El fingimiento humano

Casa de citas/ 601

El fingimiento humano

Héctor Cortés Mandujano

 

Leo en uno de mis lectores electrónicos Diez (posibles) razones para la tristeza de pensamiento (2005), de George Steiner, con traducción de María Condor.

A partir de una idea de Shelling, Steiner trata de aclarar las razones de por qué (p. 7) “una necesaria tristeza, un velo de melancolía, van unidos al proceso mismo del pensamiento”.

La razón número tres plantea que (p. 16) “nadie ni nada puede, de manera verificable, penetrar mis pensamientos. […] Ningún otro ser humano puede pensar mis pensamientos por mí. […] Ningún hombre ni mujer puede ‘morir en mi lugar’ en ningún sentido literal. Nadie que no sea yo puede asumir mi muerte”.

Y más (p. 17): “Hacemos el amor interior a otra persona. Debajo de la adoración del niño, del amigo íntimo, puede estar la verdad del aburrimiento, la indiferencia o incluso la repulsión. La capacidad de mentir, de concebir y representar ficciones es inherente a nuestra humanidad”. En fin, todo se finge en la sociedad humana. El sexo, al que se le llama eufemísticamente, amor, y la amistad, de manera acentuada. Los únicos sinceros son los animales no racionales.

Dice al final de esta tercera razón (p. 20): “Pensar es algo supremamente nuestro; se halla oculto en la más íntima privacidad de nuestro ser. Es también el más común, manido y repetitivo de los actos”.

En la cuarta razón, Steiner apunta (p. 22): “Los seres humanos no podrían resistir sin lo que Ibsen llamó ‘las mentiras de la vida’ ”.

Pensar, además, esgrime el autor, en la razón número cinco (p. 25) “es algo increíblemente despilfarrador. Es un conspicuo consumo de la peor especie. […] Quienes resuelven problemas de ciencias exactas y aplicadas, los matemáticos, los lógicos formales, los programadores informáticos, los jugadores de ajedrez y los traductores simultáneos informan de fenómenos de agotamiento, de acabar ‘quemados’ ”.

En la razón número seis, dice Steiner (p. 33): “El célebre abatimiento post coitum, el anhelo del cigarrillo después del orgasmo, son precisamente las cosas que miden el vacío que existe entre la expectativa y la sustancia, entre la imagen fabulosa y el suceso empírico. El eros humano es pariente cercana de una tristeza hasta la muerte”.

Agrega: “Los colapsos mentales, las evasiones patológicas a la irrealidad, la inercia del enfermo mental son tal vez, en lo esencial, tácticas contra la desilusión, contra el ácido de la esperanza frustrada”.

En la razón número nueve, escribe Steiner (p. 41): “Heidegger confesó lúgubremente que la humanidad en su conjunto aún no había salido de la prehistoria del pensamiento”. Qué tristeza.

Hay los atrasados y los deslumbrantes, pero (p. 44) “no hay democracia en el genio; solamente una terrible injusticia y una carga que amenaza la vida. Están los pocos, como dijo Hölderlin, que se ven obligados a aferrar el relámpago con las manos desnudas”.

Ni la ciencia ni la religión ni el ateísmo nos hacen felices. Incluso, en la última razón se asienta (p. 49): “Hasta hoy, el ateísmo ha estado muy ocupado con Dios”.

Ilustración: Juan Ángel Esteban Cruz

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Mas, a pesar del tiempo terco,

mi sed de amor no tiene fin

Rubén Darío

(1867-1916),

en “Canción de otoño en primavera”

 

En Poesía española siglos XVIII y XIX (Edimat libros, 1999) hay poemas de autores muy conocidos y de otros ya sepultados por el tiempo.

En “El sombrerero”, de Félix María Samaniego (1745-1801), éste se confiesa asiduo visitante de una moza. Cuando le preguntan la frecuencia de las visitas, afirma que dos veces al día. El confesor le pregunta asombrado (p. 31): “¿Pues cuándo diablos hace sombreros?”.

Francisco Martínez de la Rosa (1787-1862) en su “Epístola al señor duque de Frías” con motivo de la muerte de su esposa le dice algo dulce, para consolarlo (p. 53): “Yo mil veces he bendecido a Dios, que nos dio el llanto para aliviar el corazón”.

Mariano Melgar (1790-1815) dice en su poema de amor a “Yarabi” (p. 55): “Por ti vertió mi pecho sus primeros gemidos”.

En el primero de sus dos epigramas, escribe Manuel Bretón de los Herreros (1796-1873) un burlón cuarteto (p. 66):

 

Voy a hablarte ingenuamente:

tu soneto, don Gonzalo,

si es el primero, es muy malo;

si es el último, excelente.

 

Me llamó la atención la expresión directa de José Batres y Montúfar (1809-1844) en el inicio de su poema “Yo pienso en ti” (p. 73): “Yo pienso en ti; tú vives en mi mente sola, fija, sin tregua, a toda hora”.

Me sorprendió “La desesperación”, el largo poema de Juan Rico y Amat (1821-1870) que se aleja de las edulcoradas rimas románticas. Dice, por ejemplo (p. 99): “Me gusta que al averno/ lleven a los mortales/ y allí todos los males/ les hagan padecer;/ les abran las entrañas,/ les rasguen los tendones,/ rompan los corazones/ sin de ayes caso hacer”; más adelante escribe (p. 100): “Me agradan las queridas/ tendidas en los lechos,/ sin chales en los pechos/ y flojo el cinturón,/ mostrando sus encantos,/ sin orden el cabello,/ al aire el muslo bello… ¡Qué gozo! ¡Qué ilusión!”.

Dice Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870) en el final del fragmento XIV de sus “Rimas” (130): “¡Yo no sé si ese mundo de visiones/ vive fuera o va dentro de nosotros,/ pero sé que conozco a muchas gentes/ a quienes no conozco!”.

Contactos: hectorcortesm@gmail.com

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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