DON MIGUEL

Miguel Álvarez del Toro, viajando en carreta (Arriaga, 1943).
Cortesia: Yadira Megchún (Archivo Histórico, UNICACH) y de Barbarella Álvarez Pérez (Museo Zoológico «Ing. César Domínguez Flores», ZooMAT)

Para Becky, Fredy y nuestra querida ausente, Eve. Y en memoria de aquellos inolvidables días en la Yasná.

Desde mi infancia en Tuxtla Gutiérrez tuve la oportunidad de conocer a personas singulares que tuvieron una destacada importancia en la vida de la sociedad chiapaneca con repercusiones nacionales e internacionales. Personajes como Rosario Castellanos, Carlo Antonio Castro, Gertrude Duby, Franz Blom, Joaquin Hernanz, Jaime Sabines, Fernando Castañón Gamboa, entre otros, cuya memoria me ha acompañado cuando escribo acerca de Chiapas y caigo en cuenta lo importante que fueron-y siguen siendo-los inmigrantes de varias partes de México y del mundo que han establecido hogar en tierra chiapaneca. Pero un personaje que me llega con frecuencia a la memoria es el gran naturalista que fue Miguel Álvarez del Toro, colimota por nacimiento y chiapaneco por decisión propia. El pueblo tuxtleco siempre lo conoció como Don Miguel. Fue el último gran naturalista del siglo XX y el más destacado a nivel mundial, como lo indican los múltiples reconocimientos que en vida recibió. Hombre sencillo porque era sabio, de rostro adusto, contraído, fortachón, su persona toda se iluminaba con la palabra. Le apasionaba hablar de la naturaleza y era tal su pasión por Chiapas que aquí construyó los más innovadores zoológicos y museos para educar al pueblo en el respeto a la vida. El Zoológico de Tuxtla Gutiérrez, allá por el desaparecido Parque Madero, fue un centro espectacular de enseñanza, y lo era a nivel mundial. De varios rincones del planeta venían los estudiosos a observar la obra de Miguel Álvarez del Toro que siempre estaba presente en los andadores del zoológico o en el museo en donde estaban los animales disecados por él mismo pues fue un excelente taxidermista. Tengo muy vivo el recuerdo de una enorme águila peleando con un mono saraguato. Me quedaba horas contemplando aquella escena y la magnitud del cuadro que transmitía un episodio de la vida en la naturaleza. Cada vez que tuve oportunidad, asistí a ese increíble museo porque además Don Miguel tenía la paciencia de explicarnos todo, nos iba inculcando el respeto, el disfrute, por la naturaleza. Con paciencia, Don Miguel inculcaba el amor a la vida y el sentido crítico para observar al mundo humano. Pasarían los días y los años. Los jóvenes que pensábamos en la Universidad en aquella Tuxtla que se asomaba a la segunda mitad del siglo XX, teníamos que emigrar. Pero la presencia en Chiapas de Don Miguel ya era añeja: el fundó el zoomat en el año de 1942, apenas empezando la posguerra. Por cierto, se localizó en donde se inició la Rectoría de la UNICACH y antes, El Palacio de la Cultura e incluso primera sede del CIESAS-Sureste. De aquí pasó al Parque Madero que es el que recorrí con frecuencia y que no dejaba de visitar en los períodos vacacionales. Allí recuerdo a Don Miguel paseando por aquellos corredores y siempre atento para responder las preguntas que se le hacían. Por 1980 si la memoria me es fiel se fundó el Parque Recreativo El Zapotal en Tuxtla Gutiérrez y dentro del mismo el Zoológico Regional Miguel Álvarez del Toro. Fue un prodigio. De todo el mundo venían observadores para aprender la lección de cómo inculcar respeto a la vida, disfrute por la variedad biológica, admiración ante el prodigio de la diversidad. Mis hijas fueron alumnas en la Escuela que fundó Don Miguel y de aquellos cursos aprendieron a acercarse a los animales, a entenderlos, a defenderlos y a interrelacionar con ellos. A mi memoria viene el jaguar Lotario, magnífico, poderoso, que vivió una larga vida en su espacio; recuero al águila arpía, la impresión que me causaba, y que también vivió una vida luenga en un espacio diseñado especialmente para ella y que nunca sintiera el cautiverio. Por eso el éxito del zoomat en la reproducción de especies en cautiverio, que fueron noticia mundial. En algún numero de la Revista Animal Kingdom, me parece que por el año de 1979, se publicó un artículo en el que calificó al zoomat como el mejor zoológico de Latinoamérica. Un reconocimiento más que merecido a la labor del naturalista más importante del siglo XX. Entre los múltiples legados que nos dejó Don Miguel está su bello texto Así era Chiapas, en el que vuelca todo su afecto por esta tierra nuestra y toda su preocupación ante la necedad humana rampante que ha acompañado a no pocos gobiernos del estado. Pero su obra es indestructible.

