Tristezas y alegrías en redes sociales

Hoy las redes sociales son parte de nuestras vidas; posibilidades de comunicación cotidiana impensables hace unas pocas décadas. Las personas que nacimos antes de la revolución tecnológica de las computadoras, el internet y todos aquellos medios de difusión de información o contactos personales, conocemos lo distinto que era entablar una comunicación más allá del cara a cara. Cartas y teléfono (fijo) hoy resultan medios anacrónicos y rara vez son utilizados en la cotidianidad diaria, aunque su uso posibilitaba un desarrollo más amplio de ideas y emociones. En la actualidad, estas últimas son más directas, rápidas y, en especial, más breves por poder realizarse en cualquier momento del día y desde distintas ubicaciones geográficas.

Si lo expuesto era ya una realidad constatable antes de la pandemia; el arribo del virus ha aumentado el uso de esas redes dadas las dificultades para los encuentros personales, reducidos por el lógico temor a los contagios del Covid-19. Facebook, Twitter, Instagram y muchas otras plataformas ejemplifican esa forma de intimidad personal pero, sobre todo, muestran inquietudes y sentimientos de los usuarios.

Quienes somos consumidores o partícipes de alguna de esas plataformas cibernéticas también constatamos, si no es que lo demostramos, cómo durante la pandemia se ha ampliado la carga emocional de los informaciones expuestas en tales plataformas. Las tristezas y las alegrías, como dos caras de la misma moneda, han aumentado en la exposición de los usuarios. Una forma de compartir con otros las inquietudes surgidas por el aislamiento y, en muchos casos, por el dolor de la pérdida de seres queridos.

Emociones que en otras circunstancias se compartirían en encuentros cara a cara y que hoy, debido a las discutibles medidas de control de la población, se divulgan con mayor facilidad a través de los mencionados medios electrónicos. En lo personal comprendo esa forma de expresión dado que nadie de los que somos usuarios está ajeno a ese tipo de manifestaciones afectivas. Pero dicho ello, también hay que reconocer que no siempre esas expresiones resultan agradables. Y no lo son porque expresen emociones sino porque significa que no pueden decirse en otros ámbitos de mayor cercanía personal.

Desde hace años, con el surgimiento de las mencionadas redes sociales, la dicotomía asumida entre los ámbitos públicos y privados de la vida se ha dispersado de tal forma que nadie reconoce con facilidad dónde se establece esa frontera entre lo privado y lo público. Momentos históricos y diferentes sociedades tienen concepciones distintas de esa barrera. Solo hay que recordar la Europa católica antes de la Contrarreforma, o la Cuba actual, para entender que lo considerado privado se efectuaba o lleva a cabo en ámbitos públicos.

Esa separación parece sobrepasada en buena parte del mundo entre otras cosas por las redes sociales, aquellas que han roto barreras entre ámbitos que parecían con límites nítidos o, al menos, reconocibles. De ahí que la velocidad de los cambios tecnológicos también vaya de la mano de modificaciones de la comunicación interpersonal y de los hábitos sociales.

Las emotividades no desaparecen de los vínculos establecidos cara a cara, por supuesto, pero ellas encuentran contextos distintos para expresarse. Cambios que van de la mano de otros muchos y que no nos resultan tan sorprendentes porque somos actores partícipes de ellos.

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