Pablo Salazar Mendiguchía, el gobernador de la Esperanza

Después de lo que escribí la semana pasada sobre Pablo Salazar Mendiguchía, algunas personas me comentaron que lo había tratado injustamente al remarcar demasiado su relación con Cuarto Poder y El Orbe. Es verdad, pero mi texto estaba enfocado a describir la relación de los gobiernos con los medios.

En ese sentido, no quiero juzgar su administración solo en este rubro. Es injusto, desde luego. Reconozco a su gobierno como el mejor que hemos tenido en el Chiapas contemporáneo.

Como persona, admiro y respeto profundamente a Pablo Salazar; como gobernante que fue, trato de verlo a la distancia, sin los afectos y las simpatías inevitables generados al paso de los años.

Cuando a veces hemos coincidido en alguna reunión, al saludarlo le digo “gobernador”, por respeto, y por esa vieja tradición francesa de gratitud hacia los funcionarios sobresalientes, que aun cuando en la práctica hayan dejado el cargo, muchas personas los sigue recordando por su encargo, sin el ex.

Aunque hay aspectos que critico de su gobierno, en especial su relación tormentosa con Cuarto Poder, no me cabe ninguna duda, cuando lo pongo a la cabeza de los mandatarios chiapanecos, por haber conducido una reorganización de la administración pública, en donde se recuperó la confianza en las instituciones.

Desde los primeros meses de su gobierno, en medio de una marea de esperanza, por la derrota del PRI, empezamos a atestiguar la emergencia de un gobernador diferente a los anteriores, que asumía con compromiso y seriedad su papel histórico de sentar las bases de un Chiapas próspero y justo.

Pablo Salazar Mendiguchía fue una verdadera revelación al frente del gobierno de Chiapas, y lo más interesante, y que no se palpa en ninguna de sus obras materiales, es que generó una ilusión de cambio, al contagiar la emoción de que éramos parte de un movimiento realmente transformador que dejaba atrás un sistema tramposo, ineficiente y corrupto.

Su administración contó con colaboradores eficientes y privilegió el desempeño de especialistas en puestos claves, lo que propició mejores formas de atención al público.

Un buen orador no siempre es un buen gobernante. Pablo Salazar conjugó ambas cualidades con éxito. Es un extraordinario orador de ideas claras y mensaje palpitante y contagioso.

Al término de su administración, dejó a un Chiapas sin deuda pública, con un aeropuerto internacional funcional, un puerto de gran calado en Tapachula, dos autopistas (Tuxtla-San Cristóbal y Tuxtla-Las Choapas), un puente de alto nivel técnico que nos conectó al centro del país (el Puente Chiapas) y la multiplicación de redes de agua potable y de electrificación. En lo personal, recuerdo con cariño y nostalgia, a la magnífica Biblioteca Pública Virtual del que fui usuario.

Hubo errores, por supuesto, pero en un balance final, los resultados positivos son más determinantes y mayores que los negativos.

Los reconocimientos, por su gestión llegaron de organismos nacionales e internacionales, con primeros lugares en contabilidad gubernamental, transparencia, gobierno electrónico, mejoramiento de vivienda, Gobierno Exprés, ISO en recaudación hacendaria y cuenta pública, entre otros logros.

Un gobernante con estas cualidades y con estos logros debió desempeñar otros cargos públicos o, por lo menos, convertirse en asesor de las siguientes administraciones. No fue así.

Juan Sabines Guerrero, su sucesor, lo envió a la cárcel, en el acto más injusto que se haya vivido entre los políticos chiapanecos.

Desde estas líneas expreso mi afecto al gobernador más querido y admirado por mí. Así como yo, muchas personas seguramente reconocen que su administración fue destacada y extraordinaria.

 

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