Surimbia

El gentilicio de los habitantes de Suchiapa debiera ser suchiapaneco o suchiapense, como alguna vez propuso el maestro Marcos E. Becerra, autor de la obra Nombres geográficos indígenas de Chiapas.

Sin embargo, al habitante de este pueblo se le conoce como surimbo, un gentilicio que remite a los puntos cardinales del sur profundo. Pero no es así. Surimbo no procede de la palabra sur. Si hundiera sus raíces en esa voz, el gentilicio sería sureño, como norteño, para quien es del norte.

Surimbo, por esas aventuras del idioma con sus encuentros y desencuentros, proviene de la voz chiapa que quiere decir amante o sirviente del pozol. De esto da testimonio el maestro Mario Aguilar Penagos en su Diccionario de la lengua chiapaneca: “sharimbo (el pozol), de sha- (forma reverencial, distintiva o demostrativa) y naa riimbo (pozol), denaa mai (maiz) y riimbo (disolver, batir)”.

Había razones para llevar esa comunión a los terrenos sagrados del cacao, el maíz y el nambimba, ese chile rojizo y picantón que crecía en las vegas del río. A veces frito, a veces tostado, el chile de nambimba imprimía un regusto especial al pozol de cacao, y también al pozol blanco o amarillo reventado. En otras ocasiones se mezclaba con sal para saborearse con la punta de los dedos mientras se movía con cadencia una jícara de pozol refrescante.

El surimbo estaba orgulloso de ese aporte a la tradición culinaria. El pozol de nambimba era arraigo y vínculo con la tierra que había hecho suya y que conocía como Surimbia, no como Suchiapa, que había de surgir después en esas confusiones administrativas de la Colonia. Santiago Serrano, poeta y cronista de estas tierras, en diferentes escritos se refiere ­a su pueblo como Surimbia. Sabía del tema: sus parientes habían sido habitantes del pueblo desde el siglo XVIII. Él mismo nació siete años antes de que terminara el siglo XIX, en el mero día de Santiago Apóstol y de la danza del nambayuli.

Parachico de Suchiapa

A él no le tocó el pozol de nambimba original y solo pudo recoger los testimonios de la tradición oral: Una plaga, en tiempos ingratos, había acabado con los sembradíos de chile nambimba, de calabaza, maíz y frijol. Los surimbos pasaron hambre y sufrieron pérdidas de hermanos, de padres y de abuelos. El chile nambimba también desapareció. Su lugar fue ocupado, cuando por fin llegaron las lluvias, por otro chile que empezó a crecer entre los maizales. Era el chimborote, descendiente de ese chile milenario y sagrado que no logró sortear la resequedad.

Pocos surimbos se adaptaron al nuevo chile. Lo relegaron, y con la llegada de la caña de azúcar, en forma de panela, comenzaron a endulzar el pozol, que ya no casó con los gustos más fuertes del chimborote. El pozol de nambimba, orgullo antaño del surimbo, se perdió, como se perdió el nombre de Surimbia.

Cientos de años antes, Surimbia era parte de los soctones, una larga extensión en donde aparecerían varios pueblos. Los surimbos reclamaron su tierra en los albores de la colonia. Una comisión –dice la tradición, dice la leyenda– debió caminar durante meses, primero por los caminos reales del soctón, después dominios zoques, y más allá, por tierras tojolabales, por los cuchumatanes, para hacerse oír por los representantes de las autoridades coloniales en ciudad de Guatemala. En su español primitivo y elemental, los surimbos pedían que se reconociera la propiedad de sus tierras; “queremos michiapa”, decían. Durante meses no cejaron en su petición; cansados y fastidiados ante la terquedad de los solicitantes, las autoridades de la corona española por fin cedieron: “denles, pues, Suchiapa”, dijeron y se acomodaron en sus suaves sillones para seguir atendiendo los nuevos y graves asuntos de la Capitanía General de Centroamérica.

Los surimbos regresaron contentos con el documento de propiedad de sus tierras. Ellos no querían un nuevo nombre, lejos estaban de desear “Suchiapa”; para qué, si ya tenían una patria chica y se sentían orgullosos de pertenecer a ella. Sabían que eran de Surimbia, el lugar del pozol de nambimba, pero ignoraban que las letras en papel de los hombres blancos eran más poderosas que su memoria, y que Surimbia entraría por siempre en la invisibilidad de los tiempos.

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