Cuba: el precio de la libertad

He llegado hasta el jardín en el que está la estatua de John Lennon sentado en una de las bancas: Andrés Fábregas Puig

Apenas amaneciendo despega el avión del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de Guadalajara, Jalisco. Es un vuelo que, previa escala en la CDMX, termina en el Aeropuerto de La Habana, Cuba. Hace algunos años que no viajaba a la Isla Bella y voy emocionado de hacerlo y con muchas interrogantes en la cabeza. Me ha invitado el Centro de Estudios Martianos-cuya Directora es Marlene Vázquez-a su Coloquio Internacional dedicado en esta ocasión a José Martí: Un Hombre de Todos los Tiempos. Además, participaré en una Mesa de Homenaje a Pablo González Casanova, un personaje que fue muy querido en Cuba y cuyo recuerdo y aprecio por su obra y su solidaridad, permanece. Me anima el saber que saludaré a Héctor Hernández Pardo, a Félix Julio Alfonso, a Rodolfo Sarracino, a Pedro Pablo Rodríguez  y a tantos amigos más. El avión va semi vacío. Pienso que por ser un día entre semana, es lo normal. La bullanguería cubana nos acompaña durante el vuelo. Al paso de las dos horas y media, el avión aterriza. Y aquí la primera sorpresa: las autoridades cubanas exigen que antes de pasar a la revisión de pasaportes y visas, el visitante llene un extenso cuestionario en el celular. ¿Y si no tengo Celular, le digo a la joven que me atiende? Con toda naturalidad y riendo me responde: pues lo pide prestado. Vaya, vaya. Le rezongo diciéndole que llevo mi celular pero que no soy ducho en su manejo. Vuelve la respuesta: dele acá. Y tomando con singular alegría mi celular, hace las maniobras pertinentes y empieza a llenar el cuestionario de marras con las respuestas que le voy dictando. Cuando termina le pregunto: ¿En donde debo enseñar este cuestionario? La respuesta: eso si se lo piden. Y si no, reviro. Respuesta: se va a la nube y suelta la carcajada. No tuve más remedio que reírme. Perdimos por lo menos una hora con el susodicho cuestionario que en efecto, nadie me solicitó. Enseñando mi pasaporte y mi visa y dejando que me tomaran una foto pasé la aduana. En los días siguientes caí en cuenta que los cubanos están convencidos que tener un celular y manejarlo para todo, es una muestra de “estar en el avance tecnológico”, “estar in” además de que esa es su ventana al mundo. Salimos. Mi colega con el que viajo quien tiene un cargo importante, me dice que en un momento llegará el transporte. La gasolina es un problema crucial en Cuba: los barcos norteamericanos no dejan pasar a las barcazas “pipas” que surten la gasolina a Cuba y con ello el bloqueo se ha intensificado buscando asfixiar al pueblo cubano. Es una medida genocida. Condenable.  Todo auto está racionado con 40 litros de gasolina que se consiguen por riguroso turno en la gasolinera correspondiente. El pueblo cubano se ve en la necesidad de andar a píe. Por supuesto, no hay autobuses para moverse de una ciudad a otra, o de un poblado a otro. Los cubanos se las ingenian y aún con todo, se mueven. Finalmente llega nuestro transporte: un chevrolet 1953. Una verdadera armadura metálica. El calor es intenso. La vegetación es prodigiosa: todos los tonos de verde lucen espléndidos con ayuda del sol. La Habana es una ciudad indescriptiblemente hermosa. Todos reconocen que en vida, Eusebio Leal, intelectual de enorme importancia, cuidó a La Habana como a la niña de sus ojos, le dio su vida desde la Oficina del Historiador de la Ciudad, e inculcó en el pueblo habanero el amor por una ciudad que es patrimonio de la Humanidad. Todo mundo menciona a Eusebio Leal cuando uno hace comentarios sobre esa Habana Vieja que luce tan nueva. Todo mundo dice, “Se lo debemos a Eusebio”. Hoy, uno de sus discípulos más brillantes, Félix Julio Alfonso, sigue esa labor desde otras trincheras y sobre todo, escribiendo libros que son ya imprescindibles para entender el andar cubano. El encuentro con la intelectualidad cubana es siempre un momento no sólo de calidez latinoamericana sino de estímulo para el análisis y la creación intelectual. El Centro de Estudios Martianos se llena con los asistentes al Coloquio no solo para honrar la memoria de quien llaman “El Más Universal de los Cubanos”, José Martí, sino para discutir su obra, sin esos acartonamientos dogmáticos que tanto daño hacen. La discusión es para mí, sabrosa y aleccionadora, en medio del castellano habanero, del “qué tu dice, chico”, tan espléndidamente pronunciado. Una nueva generación de jóvenes, hombres y mujeres, hicieron un verdadero despliegue intelectual hablando de un José Martí como un clásico del pensamiento latinoamericano y caribeño. Son ya 29 volúmenes los editados de sus Obras Completas, además de los libros y ensayos que se publican dedicados a el análisis de su obra. La mesa de análisis de la obra de Pablo González Casanova resultó muy concurrida. Tuve el honor de compartirla con Mario Alberto Nájera de la Universidad de Guadalajara y Coordinador Internacional de las Cátedras José Martí, que se difunden por todo el mundo. Y por supuesto, con la intervención de un intelectual cubano de la talla de Pedro Pablo Rodríguez.