Murió Don Miguel el 2 de agosto de 1996. Algunas horas antes de su velatorio en el amplio mezzanine del Teatro de la Ciudad en Tuxtla Gutiérrez, recibí una llamada del Gobierno del estado para pronunciar unas palabras. Me sobrecogió la tristeza. Aquel niño que fui, que asombrado veía a los animales en sus espacios, que de pronto escuchaba la explicación de aquel hombrón que era Don Miguel, ahora, a los años, era requerido para decir algo en el día de su muerte. Me puse a escribir y en aquella velación, ante la multitud que fue a despedirlo, dije:

Lo recordaremos, Don Miguel, cuando la luz del sol, abriendo la mañana, acaricie el paisaje de Chiapas. Lo recordaremos en la voz de los pájaros, en el canto del guío, en el grito del pavo real. Lo recordaremos cuando el alcaraván dance loco de amor. Lo recordaremos en la alegría multicolor de las guacamayas, en el aleteo del águila. Lo recordaremos con el sonido del mar, voz de voces que recorre las costas de Chiapas, desparramando nostalgia. Lo recordaremos en el verde interminable del Soconusco, en el perfume de los cafetos, en el misterio del cacao. Lo recordaremos cuando el Tacaná horade las nubes, cuando las disipe y se muestre ante la ciudad de Tapachula. Lo recordaremos en el andar tempestuoso de nuestros ríos, en los mil caminos que hacen, en las innumerables geografías construidas por el agua. En el Sumidero, alarde del Río Grande de Chiapa, lo recordaremos Don Miguel.

Lo recordaremos en el rumor de la lluvia. En las noches húmedas de Chiapas, en los chispazos de luz de las luciérnagas, al aspirar el humo del café y gustar el pan, lo recordaremos. Cuando el cielo, pleno de estrellas, nos retenga el placer, lo recordaremos. En la delicia y el perfume de esas horas, en las noches tibias de Tuxtla Gutiérrez, lo recordaremos. Cuando bebamos el vino fuerte que nos aconseja Konstantino Kavafis, lo recordaremos. Cuando los arroyos nos llamen a la calma, cubriéndonos de serenidad, lo recordaremos. En la mirada del venado o cuando el tecolote voltee el rostro, lo recordaremos. En la explosión de luz de la flor del matilishuate en medio del claro oscuro de la selva o en las calles de las ciudades chiapanecas, lo recordaremos. Así como en los flamboyanes y tamarindos, o en el cupapé y el candox. Y en la inmensa ceiba

Mientras la ruidosa chorcha construye su nido o cuando la nutria se sumerja en el manantial, lo recordaremos. En el aroma de las plantas de Palenque, en el color turquesa del Tulijá, en la algarabía del agua en Salto del Agua, lo recordaremos. En el desparpajo del tigre, en el paseo de los monos, en la falta de discreción del tucán, lo recordaremos.

Cuando caminemos con nuestros hijos por el zoológico de Tuxtla Gutiérrez y ellos pregunten ¿es aquí en donde vive el Sabio? Entonces, Don Miguel, lo recordaremos.   

Navidad de 2022. Ajijic. Ribera del Lago de Chapala.

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