Marciano
Dedicado a Efraín Ascencio Cedillo, a dos años de su partida
Los Enanitos Verdes forman parte de esas pocas y extrañas bandas que son parte de un ambiente musical común. Su música es transversal, o sea, no importa ni las clases sociales, ni los lugares donde se les oye, ni la gente que los escucha, ni el momento y estado en el que uno se encuentre. Ahí están siempre, y la gente corea sus letras. Es una banda que les gusta a los que son roqueros y a los que no.
Se me ocurre que son como Creedence Clearwater Revival (o “los cridens”, en mexicano), emblemática banda sesentera que se ha inmortalizado en el país precisamente por eso: casi todos sus hits son harto conocidos por todo el mundo, hasta por mi madre. Es ese tipo de música y de rock sencillo pero potente, meloso y con gran calidad,
Marciano Cantero, cantante, bajista y líder de los Enanitos Verdes, murió el 8 de septiembre y, como no podía ser de otra manera, el mundo musical se cimbró.
En parte por lo que he dicho antes, pero también porque el mismo representaba una antítesis del rockstar estandarizado. No era guapo, tampoco “sobrado” en la forma en que deberían actuar los roqueros de grandes ligas, no fue selectivo a la hora de cantar su discurso: lo mismo se presentaba en cualquier evento gratis de cualquier ciudad media (como en Tuxtla), que en conciertos de cierta envergadura donde pagabas tu entrada. Pero, sobre todas las cosas, lo que sobresalía de Marciano fue su sencillez como músico, líder de un grupo de pop que le cantaba sin misericordia al amor y a esa nostalgia perdida de lo dado y lo quitado por los sentimientos encontrados cuando estás enamorado. Y de eso estamos hablando. Creo firmemente que lo que le ha valido a los Enanos la entrada a ese paraíso egoísta pop, el de las bandas iconos, pero asépticas estilísticamente, en el sentido de gustarles a todo el mundo y no gastar de más en racionalizar sus éxitos, fue por el carisma de Marciano como su frontman, líder, con la seguridad del propagador de sentimientos.
Diré algo que en las charlas cheleras he dicho y me ha costado epítetos sangrientos de parte de mis grandes y conocedores amigos roqueros, por ejemplo, que soy y me muevo en el snob o en la trivialización del rock a escalas solo imaginables en el paroxismo etílico. Y mucho más, créanlo. Pero ahí va: a mí siempre me gustaron más los Enanos que Soda Stéreo. Me parecen, siempre, más sencillos y más directos. Soda son más urbanoides, más de gran ciudad, más sofisticados. Ojo, no quiere decir que los Enanos sea mejor banda, ni que cuestione la calidad de la tribu de Cerati. Soda es las principales bandas más influyentes de toda Latinoamérica. Por favor, eso no se pregunta siquiera.
Pero Enanitos Verdes siempre me pareció más fraterna. Es la palabra correcta. Una banda sencilla para gente que quiere ser sencilla y quizá, sin tanta bronca de nada, a veces eso necesitamos del rock. Que nos quite de una realidad agobiante, sin tanta prisa, sin mucha alharaca. A veces, solo a veces, pero cuando sucede es realmente extraordinario.
Ya dije que con mi banda Los Lagartijos, de Xalapa, cuando recién tocábamos con guitarras de madera, la rola de Por el resto fue de las primeras que quise tocáramos como fusil, precisamente por fácil. En ese tiempo, escuchábamos y reproducíamos una extraña mezcla entre The Clash, Iron Maiden y Neil Young, por lo que mi propuesta quizá se quedó en el limbo intelectual de las reuniones entre colegas y brindis antropológico de aquellos tiempos.
Iban a venir a Tuxtla en noviembre. De hecho, seguido tocaban aquí, gratis, en el teatro de pueblo de la Feria de Chiapas, y siempre con mis camaradas quisimos ir a verles, chela en mano, para vincularnos con su pop de mermelada y pasarla bien antes de escuchar a Frank Zappa, Bowie y toda la fauna nuestra de cada día. Por no vivir en la ciudad, no pudo ser. Ahora que venían, con casi boleto comprado, ya no será nunca.
En estos tiempos se muere la generación de oro del rock. Es su turno, desde luego, por edad y por generación. Pero no te puedes morir a los 62 años, en la plenitud de tu arte. No es normal. Te mueres de viejo, Marciano, pero no a la edad donde podés dar más. Desde luego, que de ahora en adelante escuchar tu música en un bar de copas cualquiera en Tuxtla, nos llevará al eterno callejón sin salida de esa añoranza sin sentido de saberse huérfano de algo que no se sabe realmente que es.
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