Mundo maniqueo (I)

Capitolio de los Estados Unidos. Imagen: Cortesía,

Como no podía ser de otra manera, la guerra Rusia-ucrania se ha convertido un conflicto mediático. Nadie sabe que pasa realmente en el teatro de operaciones, a no ser por las agencias militares y civiles de información. En un contexto donde las tecnologías de comunicación abren todo tipo de frontera, nos encontramos en un vacío, un impasse donde la supuesta verdad y los hechos están confrontados en dos bandos irresolubles: la posición nacionalista e histórica de la Gran Rusia, y el otro, donde un solo hombre autoritario, prepotente y belicista ha provocado casi una guerra de talla mundial.

La supresión de noticias no es nueva. Ha sido una estrategia militar de prácticamente todas las contiendas del siglo XX, pero ahora resalta la forma en que se manipulan y se difunden, con un consentimiento “moral” para mutilar toda verdad que contradiga el discurso oficial de los adversarios.  Inaugurada por los Estados Unidos en la primera Guerra de Irak, Donald Rumsfield, Secretario de Defensa con el presidente George W. Bush y a la postre el organizador, gestor e implementador de la invasión de ese país, llevó a cabo la iniciativa de “filtrar” institucionalmente todo tipo deinformación que llegara al pueblo de Estados Unidos.

Después de todo, no podían arriesgarse otra vez a la impopularidad nacional, como lo fue en la contienda contra Vietnam, donde llevó a la gente a las calles para protestar masivamente contra ese conflicto y puso en entredicho las políticas bélicas del gobierno estadounidense. Se dice que gran parte de su derrota se debió a la movilización popular en todo el país. Desde entonces, la represión informativa fue, de ahí en adelante, toda una política de guerra en Estados Unidos.

Desde Irak, observamos las batallas como videojuegos en donde, desde luego, solamente gana quien difunde las imágenes y las adjetiva al instante.

Lo irónico es que eso sea, en el actual contexto mediático y tecnológico sin precedente, la primera y casi la más importante de las acciones militares. En la guerra Rusia-Ucrania los silencios y los estruendos informativos se rebasan el uno al otro, como si también fuese parte de las ofensivas requeridas para doblegar al enemigo.

Por eso, somos testigos de que habitamos un mundo completamente maniqueo, un orden de vida que necesita una contraparte, un enemigo, la parte obscura de nosotros mismos. Por increíble que parezca, en la prensa de Occidente y, por tanto, en los corrillos de nuestra vida cotidiana, no hay una contraparte que siquiera vea el otro lado de la critica en esta nueva guerra europea.

La historia se repite como los textos de historia de la secundaria: un loco, un desalmado solitario que tiene maniatado a toda una nación, por sí solo y por su solo capricho, invade un país sin ton ni son. Por supuesto, no estamos a favor del presidente Putin y no de su osada y excesiva muestra de fuerza. Toda guerra es una miseria en si misma, pero también es la extensión de la política, dijera Carl Von Clausewitz. Y desde ahí debe partir todo análisis mínimo, cuando se trata de resarcir la potencial verdad en un problema de esa magnitud.

Y esa contraparte la representa, cómo no, los Estados Unidos. En realidad, metafóricamente no es Ucrania la que se defiende ni la que se invade, sino la hegemonía mundial donde los enemigos históricos del siglo XX se están confrontando.

Estados Unidos ha tenido como característica de su intocableseguridad, la creación constante de un enemigo a la cual dirigir su psique nacionalista y, por consiguiente, su construcción bélica en todas sus generaciones. Desde las guerras de independencia contra Inglaterra; la conquista del medio oeste, pasando por encima de todos los pueblos originarios en ese mítico “destino manifiesto” proclamado en nombre de Dios, es decir, arrasando y realizando un literal etnocidio en aras del famoso “espacio vital” que la Alemania Nazi proclamó en los 30s del siglo XX. Invasión de territorios por materia prima y expansión estratégica de tierras por conquistar.

Pero fue precisamente en el siglo pasado cuando la necesidad de construir el enemigo se hizo imperativo. La lucha contra la Alemania fascista los convirtió en la potencia que ahora son. Después fueron los comunistas y todo el despliegue de la propaganda mundial en torno a esos grandes y despiadados “enemigos de la libertad”. Al desaparecer la contraparte socialista, vino la contención contra el narcotráfico con el Plan Colombia, militarizando una parte de ese país y extendiendo tales políticas en todo Sudamérica.

Y llegó el episodio de las Torres Gemelas. ¿Qué más pedir «enemigo» para un país paranoide, el hecho de que el «enemigo» sea exactamente lo contrario a los valores occidentales, un musulmán, terrorista, que vivía en cuevas, barbado y con turbante, poligamo y con una evidente ‘maldad’ al bombardear uno de los centros financieros más importantes del mundo, en el corazón de la nación de la libertad?

De esa visión maniquea vinieron cuatro grandes guerras para Estados Unidos, pero también para el mundo entero. Pero también las mentiras. Las mismas que se repiten ahora, en el umbral de una potencial tercera guerra mundial.

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