Campanitas de viento

Campanas de viento

Ilse se apresuró a guardar el pedido de tapetes bordados que debía entregar ese sábado por la mañana. Su rostro dibujaba alegría, ese ingreso extra ayudaría con algunos gastos pendientes en la casa porque la cuesta de enero se hacía presente. Salió rumbo al restaurante de doña Gertrudis, dejó una nota a Rogelio, su esposo: Regreso al rato, fui a entregar los tapetes. Besos.

Caminó un par de cuadras y llegó a la parada del colectivo que la llevaría a su destino. No tardó mucho esperando. Llegó puntual, doña Gertrudis la esperaba.

—Buenos días doña Gertrudis, ¿cómo le va? Aquí está el trabajo, en los colores y formas que requirió.

—Buenos días Ilse, muchas gracias. Me muero de curiosidad por ver cómo quedaron, de seguro muy bonitos, como los vi en las fotos —dijo, mientras abría con rapidez la bolsa para ver los productos.

Ilse estaba atenta a la mirada de doña Gertrudis y a conocer su opinión, el corazón le latía más rápido de los nervios.

—No me equivoqué, están preciosos los tapetes, las imágenes de las fotos se quedaron cortas. Seguro que a los comensales les gustarán mucho. Muchas gracias.

La sonrisa de Ilse y el agradecimiento por confiar en su trabajo no se hicieron esperar, recibió su pago y se despidió. Mientras iba de regreso a casa recordó que le hacían falta algunas cosas para la despensa, decidió pasar a la tienda que estaba camino a su domicilio. Solo compró lo necesario.

Retomó el camino a su hogar, las calles estaban con bastante movimiento, aunque sin la algarabía de fin de año, ni del día de reyes que había pasado. Se quedó pensando que quizá la cuesta de enero era una de las causas.

Observó a cada persona que pasaba cerca de ella, todas caminaban con prisa y llevaban algo en la mano, lo más común eran bolsas del mandado y cajas. Los rostros eran serios, cada quien en su mundo. De pronto, escuchó sonidos de campanitas de viento, ¿y eso de dónde venía? Siguió caminando hasta que unos pasos adelante de ella descubrió a un chico que llevaba en la mano derecha un colgante con una diversidad de campanitas de viento que sonaban al mismo tiempo. El sonido era muy agradable. Justo le daban el toque ameno al caminar en las calles de la ciudad.

Para sorpresa de Ilse, el chico que llevaba las campanitas tenía audífonos puestos, de inmediato se le vinieron preguntas a la mente, ¿le disgustaba el sonido de las campanitas que vendía? ¿Prefería escuchar música? ¿Y si alguien lo llamaba para pedirle le vendiera un juego de campanitas? En esto estaba cuando una chica que pasaba a su lado dijo en voz alta,

—Mami ¿y si hoy comemos pizza?

—¡La comida! —dijo para sí Ilse—, olvidé recordarle a Rogelio que hoy le toca cocinar a él, espero que se haya acordado porque ya me dio hambre.

Sin comentarios aún.

Deja una respuesta

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Comparta su opinión. Su correo no será público y será protegido deacuerdo a nuestras políticas de privacidad.