorio y a sus protagonistas.

La radio lo vinculó al periodismo impreso. Colaboró durante 14 años en El Ahuizote, del rebelde Guillermo Trinidad, y se metió después en las páginas de La República en Chiapas, sin dejar a un lado Cuarto Poder. Sin embargo, lo suyo, era la radio, y conoció prácticamente todas las cabinas de estaciones de Tuxtla: de la XEUE, XEVV, XELM, XEIO y, por supuesto, del Sistema Chiapaneco de Radio y Televisión.

Padeció alcoholismo y batalló toda su vida con los problemas de la vista. En una de las tantas cirugías a las que fue sometido, perdió el ojo derecho. Tenía ya 40 años. Era un hombre popular de la radio. Pero ni las dificultades de la vista lo hicieron renunciar a la lectura ni a conducir su propio vehículo. Era un hombre que superaba las dificultades con ánimo optimista.

Con su partida se dice adiós a la época de oro del periodismo radiofónico, en donde los locutores fueron verdaderas estrellas de las ondas hertzianas y vínculo de comunicación de los chiapanecos. ¡Descanse en paz!

 

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