Nuestra vacuidad

Casa de citas/ 613

Nuestra vacuidad

Héctor Cortés Mandujano

 

Mi amiga Paty Bautista me dio en préstamo el libro El camino gozoso de buena fortuna (Editorial Tharpa, 1990), del maestro budista Gueshe Kelsang Gyatso.

Un hombre se volvió rico, nos cuenta, y se llenó de amigos. Los invitó a cenar y ante ellos, sobre la mesa, puso un saco de dinero y dijo (p. 31): “Querido dinero, gracias a ti estoy rodeado de amigos y de familiares, mientras que antes estaba solo. Ante ti me postro”.

El libro, por supuesto, habla de meditación (p. 97): “Meditar es familiarizar la mente de manera constante y profunda con un objeto virtuoso”. La meditación puede ser de dos tipos: de emplazamiento y analítica; las dos se complementan para hacer “aparecer” el objeto virtuoso (que puede ser un pensamiento o un sentimiento). Por medio de (p. 99) “la meditación analítica hacemos que el objeto aparezca en la mente de manera clara y decisiva, y con la de emplazamiento hacemos que nuestra mente se familiarice con él y se vaya acercando progresivamente hasta que, por último, ambos se fundan por completo”.

La práctica de la meditación es muy extensa (p. 100): “No se trata simplemente de sentarnos con las piernas cruzadas y de realizar las sesiones formales de meditación. […] También podemos practicar la meditación analítica cuando vamos de paseo, salimos de viaje o al mismo tiempo que hacemos cualquier trabajo manual simple”.

No todos vemos las cosas del mundo de la misma forma, dice Gueshe (p. 121): “Los seres perciben los objetos de distintas maneras y con sentimientos dispares según su propio karma. Por ejemplo, un ser humano percibe el agua como tal, mientras que un dios la percibe como néctar y un espíritu ávido como una sustancia repulsiva compuesta de sangre y pus” (los seres ávidos sufren constantemente de hambre y sed).

Una de las enseñanzas que el libro subraya es pensar, meditar en la muerte y saber que esta vida es sólo tránsito hacia otra (p. 158): “Si recordamos la muerte una y otra vez, superaremos nuestra habitual suposición de que vamos a permanecer en este mundo para siempre, y empezaremos a vernos a nosotros mismos como un viajero que va pasando de una vida a otra”.

Ilustración: Juan Ángel esteban Cruz

Una vez, el príncipe Sidharta salió de palacio y halló un cadáver pudriéndose (p. 166): “El enfrentarse con esa cruda realidad le hizo reflexionar del siguiente modo: ‘Ahora vivo en un espléndido palacio, pero tarde o temprano seré como este cadáver putrefacto. Mi vida de grandes lujos no tiene valor’ ”. Eso le hizo abandonar los lujos y adiestrarse espiritualmente.

El séptimo Dalai Lama dijo (p. 173): “Una vez que hemos nacido somos incapaces de detenernos ni siquiera durante un solo minuto. Vamos acercándonos a los brazos del Señor de la Muerte, rápidos como un corredor en su carrera. Creemos que pertenecemos al mundo de los vivos, pero nuestra vida es el sendero mismo que conduce a la muerte”.

Es decir (p. 209): “En el momento es que nos falle la respiración comenzará nuestra existencia futura”.

En nuestra vida sólo hay cambios, evolución (p. 309): “Debido a que nuestras relaciones con los demás son tan variables, no hay que apegarse demasiado a los familiares y amigos, ni por qué ser hostiles con nuestros enemigos. Todas estas relaciones cambiarán, sólo es una cuestión de tiempo”. Dice más adelante (p. 315): “Cada vez que nos encontremos con una persona, podemos estar seguros de que tarde o temprano tendremos que separarnos de ella”.

Nagaryhuna dice en su Carta amistosa (p. 311): “Mantente siempre satisfecho. Si te adiestras en este arte, aunque carezcas de bienes, poseerás un gran riqueza”.

Habla Gueshe de nuestros primeros días (p. 319): “El seno de nuestra madre es oscuro y caliente. Este pequeño y apretado espacio lleno de fluidos malolientes será nuestro hogar durante los meses siguientes. […] Mientras permanecemos en el seno de nuestra madre sentimos mucho miedo y diversos dolores. […] Si hace el amor, nos sentimos sofocados, como si nos aplastaran entre dos grandes masas pesadas y nos invade el terror; si da un pequeño salto, sentimos como si nos arrojasen al suelo desde una gran altura; si bebe algo caliente, notamos como si nos escaldaran con agua hirviente […]”.

Las personas con las que convivimos han tenido varias vidas antes que ésta. Nuestra madre muerta, por ejemplo, puede reencarnar en el hijo de un vecino (p. 446): “en realidad, todos los seres sintientes son nuestra madre”.

Debemos practicar el amor afectivo, nos recomienda (ver a los demás con estima, desear felicidad a todos), porque si no, entre otros peligros (p. 456), “los espíritus ávidos nos pueden perjudicar con facilidad” mientras dormimos. Los espíritus dañinos son más que los seres humanos y “pueden alterar nuestra mente turbando nuestros estados mentales virtuosos”.

El obstáculo principal (p. 457) “para el desarrollo del amor afectivo es generar un sentimiento de desagrado hacia los demás”. La manera en que percibimos a los demás, cuando nos desagradan (p. 458) “es sólo un reflejo de nuestro estado mental perturbado, una apariencia creada por nuestro propio odio o confusión”.

La autoestima nos puede hacer felices o desgraciados (p. 475): “El poder de dañarnos que tienen las palabras ofensivas es sólo el que les da nuestra mente de autoestima. […] Tantos los sufrimientos más pequeños como los más grandes surgen de la autoestima”; (pp. 475-476): “Así como estos pequeños sufrimientos provienen de la autoestima, los grandes desastres que acontecen en el mundo, como las guerras entre naciones, también tienen el mismo origen”. En contraste (p. 477), “Shantideva dijo que toda la felicidad de este mundo proviene de la mente que desea que los demás sean felices”. Dependemos de los demás (p. 479): “Incluso nuestro dinero proviene de la benevolencia de otros seres”.

Hasta la más simple de nuestras pertenencias (p. 480), “cuya posesión damos por sentada, es nuestra sólo debido a la bondad de otros seres”. Para que tomemos una taza de café se necesita la voluntad de cientos que plantan, recogen, producen, empacan y distribuyen; el dinero con que lo compramos, también viene de otros seres. Hasta nuestro cuerpo es fruto de la generosidad de nuestros padres (p. 483): “Este cuerpo no nos pertenece porque ha sido creado a partir de la unión del esperma de nuestro padre y del óvulo de nuestro madre”. Nuestro cuerpo es como la casa que habitamos; aunque la creamos nuestra, la dejaremos al morir.

Debemos alcanzar la vacuidad, es decir, comprender que no tenemos una existencia inherente. Chandrakirti dice en su Comentario al tratado de cuatrocientos estrofas, de Aryaveda (p. 579): “Si las cosas existieran de manera inherente querría decir que su existencia no depende de otros factores, pero puesto que sí dependen, es imposible que haya objetos con una existencia inherente”.

Contactos: hectorcortesm@gmail.com

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