En la clausura del Coloquio Internacional los asistentes escuchamos una excelente intervención de Marlene Vázquez que además hace el anuncio de la celebración del coloquio del siguiente año y exhorta a que se difunda la convocatoria y se participe. No olvida pedir un aplauso de reconocimiento a los “compañeros y compañeras” que haciendo un notable esfuerzo-debido a los problemas de movilidad-han logrado asistir al Coloquio, trasladándose desde el interior de la Isla a La Habana, sólo para acudir y participar en una actividad asociada a la obra de José Martí. El Ministro de Cultura de Cuba nos invita a Mario Alberto Nájera y a mi a que lo acompañemos a su despacho. Allí, llama a los funcionarios que lo asisten y tenemos una animada conversación acerca de los programas de difusión cultural y de estímulo a la lectura, que en un país en donde ya no hay más papel, se recurre a la edición digital y se reparten llaves electrónicas para leerse en las computadoras. Con todo, el Ministro de Cultura, Alpidio Alonso-Grau, un excelente escritor, nos sorprende con un gesto heroico al obsequiarnos su poemario, Totem, bellamente impreso. Nos solicitan en ese momento grabar una conversación para la televisión, acerca del valor de la obra de José Martí. Nos pasamos una hora de charla animada gracias a un conductor que supo hacernos las preguntas adecuadas.

Al caer la tarde La Habana se anima. Los restaurantes están abiertos y los habaneros acuden a pasar un rato en familia o con los amigos. En los paseos después de las actividades académicas, he llegado hasta el jardín en el que está la estatua de John Lennon sentado en una de las bancas. Me siento junto a esa estatua y le tomo de la mano. A escasos pasos del sitio se localiza el Submarino Amarillo, una suerte de bar y “antro” al que acude la juventud habanera para recordar al cuarteto de Liverpool. Experimentamos la estancia en el Habana Blues, un restaurante-antro que está manejado por una cooperativa de actores y actrices que logran crear un ambiente agradable con música en vivo y buenos cocteles. Cuando al retirarnos y ya camino al departamento en el que nos hospedamos pasamos por la Plaza de la Revolución, me lleno de recuerdos al observar los gigantescos retratos iluminados del Che Guevara y de Camilo Cienfuegos (que firmaba sus cartas con un kmilo100fuegos) y pasa por mi cabeza el pensamiento de que eran tan jóvenes al momento de lanzarse a la Revolución armada para derrocar a la dictadura de Fulgencio Batista. Me llega la memoria de que fueron la vanguardia juvenil de una movilización global que deseaba un mundo mejor. “Che, Che, Che Guevara” exclamábamos en las calles de la Ciudad de México en aquel extraordinario 1968. Hoy, Cuba paga un alto precio por la libertad y atraviesa momentos más graves que aquel llamado “período especial”. El pueblo cubano requiere de la solidaridad latinoamericana porque el monstruo que decía Martí aprieta sus anillos alrededor de un pueblo al que se le ha impedido desarrollarse como lo ha escogido. Regreso de Cuba pensando en la entereza de un pueblo que no se dobla, que sigue leyendo y discutiendo, que destaca en el deporte y que es una potencia cultural, en medio de un tiempo que parece no tener fin.

Ajijic. Ribera del Lago de Chapala. A 14 de mayo, 2023

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