Los cruceros de la vida

Foto: Cortesía

El reloj marcó las 9:30 de la noche, Matilde se apresuró a cerrar su mochila y salir rápidamente de su trabajo.

—Hasta mañana —dijo, al tiempo que levantaba la mano para despedirse.

Mientras iba caminando murmuraba,

—A ver si alcanzo la combi, llegaré casi rayando a la parada. En mal momento se retrasó Alberto y yo que me ofrecí a cubrir un rato más en la tienda. Pero quién me manda, claro que cuando yo necesite un favor él me lo hará, eso espero.

Seguía refunfuñando en su camino a la parada, observó que había pocas personas en la fila.

—Menos mal, creo que si alcanzo lugar. Ahora falta que venga el colectivo. Llegaré tarde a casa y aún tengo que leer para hacer el resumen que pidió la profe de Lectura y redacción .

La combi demoró alrededor de diez minutos en llegar, la gente subió y Matilde se acomodó al fondo, en un lugar al lado de una ventana. Reclinó su cabeza sobre el cristal, tenía sueño. En el alto de un semáforo, justo en un crucero, observó a un niño como de seis o siete deaños, vendiendo ramos de flores. Lo siguió con la mirada hasta que lo perdió de vista. Lo buscó cuando el colectivo retomó su camino y lo vio sentado sobre una piedra. Se veía cansado y con sueño, sin soltar los dos ramos de flores, uno en cada mano. Vinieron muchas preguntas e ideas a la mente de Matilde,

—¿Quién le comprará flores a esta hora? ¿Quién acompaña al niño a vender? Estar en ese lugar no es seguro. Debería estar en su casa, descansando, preparándose para ir a dormir  y madrugar para ir a la escuela. ¿Ir a la escuela? Es probable que el niño no vaya…

Se quedó pensando en que ella reclamaba por salir un poco tarde del trabajo, cuando tenía la fortuna de ir a la escuela por las mañanas. Estudiar y trabajar le resultaba algo complicado pero se había propuesto esforzarse para poder continuar sus estudios porque la situación económica en su familia era precaria. Una de sus ventajas era tener libre los fines de semana y ahí compensaba tiempo para avanzar en sus demás actividades. No cabía duda que los cruceros de la vida mostraban las distintas realidades y eso la invitó a valorar más lo que tenía.

—¡En la parada, por favor! —se escuchó una voz fuerte. Era un pasajero que había llegado a su destino.

Matilde se percató que estaba próxima a llegar a su parada. Se fue acercando a la puerta al tiempo que venía a su mente la imagen del niño en el crucero.

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