La ceiba

Árbol de ceiba. Cortesía: Graficaitinerante.

Rosaura, Roberto y Ruth habían salido a trotar como todas las mañanas, aparte que les era útil para su actividad física, les resultaba divertido convivir como hermanos. De regreso a casa, Rosaura, la hermana mayor les propuso retomar la ruta de los andadores, además de estar arbolada permitía que hicieran su actividad con menos transeúntes.  Aceptaron.

Roberto y Ruth iban casi al mismo ritmo, Rosaura iba detrás de ellos, atenta para no quedarse mucho. Ella era quien les había propuesto hacer actividad conjunta, sus hermanos adolescentes habían aceptado. Rosaura disfrutaba mucho esa convivencia, además, le resultaba grato observar los paisajes, cada mañana era distinto, hallaba algún motivo diferente con el cual asombrarse.

Iban casi cerca de su destino cuando pasaron por un andador, el hogar de una bella ceiba, situada a la mitad del camino. Desde lejos Rosaura observó cómo el follaje de sus ramas se mecía al vaivén del viento que soplaba esa mañana. Le pareció que estaba frente a un paisaje nuevo, aunque ya la conocía la ceiba le resultó imponente, alrededor de 30 metros de altura. Fue bajando su ritmo para hacer una pausa y observarla de cerca. Llamó a sus hermanos.

—¡Ruth, Roberto! Hagamos una pausa, vengan.

—¿Te sientes bien?  —Preguntó Roberto.

—¿Te acalambraste? —Inquirió Ruth.

—Nada de eso, solo quiero que observemos algo.

Cuando llegaron se percataron que Rosaura estaba con la vista hacia arriba, en la parte alta de la ceiba. No preguntaron qué buscaba, se sumaron a la contemplación del paisaje. En una de las ramas había una paloma blanca. Se veía tan linda, reposando.

Se sentaron en unas bancas de cemento, alrededor de la ceiba. Rosaura les contó que la ceiba era un árbol sagrado en la cosmovisión de los pueblos mesoamericanos, en especial para la cultura maya. En lengua maya le llamaban ya’axche, que significa árbol verde. La importancia de este árbol era ser conector entre el cielo y el inframundo.

Ruth y Roberto escuchaban con atención a Rosaura. Ruth se animó a interrumpir,

—¡Orale! ¿Cómo sabes esto?

Rosaura dijo que algo había leído en libros y también en sus clases de historia. Pero también recordó que en pláticas de personas mayores también había escuchado el respeto a la ceiba. Además, les dijo que ese árbol lo había conocido de pequeña. Hizo memoria de cuando vio las espinas gruesas que tenía en el tallo verde, cómo fue creciendo y con el paso del tiempo su tronco cambió de color, se engrosó y se hizo resistente. Las espinas ya no se observaban, era una ceiba madura.

También les pidió que pusieran atención en un detalle, la ceiba había sido mutilada en algunas de sus ramas más bajas. Seguro había sido doloroso en su  momento, pero sus heridas habían sanado. Ahí estaba imponente y bella, dándoles cobijo esa mañana a la paloma y a ellos. La ceiba además de ser sagrada, era un ejemplo de cómo afrontar la vida y permanecer a pesar de las batallas. Ellos eran afortunados de tenerla en su caminar.

Roberto sonrió y agradeció a Rosaura esa pausa. No tenía idea del valor de ese árbol, que era parte de su cotidianidad. Ruth se acercó a Rosaura y la abrazó. El aleteo de la paloma les hizo volver la vista y comenzar a prepararse para reanudar su camino a casa.

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