Irma Serrano, José Alfredo y Acala
José Alfredo Jiménez dedicó “No me amenaces” a Irma Serrano; al menos, eso dijo en aquel viaje épico que lo llevó a presentarse en la Feria de la Candelaria de Villa de Acala en 1972.
El pueblo, perdido entonces en la vasta geografía de la república mexicana, se paralizó por la visita de tan célebre personaje. En esos tres días de canciones y de tragos, de celebración y despilfarro, de mariachis y marimbas, pocos trabajaron. Solo aquellos que debían atender al hijo predilecto de Guanajuato.
José Alfredo correspondió a aquel cariño no “comprado”; en lugar de marcharse, como lo estipulaba el contrato, se quedó un tiempo más; algunos, como Manuel Burguete Chavarría, dicen que fueron tres meses en que el charro anduvo cantando entre maizales y echando panzuditas de Ron Potosí por el rión de Acala.
Tan contento estaban los acaleños, que lo adoptaron, y le regalaron un ranchito de cinco hectáreas con jocotales y mangales y una casita con hamaca en donde pudiera descansar y componer a gusto sus canciones de corazones rotos y venas desgarradas.
Por más que le pidieron que le compusiera un corrido Acala, simplemente no le llegó la inspiración para cantarle a ese pueblo generoso. Eso sí, su canción “Botas de charro” surgió cuando vio la colección de botas de Jorge Coello Rosales, el fan que comprometió todo su capital, unos cien mil pesos de los años setenta, para darse el gusto de escuchar en su tierra al compositor de “Paloma querida”.
El mismo Jorge apareció en Siempre en domingo, de Raúl Velasco, con una cartulina para invitar a los amantes de la música ranchera a que viajaran a Acala a escuchar a José Alfredo. El pueblo no figuraba en los mapas del mundo, si acaso en los mapas de los españoles, porque apareció mencionado por Bernal Díaz del Castillo, cuando llegaron los conquistadores por estas tierras hace 500 años.
En los días de estancia de José Alfredo en Acala, debieron imponerse récords de consumo de cerveza, pox, comiteco, tequila, que era entonces un traguito corrientón, y hasta de wiski, que era la bebida preferida del autor de “Si nos dejan”, otra canción que dicen que le compuso a la Irma, aunque las versiones difieren, que si era para Lucha Villa o para la Doña.
Los compositores son caprichosos, y hasta es posible que la misma canción, dependiendo de las circunstancias, hayan dicho que se inspiraron en tal o cual querer, y que después cambiaran de versión. De eso no sabemos, solo intuimos.
Lo que sí sabemos es que José Alfredo llegó a Villa de Acala el 31 de enero de 1972, y que en esos días de juerga y serenatas se hizo compadre de todo el pueblo, hasta del sacerdote, que era guanajuatense como él y a quien acompañó en la madrugada del 2 de febrero a dar las Mañanitas a la virgen de la Candelaria. A donde lo invitaran, él iba; que al río, pues iba al río Grande; que a los tacos de tía Rosita, allá iba trastabillando por las calles; que al Salón Pasquina, que al Lienzo Charro, pues a cantar y a tomar una copa de trago, “salud, compadre”, decía y reía.
Debió haber sido la única ocasión en que José Alfredo fue acompañado por unos mariachis tan malos que se les olvidó nada menos que los acordes de “El Rey”; los mariachis, que eran de por acá –no los suyos, porque era muy caro traerlos–, fueron abucheados por el respetable, por eso José Alfredo debió cantar acompañado por la Marimba Orquesta Proquina. Lástima que no había celulares que grabaran las imágenes, pero aquellos tres días de parranda quedaron en los recuerdos del pueblo y en un libro magnífico, El rey en Acala, de José Martínez Torres y Antonio Durán.
Lo cierto es que José Alfredo no se marchó el día que tenía programado. Prefirió quedarse un día más, pero en Tuxtla. No se quedó tres meses, como dicen algunos; tampoco regresó a descansar en el ranchito que le habían regalado. Veintidós meses después, los acaleños se enteraron de que el visitante más ilustre en el memorial del pueblo había muerto. Los hombres pasaron tres días de luto y de trago, y el sacerdote declaró días feriados con misa obligatoria.
Irma Serrano, la de “No me amenaces”, se ha marchado también y ya no sabremos si José Alfredo le dedicó “Si nos dejan”. Nos queda, 40 años después, la leyenda de aquel viaje mítico del Rey a Acala.
Referencia: Martínez Torres, José; Durán Ruiz, Antonio (2020). El Rey en Acala. La historia verdadera de José Alfredo Jiménez en Chiapas. Editorial Terracota.
Sabrosa historia. Saludos Doctor Sarelly. A propósito, sabe donde se puede encontrar ese libro?. Muchas gracias.