Tocar el corazón del mito

Casa de citas/ 578

Tocar el corazón del mito

Héctor Cortés Mandujano

 

Lord Byron (George Gordon Byron, 1788-1824) hizo un personaje de sí mismo en los 36 años que vivió. Leo Obras escogidas (Edicomunicación, 1999, selección, edición y notas de Alberto Laurent) donde cuentan su azarosa vida y compilan cinco obras suyas: “Las peregrinaciones de Childe-Harold (Canto I)”, “La novia de Abydos”, “Lara”, “Beppo” y “Mazeppa”.

Byron escribe hasta las notas al pie. En “La novia de Abydos”, cuando menciona al (p. 80) “ancho Helesponto” dice al pie: “Se ha discutido bastante sobre el epíteto ‘amplio Helesponto’ o ‘interminable Helesponto’ discurriendo si significaban una cosa o la otra, y, en todo caso, qué significaba. Pero todo está al alcance de detallarlo. He oído discutirlo sobre el mismo sitio, y no previendo terminar fácilmente la polémica, decidí mientras, nadar en ese mar y probablemente vuelva a hacerlo ante de que se llegue a una conclusión sobre ese tema”.

Hero y Leandro vivían cada cual en uno de los extremos del Helesponto, y Leandro atravesaba a nado por las noches el mar para amarla. Una vez, a ella se le apagó la luz que lo guiaba (se quedó dormida) y él se ahogó. Hero, después, se suicidó. Cruzar el Helesponto, para Byron, era tocar el corazón del mito.

Agrega en su nota Byron sobre Homero, sobre la interpretación de las palabras: “Cuando habla del amor eterno, quizá se refería simplemente a tres semanas”.

En “Beppo”, Byron menciona (p. 140) “las llamas del Flegetón”, que era, según los griegos, “uno de los ríos del infierno cuyas aguas se convertían en llamas al acercarse los réprobos”. Un río, con programación demoníaca, sin duda. En esta historia una mujer decide tener un amante. Byron lo dice con elegancia (p. 146): “Juzgó lo más prudente el proporcionarse un vice-marido”.

Hace dos llamativas declaraciones, todavía en “Beppo”, que me gustan. Una (p. 151): “¡Así Dios salve al regente, a la Iglesia y al rey!, lo que significa que me gusta todo”, y dos: “¡Oh!, que no posea yo el arte de escribir con facilidad lo que sería fácilmente leído”.

Del primer párrafo de “Mazeppa” es esta idea (p. 165): “El poder y la gloria, divinidades inconstantes, como los hombres que les rinden culto…”. Mazepa cuenta de un monarca que (p. 168) “amaba las musas y las bellas; las unas y las otras son tan voluntariosas, que más de una vez suspiraba por los campamentos; si bien pasado su mal humor, tomaba otra amiga o un nuevo libro”.

 

 

***

Y del ondulado océano del espacio

nació el tiempo

En el himno “Creación”,

del Rig Veda

 

Leo el Rig Veda (Conaculta, 1989), con la traducción del sánscrito y estudio analítico de Juan Miguel de Mora, con la colaboración de Ludwika Jarocka.

En el estudio analítico, De Mora lo llama Rgveda (poner la i y dividir en dos palabras supongo que es una venia al idioma español) y dice que (p. 12) “es el documento literario y religioso más antiguo que conserva la humanidad”; y sigue (p. 13): “El Rgveda es una gran realidad, con un total de mil veintiocho himnos en los que un pueblo expone sus creencias, sus costumbres y su forma de vida”.

 

Ilustración: Juan Ángel Esteban Cruz

La palabra “Veda”, dice De Mora, significa “saber, conocimiento”, y (p. 13) “suele hablarse de cuatro Vedas, es decir, el Rgveda, el Samaveda, el Yajurveda y el Atharveveda. El total constituye una verdadera enciclopedia religiosa”.

Para los hindúes, dice (p. 15), “los Vedas son exactamente lo mismo que la Biblia para los católicos o el Corán para los musulmanes”. Se cree que (p. 28) “el Rgveda nació unos 4 000 años a. C.”.

Los himnos del Rig Veda no eluden ni el consumo de bebidas embriagantes ni las alusiones sexuales directas; no ven a la humanidad (p. 53) “bajo un complejo de culpa. […] Para ellos realizar el acto sexual era tan normal como comer, beber o trabajar la tierra”, es decir (p. 54), “en el Rgveda no se encuentra ni gazmoñería ni pecado ni malicia ni pornografía, porque nadie ve con recelo el sexo si no le enseña a verlo así, lo mismo que nadie ve con recelo la nariz porque a nadie se le ocurrió decir que la nariz fuera una cosa sucia y mala”.

Pero hay mucha diversidad de temas en los himnos; los hay (p. 65) “a las armas, a la comida, a la tierra, a la manteca, a las vacas, a las piedras, etcétera”, y los hay también dialogados, como si hubieran buscado (p. 66) “alguna forma de espectáculo dramático”.

Muchos himnos están dedicados a dioses, que dice De Mora son el mismo con diferente nombre. En “A Agni” me gusta la combinación de ofrendas (p. 142): “Te hemos ofrecido vacas, toros, y octasílabos”; en “A Parjanya” escribieron los antiguos (p. 183): “La naturaleza se inunda de savia/ cuando Parjanya despierta a la tierra con su semen”.

En “Las armas” hay unos versos dedicados a la flecha (p. 198): “Nuestro alto homenaje/ se dirige a la diosa,/ untada de veneno, cabeza de antílope con boca de metal,/ la simiente de Parjanya, ¡la Flecha!”.

En “A Indra” piden la destrucción de los poderosos y algo más (p. 201): “Repártenos las riquezas de aquel que destruyes,/ danos los bienes del impío”; en contraste con este himno que pide la muerte hay uno dulce a “Las ranas” (p. 211): “Ésta, como una vaca muge, aquélla bala,/ una es rubia, otra pinta,/ muy diferentes entre sí aunque se les llame con un mismo nombre”.

“Indra y Apala” tiene una rara petición (p. 217): “¡Oh, Indra!, haz crecer la hierba:/ en la cabeza de mi padre, / en ese campo de allí,/ y en mi vientre. […] ¡haz todo peludo, oh, Indra!”.

“Yama y Yami” es un himno dialogado. Pide Yami a Yama (p. 231): “Impón tu espíritu en el mío/ y como esposo penetra en el cuerpo de tu esposa”; en “A los Asvines” (lleva acento en la s, pero mi compu se niega a hacerlo) hay un verso sobre (p. 241) “el atronador establo de siete bocas”, que se aclara al pie de página: “La nube (que contiene al ganado que sale corriendo, es decir, la lluvia)”.

Otro diálogo entre esposos, “Purüravas y Urvasï”, donde dice la segunda (p. 265): “Sí, tres veces por día me penetrabas con tu falo/ y me colmabas hasta cuando yo no lo deseaba”; en “Las prestes del sacrificio” se pide a los sacerdotes (p. 268): “Y erguid el miembro viril, maestros, endurecedle,/ joded, copulad, para obtener el triunfo”.

Contactos: hectorcortesm@gmail.com

 

 

 

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