Cuba: la mayor de Las Antillas


Camilo Cienfuegos y Fidel Casto en La Habana (8 de enero de 1959). Foto: Archivo del gobierno de Cuba

En la madrugada del 25 de noviembre de 2016 murió Fidel Castro Ruz, líder de la Revolución Cubana. Recuerdo que estaba con mi esposa en un hotel de Guadalajara en el que se concentró a varios participantes en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL) de ese año. La noticia nos golpeó. Al dirigirnos a desayunar mientras comentábamos el suceso y sus repercusiones en América Latina y El Caribe, nos encontramos con la poeta María Eugenia Ramos, que conocimos en sus inicios de escritora en los históricos Encuentros de Intelectuales Chiapas-Centroamérica, organizados por el añorado Instituto Chiapaneco de Cultura (ICHC). María Eugenia portaba una bolsa de café de  su tierra, Honduras, y entregándomela me dijo, “sabía que lo vería por aquí y le traigo este café”. Nos sentamos a desayunar y la conversación giró, por supuesto, alrededor de la muerte del líder revolucionario cubano. La mención de los Encuentros de Intelectuales hecha por María Eugenia, me hizo recordar que el Caribe estuvo ausente y que deberíamos haberlos invitado. Sirva en mi descargo que en los inicios del año de 1992, convocamos a una reunión de antropólogos en Chiapas, en San Cristóbal de las Casas, a la que acudieron el poeta y ensayista cubano Roberto Fernández Retamar (quien falleció recién en 2019) y el poeta y antropólogo Miguel Barnet, quien escribió un emocionado poema al salir de la Iglesia de San Juan Chamula.   Por cierto, esa fue la última reunión a la que asistió Guillermo Bonfil antes de morir. En esa reunión estuvo también el antropólogo brasileño Darcy Ribeiro. Es decir, la muerte de Fidel Castro nos convoca a pensar en La América Latina que incluye al Caribe y que José Martí llamó Nuestra América. Y nos llama a esa reflexión desde Cuba, la Mayor de las Antillas. De adolescente, vi a mi padre escuchar pegado al viejo radio Tefunken, la emisión de la XEW que desde la Ciudad de México narraba el 8 de enero de 1959, la entrada de Fidel Castro a La Habana, al frente del ejército revolucionario que expulsó al dictador Fulgencio Batista el 1 de enero de ese año. Mi padre estaba frenético de alegría. Para un luchador republicano en las trincheras de la España que combatió al fascismo en la primera guerra por el hombre universal, el triunfo de los revolucionarios cubanos era una noticia que abría la puerta a la esperanza por un mundo mejor. Fidel entraba a La Habana a la cabeza de un contingente en el que iban Camilo Cienfuegos, el Comandante Almeyda, el legendario Che Guevara, Aleida March, Vilma Espín y otros dirigentes connotados de la Revolución Cubana. Sigue siendo aquel 8 de enero de 1959 una fecha histórica para El Caribe, América Latina, Nuestra América. Como estudiante en la Escuela Nacional de Antropología e Historia en la Ciudad de México, en aquellos años de la segunda mitad de la década de 1960, no solo escuché de Fidel Castro, de la Revolución Cubana, de la hazaña de los guerrilleros barbudos al “ponerle el cascabel al gato” expulsando a un dictador de la catadura de Batista y con él, sacar al imperialismo norteamericano de la Isla Bella, sino que participé en las marchas de solidaridad organizadas en las calles de la Ciudad de México por el Comité de Estudiantes Democráticos. El nombre de Fidel Castro recorría la avenida Reforma del añorado D.F. junto a los nombres del Che Guevara, Camilo Cienfuegos y los líderes de la Revolución caribeña. Sabíamos que en el añejo Café La Habana situado en la Calle de Bucareli, se reunía Fidel con sus correligionarios revolucionarios y allí, en medio de los agentes de gobernación que espiaban las conversaciones de las mesas, hablaban del futuro de Cuba. Cuando acompañé a Guillermo Bonfil al trabajo de campo en la región de Chalco-Amecameca, más de una vez escuchamos cómo se entrenaban “los barbudos cubanos” en tácticas guerrilleras en aquellos campos señoreados por los volcanes Popocatépetl e Ixtaccíhuatl. Justo un viejo soldado republicano español, Alberto Bayo Giroud, que por cierto había nacido en Cuba, en Camaguey, y peleado en la Guerra de España contra Francisco Franco, fue el instructor militar de los revolucionarios cubanos. El General Bayo murió en La Habana el 4 de agosto de 1967, no sin antes haber visto y vivido el triunfo de la Revolución en la Mayor de las Antillas. El nombre de Fidel Castro evoca ese entretejido de pueblos en lucha: España, Cuba, México, Nuestra América, la Europa antifascista, y como ello es lo que va tejiendo la Historia Universal. Fidel partió de la costa veracruzana para enfilar hacia Cuba e iniciar la Revolución que implantó en El Caribe a la primera sociedad que logró echar atrás al poderoso Imperio que no tiene amigos “sino sólo intereses”. Si el colonialismo en Nuestra América empezó en el Caribe, es en ese mismo “Mare Nostrum” en donde inicia su retirada. A lo largo de los años, la Mayor de las Antillas se ha conservado en pie, afrontando múltiples problemas, entre ellos, el bloqueo decretado por los Estados Unidos, para que ningún país de la tierra pueda tener relaciones libres con Cuba. A pesar de ello, los cubanos fabricaron su propia vacuna contra el COVID-19, poseen una sociedad libre de analfabetas, tienen el nivel de escolaridad más alto en América Latina y El Caribe y el sistema político y el pueblo cubano no se desmoronaron a la muerte de Fidel Castro. Desde la reflexión de las ciencias sociales no se obvian los problemas que afrenta la sociedad cubana actual. Pero no se debe prescindir del análisis de las consecuencias del bloqueo para explicar esa realidad ni los esfuerzos del Imperio para regresar a Cuba a lo que fue: un centro de recreación de los millonarios norteamericanos, incluyendo a las mafias italo-norteamericanas que se describen en la serie de películas de El Padrino. A 5 años de la muerte de Fidel Castro, el pueblo de Cuba sigue allí, resistiendo, solventando los problemas que afronta, enfrentando el embate propagandístico y un bloqueo criminal que es una afrenta a la libertad que asiste a todos los pueblos de resolver sus destinos sin injerencias foráneas. Lo dijo bien Benito Juárez: “Entre los individuos como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”. Y lo recalca la Doctrina Estrada, el faro que guía a la política exterior de México: “Respeto a la autodeterminación de los pueblos y no intervención”.  Murió Fidel Castro pero su pueblo está en pie. En medio del Mar Caribe, ese Mare Nuestroamericano, la Mayor de las Antillas sigue siendo un referente del “si se puede” cuando de desterrar al colonialismo se trata.

Ajijic. Ribera del Lago de Chapala. A 28 de noviembre de 2021.

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