Pájaros que no leen

Casa de citas/ 602

Pájaros que no leen

Héctor Cortés Mandujano

 

Un fantástico mundo (Cultura y Progreso, S. A., 1971) es parte de una enciclopedia sobre animales; en este caso sobre la migración de las aves y las anguilas. Emigran muchísimas aves, pequeñas y grandes, huyendo del frío y la lluvia (las anguilas también lo hacen en distancias tremendas). El ejemplar está ilustrado bello y profusamente. Las páginas no tienen número y no se acredita a los autores. Escriben sobre el tema: “De cualquier modo que naveguen las aves, su vuelo migratorio es una maravilla de la Naturaleza, que la ciencia no ha resuelto aún. Ciertas autoridades han dicho que alguno de los diminutos pájaros que emigran era imposible que volasen las distancias que se ha establecido para algunos viajes, e incluso un científico escribió un libro erudito para demostrar que no se podía hacer. Pero como los pajarillos no leyeron nunca el libro, siguen efectuando sus formidables y casi increíbles vuelos”.

En Voces de la selva, de la misma colección, leo estos datos: “La serpiente no tiene párpados; carece de esternón; la pupila, por lo común, es vertical; los agujeros nasales están separados; no tienen caja del tímpano, y sus orejas no tienen agujeros. Indudablemente, las serpientes no oyen como nosotros. Notan el ligerísimo temblor que se produce en el suelo cuando algo se mueve”.

En Cómo son y cómo viven, otro volumen, escriben: “Con la única excepción del murciélago, no hay animal de cuatro patas que pueda volar como un ave, agitando sus alas”.

 

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En una de las extravagantes escenas del anime japonés Sound & Fury (2019, dirigido por Junpel Mizusaki y basado en las canciones de Sturgill Simpson), una patinadora, vestida casi como astronauta, pasa por una calle donde una pinta dice: “Haz arte, no amigos”.

Ilustración: HCM

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Compré La escuela de las mujeres, de André Gide (Ediciones de la razón, 1981), por unas moneditas: me costó 15 pesos.

La traducción la hicieron dos personajes: Xavier Villaurrutia y Antonieta Rivas Mercado. Gide inventa una narradora que envía el diario de su madre para que lo impriman. Dice al editor (p. 7): “La escuela de las mujeres sería el título que me agradaría bastante, si usted no estima impropio usarlo después de Molière”, quien tiene una famosa obra con el mismo título.

Dividido en dos partes, el primero es la etapa de enamoramiento de una jovencita. Ama a Roberto, aunque éste le diga que (p. 13) “el hombre no es sino un niño envejecido”.

La segunda parte ocurre veinte años después y nos muestra cómo la mujer se desenamora (p. 59): “El único medio de no llegar a odiarlo es no verlo más. ¡Oh! Y, sobre todo, no oírlo”.

No soporta lo que antes adoraba (p. 62): “¿Por qué los defectos de Roberto han llegado a ser insoportables hasta este punto? ¿Por qué ahora me exaspera lo mismo que me adueñaba ayer? ¿Lo que me encantaba, lo que me parecía más loable?… ¡Oh! Me veo obligada a reconocerlo; no es él quien ha cambiado: soy yo”.

Tiene algunos reclamos al hombre, por supuesto (pp. 64-65): “Roberto cree conocerme a fondo; no sospecha que pueda yo tener, fuera de él, vida propia. No me considera sino como una dependencia suya. Formo parte de su confort. Soy su esposa”.

Roberto, sin embargo, no es en suma ni un villano ni un monstruo, sino un hombre común, que además, dice y demuestra quererla. Ella no halla cómo explicarle su sentir (p. 100): “Me sentiría aliviada si pudiera reprocharte alguna cosa precisa”; sólo puede decirle con claridad: “No puedo vivir contigo, eso es todo”.

Al final, abandona casa, esposo e hija. Deja su diario para que su hija aprenda a no vivir de las apariencias, para que aprenda de esta “escuela de mujeres”.

 

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Gustave Flaubert. Historia de una cama (Panamericana Editorial, 2004), de Azriel Bibliowicz, es una biografía del célebre autor de, entre otras, Madame Bovary. Dice de Shakespeare Flaubert en una carta a Louise Colet, su famosa amante (p. 23): “Cuando leo a Shakespeare me encuentro más grande, más inteligente, más puro. Llegando a la cumbre de una de sus obras, me parece como si me hallara en una elevada montaña. Todo desaparece y todo aparece. Uno ya no es un hombre. Es un ojo”.

En las cartas de Flaubert a Colet, que Bibliowicz cita constantemente, dice Gustave (p. 34): “Mi carne ama a la tuya”.

Dice Azriel que (p. 43) “la vida de Flaubert estuvo rodeado de salones y burdeles” y que en uno de esos encuentros eróticos se contagió de la sífilis que padeció hasta el final de sus días. Había en aquella época, a propósito, un refrán (p. 43): “Si no le temes a Dios, témele a la sífilis”.

[En Más allá del bien y del mal (Obras maestras, Editores Mexicanos Unidos, 2015), Federico Nietzsche habla de la vida de burgués de Flaubert, quien nunca trabajó más que en sus libros, nunca se casó, no tuvo privaciones (p. 94): “Flaubert, por ejemplo, el honrado burgués de Ruán, no vio, ni oyó, ni saboreó en última instancia más que esto: constituía su especie propia de atormentarse con sutil crueldad”.]

Como he escrito en otra parte, los narradores (salvo excepciones), incluso los que son tan brillantes como Flaubert, fracasan en el teatro. Escribió La cándida y (p. 59) “fue un fracaso estruendoso. Los actores de la obra la abandonan con lágrimas en los ojos. Estuvo en cartelera solo dos días”.

En mi novela Beber del espejo usé como epígrafe una de las frases de Flaubert a propósito de la amada gente muerta. Dice (p. 75): “¡Ah, qué necrópolis es el corazón humano!”.

No llegó a publicar un “estupidario”, que son las estupideces o lugares comunes que oía o anotaba en orden alfabético. Dice en “erecciones” (p. 81): “Sólo se emplea hablando de monumentos”.

Contactos: hectorcortesm@gmail.com

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