Shibboleth

Casa de citas/ 605

Shibboleth

Héctor Cortés Mandujano

 

En Cómo nos movemos. Un viaje al sistema cerebral que controla el movimiento (Emse Edapp y Editorial Salvat, 2019), de Michele Romoli y Paolo Calabresi, con traducción de Victoria Romero y Merixell Pucurull, se habla del término shibboleth, que (p. 12) “se aplica a una palabra, una frase o una locución que, por su dificultad de pronunciación, es especialmente difícil, si no imposible, de pronunciar si no se es nativo”.

Shibboleth, dicen los autores, en uno de los recuadros explicativos, probablemente signifique “espiga” y tiene su origen en un relato bíblico sobre la lucha de los galaaditas y efraimitas. Los primeros, “que resultaron ganadores, vigilaban el río Jordán, que los efraimitas intentaban superar para regresar a sus tierras. […] a todos los que querían atravesar el río se les pedía que pronunciaran la palabra shibboleth”. Los efraimitas no podían pronunciar la sh. “Con esta estratagema, según las Escrituras, 240 efraimitas fueron identificados y asesinados”.

Se ha hecho algo similar en varias guerras (franceses y flamencos, en 1302; franceses e italianos, en 1282) y en la rebelión frisona de 1515 para identificar extranjeros y matarlos. El poder del lenguaje.

En otro recuadro se habla del Evangelista Purkinje, anatomista y fisiólogo checo,  quien en 1819 (p. 56) “fue el primero en describir la tendencia del ojo humano a percibir los colores en forma distinta según la intensidad de la luz a la que se está expuesto. A modo de resumen, en un entorno extremadamente luminoso vemos los colores con tonalidades definidas y fuertes, con predominio del rojo, mientras que en un entorno poco luminoso las tonalidades de los colores tienden a ser más apagadas y viran hacia el azul. Además, en 1823, identificó las huellas digitales y planteó la hipótesis de que pudiesen utilizarse para reconocer a un individuo”.

Ilustración: Juan Ángel Esteban Cruz

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Frente a nuestro estanque digo a mi nieto Jacobo algo sobre los peces, como respuesta a una de sus preguntas; era retórica, porque él ya conocía de antemano la respuesta y creía que para mí era un secreto; él me dice, asombrado, y me asombra con su visión de niño:

—¿Cómo lo sabes, Tito: te lo dijo mi Tita (su abuela, mi mujer) o te lo dijeron los peces?

 

 

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Lo más incomprensible del universo

es que es comprensible

Einstein,

citado por Greene

 

El universo elegante (Paidós, 2006), de Brian B. Greene, tiene un largo subtítulo que explicita su contenido: Supercuerdas, dimensiones ocultas y la búsqueda de una teoría final.

Aunque Greene es doctor en física y un científico muy reputado, su escritura es ágil y trata de que su libro pueda ser entendido por los legos como yo. Dice en su prefacio (p. 7): “Durante los últimos treinta años de su vida, Albert Einstein buscó incesantemente lo que se llamaría una teoría unificada de campos, es decir, una teoría capaz de describir las fuerzas de la naturaleza dentro de un marco único, coherente y que lo abarcase todo”. Eso que Einstein buscó es, dice Greene (p. 8), “la teoría de las supercuerdas”.

Los pilares fundamentales sobre los que se apoya la física moderna son la relatividad general, de Albert Einstein, que explica el universo a una escala máxima, y la mecánica cuántica, que lo explica a escalas mínimas: moléculas, átomos, electrones y quarks, pero (p. 15), “tal como se formulan actualmente, la relatividad general y la mecánica cuántica no pueden ser ciertas a la vez”. Ahora (p. 17), “según la teoría de las supercuerdas, el matrimonio entre las leyes de lo grande y las de lo pequeño no sólo es feliz, sino inevitable”.

Esta teoría no comparte la idea general de que sólo hay en el universo tres dimensiones espaciales, sino (p. 20) “muchas más dimensiones que las que se perciben a simple vista”. Otra diferencia (p. 31): “La materia está compuesta por átomos, que a su vez están hechos de quarks y electrones. Según la teoría de las cuerdas, todas estas partículas son en realidad diminutos bucles de cuerdas vibrantes”.

Sin embargo (p. 36), “hay que considerar la teoría de cuerdas como un trabajo que se está realizando y cuyos logros parciales ya han revelado unas asombrosas ideas sobre la naturaleza del espacio, el tiempo y la materia”, aunque (p. 37), “si la teoría de cuerdas es correcta, la estructura microscópica de nuestro universo es un laberinto multidimensional ricamente entrelazado, dentro del cual las cuerdas del universo se retuercen y vibran en un movimiento infinito, marcando el rimo de las leyes del cosmos”.

Dice Greene que (p. 163) “Richard Feynman fue uno de los físicos teóricos más importantes que han existido desde Einstein” y él escribió alguna vez que (p. 167) “[la mecánica cuántica] describe la naturaleza como algo absurdo desde el punto de vista del sentido común. Pero concuerda plenamente con las pruebas experimentales. Por lo tanto, espero que ustedes puedan aceptar a la naturaleza tal como es: absurda”.

Desde Pitágoras se hablaba de la “música de las esferas”. La teoría de las supercuerdas (p. 199) “sugiere que el paisaje microscópico está cubierto de diminutas cuerdas cuyos modelos de vibración orquestan la evolución del cosmos”. Hay cinco teorías del todo, basadas en las cuerdas, pero la de supercuerdas, dice Greene (p. 266), “es la única que tiene un buen árbol genealógico”, pues resuelve el dilema central al que se enfrenta la física contemporánea (p. 290): “la incompatibilidad entre la mecánica cuántica y la relatividad general […] Pero para realizar estas proezas, resulta que la teoría de las cuerdas requiere que el universo tenga dimensiones espaciales adicionales”.

Es decir (p. 292): “Para que la teoría de cuerdas sea aplicable de manera coherente, el universo tendrá que tener nueve dimensiones espaciales y una dimensión temporal, con un total de diez dimensiones”.

Contactos: hectorcortesm@gmail.com

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