Dejo a la luz mi sombra

Casa de citas/ 595

Dejo a la luz mi sombra

Héctor Cortés Mandujano

 

¡El río era mi vida!

Efraín Bartolomé

 

En memoria de Hugo Corzo y Sandra Espinoza

 

El poeta es un augur: escribe un verso sobre la mujer de sus sueños y a la vuelta de los días –como en Las ruinas circulares, de Borges– aparece en la realidad y lo besa en los labios.

Efraín Bartolomé, poeta-jaguar, ha escrito un libro que busca desvelar su futuro: Testamentum (Universidad Autónoma de Querétaro, 2021), aunque el beso postrero aquí no será lúbrico, sino frío: el beso de la Parca.

Habría que decir algo sobre las palabras poéticas en Efraín: las busca y las encuentra, las muerde y las saborea, las acaricia y las junta, las echa y las monta, las nada y las escala, las ve y las imagina, las desnuda y las viste con peplos y túnicas…

Los versos dan la imagen certera –Ojo de jaguar– y por eso nos permiten ver, sentir, oír, respirar, estar con el poeta en la oscuridad, en la poza, en el río, en el camino, y escribiendo, pensando. Él observa el mundo pasar ante sus ojos y toma la estrella que “canta en el silencio”, “los árboles dormidos”, “la casa de la noche”… para mostrarnos aquello que, con la fotografía magnífica del lenguaje, con el oro más pulido, quiere compartirnos.

Los poemas que constituyen este breve volumen de 59 páginas, pueden leerse como unitarios dada la redondez de su escritura y su centro anecdótico específico –el cafeto maduro que es parte del racimo espléndido–; al mismo tiempo son las piezas que van encajando con suavidad y sabiduría en el mural temático del poemario, que evidencia su título en latín.

 

Como poeta y como hombre, Efraín nació en Ocosingo y en el poema inaugural de este libro está de nuevo allí, de cara al cielo y a la noche, cerca de la selva y el río, con la declaración rotunda, que alude a la muerte y al nacimiento (p. 10): “Me retiro del mundo/ Voy a nacer y ésta es mi despedida”.

El río pasa frente a Efraín (p. 9) “y sólo por momentos muestra su cabrilleo/ gracias al derramado polvo estelar”. En alguna otra parte he dicho que podría hacerse un libro de Efraín sólo con poemas de agua. Testamentum aportaría varios. Al río quiere volver (p. 12: “Me integraré a estas aguas/ a la flora y a la fauna/ al cielo y a la tierra”.

Lo material que deja (p. 14), “ya está bien claro en limpios documentos”. Este testamento, que teclea diligentemente, tiene otra finalidad: “Es hora de decir a quién dejo mis sombras”.

Nada en sueños, en una poza (p. 17), “en el agua amante o maternal”, y en su doble mirada –él en la orilla, él nadando– descubre que es éste “el sueño de los años niños” y al mismo tiempo una forma de escribir “con la ansiedad indefinible de aquel que se despide/ con la certeza de quien ha perdido algo irrecuperable”.

Del agua mansa salta a la corriente (p. 19): “¿Cómo llegué/ de la poza tranquila bajo el follaje verde/ acribillado por el oro del sol/ hasta el bravo caudal en el que ahora me muevo/ con destreza desconocida?”.

El sueño, descrito con la precisión que necesitaría un director de cine para armar la película, es una inmersión de la que saldrá de nuevo al río de la vida, pero antes verá, al caer de la catarata (p. 25), “piedrecitas blancas en el fondo/ : la casa de la muerte”.

El camino de poemas que nos llevan a las bifurcaciones, a los meandros de la vigilia y el sueño son un recuento de paisajes amados por el poeta: la casa, el pueblo, la selva, “el padre Jataté”, “inmensos ocotales”, “bosques de fragantes coníferas y rudos robledales”, que ha recorrido de muchas formas. Pero es el río el origen y el final (p. 29): “He pastoreado el río desde el aire/ en avionetas frágiles/ He recorrido sus riberas a caballo y a pie/ He navegado su curso en cayucos y en lanchas/ : en vehículos de remo o de motor o impulsados con pértiga/ He comido y bebido en sus orillas/ He dormido en sus riberas/ : soy hijo de estas tierras y de estas aguas/ No por otra razón quiero entregarle al río mis cenizas”.

Efraín Bartolomé, un hombre de 70 años cuando escribe estos versos, es capaz de recordar con ojos puros el paisaje del cielo. Los ojos que han visto tanto tienen todavía aquella imagen nítida de lo que ve el que vive (p. 32): “Florecían poco a poco las estrellas/ que habían brotado en aquella negrura/ y su luz delicada recubría los ojos inocentes/ y dejaba caer gotas de oro en la callada boca del asombro”.

Y recuerda cómo se necesitaban para el trabajo caballos y mulas, y “bueyes de patas poderosas” y carretas, y máquinas manuales para despulpar el café, y canastos de mimbre para lavar las “viscosas almendras”, y patios de secado que podían ser “azoteas, terrazas, manteados, petates”, y sacos de yute; y cómo después la camioneta y la carretera hicieron prescindibles a los animales, y muchas palabras cayeron en “el lodazal confuso del olvido”: eje, cabezal, maza, tiro, lanza, barandilla…, y (p. 40) “Potreros y cafetales se van haciendo polvo en la memoria”.

 

La parte final es ya el Testamentum en el que Efraín habla directamente con su amada, a quien encarga el reparto de sus cenizas, su destino final, en cinco partes; en cada cual, las instrucciones son puntuales.

Tal vez, para quienes queremos a Efraín, para quienes somos sus amigos, estas páginas son las más amargas de leer: Él ya es sólo polvo que su mujer, nuestra querida Pillita, va regando en sus lugares de amor.

El libro que ha caminado, nadado, volado, vivido, ahora es ya la muerte nomás, la nada, el vacío, un poco de cenizas que quizás alguno de nosotros acompañemos a llevar al Corralito, en el Jataté (p. 50): “Nueve personas te acompañarán/ pueden ser menos/ : no podrán ser más”.

Deja al último un recuento donde nos permite saber sobre lo que ha sentido al escribir Testamentum (p. 59): “Al escribirlo lo he vivido/ : he asistido a mi propio funeral/ : le he jugado a la muerte/ la Virgen de las Vírgenes/ una pequeña broma/ Gracias vida por todo lo vivido/ estoy listo”.

 

Por fortuna, como decía al principio, este es un libro sobre el futuro, sobre el jardín de los senderos que se bifurcan, sobre el misterio del instante próximo; en el presente, ahora, mi amigo Efraín está aquí, vivo; Pillita, su amada, está aquí, también (lo mismo que Marvin Arriaga); y ustedes y yo tendremos el privilegio de escucharlos leyendo las páginas de este libro de evocadas maravillas, Testamentum, que, paradójicamente, celebra la vida de nuestro mayor poeta vivo: Efraín Bartolomé.

 

[Texto leído en las presentaciones de Testamentum, de Efraín Bartolomé, en Tuxtla Gutiérrez, Villaflores, Ocosingo y Comitán, Chiapas. Julio de 2022.]

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